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Cómo criar a un niño con dificultades

Michelle Goering | Ago 14, 2021

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Michelle Goering | Ago 14, 2021

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Durante ocho años, mi marido y yo quisimos tener un bebé. Tuvimos un aborto espontáneo y pasamos innumerables meses intentando concebir. Casi a punto de rendirme, finalmente quedé embarazada de nuevo, esta vez de gemelos.

Estábamos eufóricos, pero también aterrorizados.

El embarazo y el parto fueron bien, pero desde el principio de la vida fuera del vientre materno, uno de nuestros hijos tenía retrasos en el desarrollo y problemas físicos. Justo antes de que él y su hermano cumplieran dos años, le diagnosticaron oficialmente autismo. La noticia no fue inesperada, pero igualmente fue un golpe para nosotros. Me pregunté si nosotros, sus padres, estábamos a la altura del reto de criarlo. ¿Teníamos los recursos internos para proporcionarle lo que necesitaría, y lo que nuestro otro hijo necesitaría como su hermano?

Sobre todo, me sentí desolada por la aparente injusticia de la realidad de mi hijo. ¿Qué clase de justicia cósmica decretaba que a menudo se sintiera mal físicamente? ¿Por qué un niño inocente tenía que sufrir y luchar así, para hacer lo que la mayoría de la gente aprendió a hacer sin mucho esfuerzo consciente?

Pero, con el tiempo, he encontrado en los escritos bahá’ís explicaciones y una comprensión de la vida humana que me han ayudado a aceptar el autismo de mi hijo y a dejar de preocuparme tanto por él como por su lugar en este mundo.

Las enseñanzas bahá’ís afirman que cada uno de nosotros es, ante todo, mucho más que nuestro ser físico. Somos principalmente un alma, una creación noble y eterna, nacida del gran amor de Dios por nosotros. Hablando como portavoz del Creador, Bahá’u’lláh escribió

Velado en Mi ser inmemorial y en la antigua eternidad de Mi esencia, conocí Mi amor por ti; por eso te creé, grabé en ti Mi imagen y te revelé Mi belleza.

Ser creados a imagen y semejanza de Dios no significa, obviamente, que nos parezcamos físicamente a él, sino que tenemos cualidades espirituales en nuestro interior que podemos desarrollar. Éstas se dan a todos, independientemente de sus capacidades físicas o intelectuales. Estos pasajes me aseguran que mi hijo no sufre un déficit en su esencia espiritual. Él es un alma al igual que su hermano, al igual que todos los demás. Esto no puede serle arrebatado, aunque tenga dificultades para vivir en este mundo.

Bahá’u’lláh afirmó que las discapacidades que se producen en el cuerpo o la mente no afectan al alma humana:

Sabe que el alma del hombre, es exaltada sobre todas las enfermedades de cuerpo y mente y es independiente de ellas… Considera la luz de la lámpara. Aunque un objeto exterior interfiera su resplandor, la luz en sí continúa brillando sin disminuir su poder.

Puedo ver la luz de mi hijo como algo completo y, en última instancia, sin obstáculos.

Los escritos de la fe bahá’í también dejan claro que debemos ver a los individuos como seres espirituales más allá de su ser físico. El cuerpo es solo el hogar temporal del espíritu, sujeto a muchos cambios y oportunidades, enfermedades y dificultades. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, explicó:

El cuerpo del hombre se vuelve delgado u obeso; lo afectan las enfermedades, sufre mutilaciones, quizá se vuelve ciego, los oídos sordos. Pero ninguna de estas imperfecciones y fallas afligen o afectan al espíritu.

Cuando estoy ansiosa y preocupada por las dificultades de mi hijo para conectarse, para encajar, para seguir el ritmo, me recuerdo a mí misma y a él, que en su esencia, es inalterable, completo y fuerte en espíritu.

Nos resulta difícil entender y aceptar las distintas condiciones y calamidades que les ocurren a nuestros seres queridos. El autismo de mi hijo conlleva verdaderas desventajas en este reino material. Su sufrimiento físico y a veces emocional es real. Nunca sabré con certeza cuáles son las misteriosas razones de los retos de mi hijo, pero hace unos años capté un atisbo de esta gran realidad. Mi hijo, con la perspicacia y la honestidad que le caracterizan, me decía que me debía mucho. Me dijo: «Mamá, sé que doy mucho trabajo. Nunca podré pagarte todo el tiempo que me has dedicado».

Se me retorció el corazón y se me llenaron los ojos de lágrimas. «¡No, no, no es eso!» Le refuté, y al hacerlo, vi que en realidad era todo lo contrario. Sí, la vida ha sido difícil para él, y para nuestra familia a veces, debido a su autismo. He sentido autocompasión, rabia, desesperanza y preocupación por el futuro y, sin embargo, él es también la mayor bendición de mi vida.

Gracias a mi hijo, he aprendido a dejar de lado la ilusión del control. He desarrollado una confianza en Dios, una capacidad de estar en el momento presente, más paciencia e incluso una aceptación ocasional del sacrificio. «¿Sabes esas cualidades espirituales de las que siempre hablamos e intentamos aprender?» le pregunté. «Ser tu madre me ha ayudado a fortalecer esos músculos. De hecho, te debo mucho. Soy mejor persona porque soy tu madre. Estas virtudes que me has ayudado a desarrollar estarán conmigo en el otro mundo».

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En este mundo, tendemos a ver el reino físico como la única realidad. Lo que podemos hacer aquí, lo eficaces que somos aquí, es, a menudo pensamos, la suma de lo que somos, y la forma de medir nuestro éxito. Los escritos bahá’ís nos recuerdan, en cambio, que esta vida no es más que el taller a través del cual desarrollamos las cualidades espirituales necesarias en el otro mundo, al que no podemos llevar más que nuestras almas eternas, dotadas de virtudes como el amor, la paciencia, la generosidad y la bondad, en la medida en que las hayamos practicado en este mundo.

«Esta vida presente es como una ola que crece o un espejismo, o como sombras pasajeras», dicen las enseñanzas bahá’ís. La realidad espiritual es:

…el Reino es el mundo real y este lugar inferior es tan sólo su sombra extendida. Una sombra no tiene vida propia; su existencia es sólo una fantasía y nada más; no son sino imágenes reflejadas en el agua que al ojo aparecen como pinturas.

Este recordatorio de no quedarnos atrapados en los resultados que podemos ver aquí, o en lo que hemos conseguido construir o amasar, puede ayudarnos a mantenernos centrados en lo que somos y en lo que realmente podemos ofrecer. Esto también puede ayudarnos a ver con más claridad a quienes tienen diferencias de desarrollo o de aprendizaje. En una declaración publicada, la Comunidad Internacional Bahá’í escribió:

Los prejuicios y la discriminación que sufren las personas discapacitadas son producto de la tendencia humana más general de etiquetar como «inferiores» a quienes son de alguna manera diferentes. Pero el ostracismo que a menudo experimentan las personas discapacitadas puede ser aún más intenso, ya que se basa en el miedo: el miedo que siente el ostracista de que él también se convierta algún día en víctima de la discapacidad. La única manera de erradicar este miedo es educar a todos los miembros de la sociedad para que vean la discapacidad como lo que realmente es: una condición mental o física que puede hacer que la vida cotidiana sea más difícil, pero que no puede afectar al alma, el espíritu, la creatividad, la imaginación o la determinación de la persona discapacitada; en resumen, algunos de los aspectos más valiosos de la vida. Al mismo tiempo, esta apreciación permitirá a las personas ver, a través de las desventajas externas de los discapacitados, su realidad interior. [Traducción provisional por Oriana Vento].

Todavía me preocupa mi hijo. Pero fue enviado aquí por su Creador, tiene trabajo que hacer aquí, y su alma eterna está entera y completa. Estaré eternamente agradecida por haber podido ayudarle a progresar en esta parte de su viaje, como él me ha ayudado en el mío.

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