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Espiritualidad

Cómo el conocimiento espiritual puede llevar a acciones en el mundo real

John Hatcher | Jun 29, 2021

PARTE 5 IN SERIES El propósito de los profetas de Dios

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John Hatcher | Jun 29, 2021

PARTE 5 IN SERIES El propósito de los profetas de Dios

Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.

La acción, dicen las enseñanzas de todas las religiones, es un complemento necesario de la fe y el conocimiento.

Dicho en términos más prácticos, todo conocimiento personal es teórico hasta que se expresa en alguna forma de acción dentro de una comunidad humana.

Incluso en la ciencia, utilizamos el laboratorio como lugar para ejercitar nuestras teorías sobre la realidad, para probarlas en la acción. En este contexto, Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í, describió en una carta escrita por su secretario a un joven bahá’í que la vida diaria en una comunidad bahá’í podría considerarse como un aula o laboratorio en el que podemos ejercitar y desarrollar nuestros conocimientos y capacidades como seres espirituales y sociales:

La vida comunitaria bahá’í le proporciona un laboratorio indispensable, en el que puede traducir en acciones vivas y constructivas los principios que se le impregnan de las enseñanzas. Al convertirse en una parte real de ese organismo vivo, puede captar el verdadero espíritu que recorre las enseñanzas bahá’ís. Estudiar los principios y tratar de vivir de acuerdo con ellos son, por lo tanto, los dos medios esenciales a través de los cuales puede asegurar el desarrollo y el progreso de su vida espiritual interior y también de su existencia exterior. [Traducción provisional por Oriana Vento]

Esta relación inextricable entre el estudio y la acción, entre la teoría y la práctica, constituye los dos pilares de la verdadera educación. Una vez que tenemos la experiencia subjetiva de una verdad que funciona en nuestras vidas, en particular en nuestras relaciones con otros seres humanos que intentan los mismos objetivos, no solo confirmamos la validez de nuestro aprendizaje teórico, sino que también apreciamos la alegría de adquirir este conocimiento y posteriormente aumentamos el deseo de aprender más.

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Dicho de otro modo, el acto de aprender se completa una vez que la tarea libremente elegida de adquirir conocimientos se expresa en una serie de acciones libremente escogidas.

Por ejemplo, podríamos aprender intelectualmente una inmensa cantidad de cosas sobre cómo montar en bicicleta. Podríamos estudiar las teorías del equilibrio, las normas de tránsito, el funcionamiento de las distintas partes de la bicicleta, estrategias de cuidado y mantenimiento. Pero el hecho es que una o dos tardes montando realmente en bicicleta pueden reemplazar instantáneamente lo que semanas y meses de estudio podrían haber intentado enseñar. La experiencia subjetiva del equilibrio, de cómo inclinarse en una curva, de lo que se siente al mantener estable el manillar mientras bombeamos las piernas, todas estas acciones completan instantáneamente el proceso de transformación de la comprensión teórica en conocimiento real. Es más, la experiencia establece una base para ampliar los conocimientos teóricos. De repente, todas las palabras que describen la experiencia se relacionan con nuestra acción personal de montar en bicicleta y se derivan de ella, aunque hayamos tenido esa experiencia durante un tiempo relativamente corto.

El mismo proceso y principio es válido para las virtudes metafísicas y espirituales. Podríamos asistir a innumerables seminarios en los que se nos instruyera sobre la naturaleza y el valor de la bondad, especialmente en lo que se refiere a nuestras relaciones con otras personas. Pero si simplemente realizamos varios actos de bondad con otras personas, posiblemente desconocidos, y posteriormente experimentamos el efecto emocional que estos simples actos tienen en los demás, así como en nosotros mismos, nos daremos cuenta al instante de la naturaleza esencial y el beneficio existencial de esta virtud.

A partir de este punto de nuestra educación, la virtud de la bondad ya no consistirá en meras palabras y conceptos. Desarrollaremos la capacidad de relacionar el concepto con estos casos particulares en los que hemos sentido la alegría de otorgar y recibir amabilidad – y cuanto más adepta y expansiva sea nuestra práctica de esta virtud, más abarcadora y compleja será nuestra comprensión y apreciación.

Con el tiempo, al poner en práctica estas cualidades espirituales, descubrimos que podemos convertirnos en expertos en el arte de la bondad, de la justicia, del amor y de cualquier otro atributo. Podemos aspirar a ser refinados practicantes en el arte de la piedad. Pero para tener éxito en nuestra profesión de fe en los hechos, debemos estar dispuestos a hacer de esta transformación personal una parte inalienable de nuestra vida diaria. Debemos llegar a pensar en nosotros mismos como si fuéramos estudiantes perpetuos en el arte divino del desarrollo espiritual, porque independientemente de lo competentes que seamos, siempre podemos ser más hábiles en este arte, siempre y cuando nunca creamos que hemos alcanzado una etapa final de avance, un punto de «salvación».

Reducir la brecha

Hasta cierto punto, ahora podemos apreciar cómo los ejercicios y procesos físicos son capaces de completar nuestra comprensión tanto de nuestra naturaleza esencial como seres espirituales como de nuestros propósitos espirituales al llegar a conocer y posteriormente adorar al Creador.

Comenzamos con un aprendizaje muy rudimentario y progresamos hasta donde somos capaces en el transcurso de esta vida terrenal. Luego continuamos en la próxima vida donde lo dejamos aquí. Podemos suponer, en otras palabras, que es así como tendemos un puente para reducir la brecha entre nosotros y el Creador.

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Pero en esa brecha hay mucho más de lo que podríamos imaginar. De hecho, comprender la naturaleza de esa brecha y todo lo que ocurre en ella constituye el objetivo más importante del resto de nuestro estudio.

En el techo de la Capilla Sixtina, hay una brecha entre los dedos de Dios y Adán en la famosa representación de Miguel Ángel de Dios dando poder a Adán, una expresión simbólica que demuestra la conciencia del artista de que, de alguna manera, la guía divina del Creador debe atravesar esa división entre los aspectos metafísicos y físicos de la realidad. Para llevar a cabo esta tarea, el Creador ha ideado seres especializados, los profetas o mensajeros de Dios, que, según las escrituras bahá’ís, preexisten en el reino espiritual y son plenamente conscientes de él, pero que asumen de buen grado la tarea de asumir una forma humana para habitar entre nosotros y que podamos ser educados por grados.

Aunque la realidad física está repleta de expresiones simbólicas de los atributos del Creador, sin los mensajeros divinos como guías, ninguno de estos ingeniosos símbolos tendría mucho valor para nosotros. Esos mensajeros -como Abraham, Krishna, Moisés, Buda, Cristo, Muhammad y, más recientemente, Bahá’u’lláh- ejemplifican y luego nos explican los «nombres» (las cualidades o atributos) de Dios que también se revelan en la naturaleza y en nosotros mismos, para que podamos comprender los medios por los que aprendemos a ser hijos agradecidos, padres cariñosos y hábiles, maridos y esposas diligentes y cuidadosos, y vecinos fieles y amables.

Pero es evidente que nosotros, como hijos de Dios, no podemos simplemente intuir lo que necesitamos saber. Es cierto que, una vez que hemos sido instruidos y nos hemos puesto en marcha, podemos construir sobre lo que se nos ha enseñado. Sin embargo, como hay una cantidad infinita de cosas que podemos aprender, nunca superaremos nuestra necesidad de ayuda adicional, ya sea como individuos o como sociedad, ya sea en esta vida o en la vida futura. Por lo tanto, en los próximos artículos de esta serie, vamos a examinar exactamente cómo los mensajeros divinos llevan a cabo su misión de guías en un reino que, de otro modo, no tiene guía.

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