Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Una nueva religión comienza cuando un profeta anuncia por primera vez una revelación, como hizo Buda a sus dos primeros discípulos, Trapusa y Bahalika; o como hizo Jesucristo a Juan el Bautista.
De este modo, un mensajero de Dios recibe una revelación de una fuente mística y comienza a difundir la nueva y a la vez antigua sabiduría a los demás. El mensaje del profeta se esparce, cada vez más personas lo aceptan y lo siguen, y de esa manera la revelación comienza a alterar nuestra realidad humana, derribando las viejas formas y eventualmente creando civilizaciones enteras.
Este misterioso proceso, inaugurado por una persona sin riqueza ni poder mundano, acaba convirtiéndose en la base espiritual que sustenta la vida de miles de millones de personas.
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Así es precisamente como el Báb, el joven heraldo de la Fe bahá’í y el fundador de la Fe babí, su revolucionaria precursora, declaró su misión el 22 de mayo de 1844 a un joven buscador llamado Mulla Husayn.
Decenas de miles de compatriotas persas de Mulla Husayn siguieron su ejemplo convirtiéndose en creyentes, pero el gobierno y el estamento clerical se opusieron, persiguieron y mataron a miles de los primeros babíes. Seis años y seis semanas más tarde, el 9 de julio de 1850, el Báb murió bajo una lluvia de balas de un pelotón de fusilamiento, ejecutado sumariamente por las autoridades políticas y religiosas que temían el potente poder del mensaje del Báb, el asombroso y rápido crecimiento de su nueva fe y la sacrificada devoción demostrada por decenas de miles de sus seguidores.
El Báb, título que significa «la Puerta», abrió el camino a la revelación de Bahá’u’lláh y, según creen los bahá’ís, al establecimiento definitivo de la unidad de la humanidad. Entonces, ¿quién era el Báb y por qué, en este día, cada año, millones de personas de todo el mundo celebran su declaración de una nueva Fe?
Desde una perspectiva biográfica simple, el Báb era un joven llamado Siyyid Ali Muhammad, nacido en Shiraz, en la provincia de Fars, Persia, en 1819. (Siyyid es un título que significa «descendiente del linaje del profeta Muhammad»).
Nacido en el seno de una familia de comerciantes y mercaderes; criado por su tío materno tras la muerte prematura de su padre en 1826; místico descendiente de muchas generaciones de sufíes místicos; conocido desde su infancia por su sabiduría, inteligencia y humildad; el Báb, que fue ejecutado cuando solo tenía 30 años, inauguró un movimiento espiritual solo comparable al nacimiento del cristianismo.
Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, escribió este breve resumen de los paralelismos en su libro Dios Pasa:
La pasión de Jesucristo, y a decir verdad Su ministerio público entero, muestran su paralelo con la Misión y muerte del Báb, paralelo que ningún estudioso de las religiones comparadas dejará de percibir o reconocer. Por la juventud y mansedumbre del Inaugurador de la Dispensación bábí; por la brevedad y turbulencia extremas de Su ministerio público; por la celeridad dramática con que ese ministerio alcanzó su apogeo; por el régimen apostólico que instituyó, y por la primacía que confirió a uno de sus miembros; por el arrojo de Su desafío frente a las convenciones, ritos y leyes inveteradas que se habían entretejido en la fibra misma de la religión en que Él había nacido; por el cometido que una jerarquía religiosa oficialmente reconocida y sólidamente arraigada desempeñó como inspiradora primaria de las vejaciones que se Le hizo sufrir; por las indignidades acumuladas sobre Él; por lo repentino de Su arresto; por el interrogatorio al que fue sometido; por las burlas volcadas sobre Su persona y los azotes que se le propinaron; por la afrenta pública que soportó; y, finalmente, por Su prendimiento ignominioso ante la mirada de una multitud hostil; por todo ello no podemos dejar de discernir una semejanza notable con los rasgos señeros de la vida de Jesucristo.
Lo que comenzó unas horas después de la puesta de sol del 22 de mayo de 1844, una liberación de energía espiritual, una nueva era de fe, una renovación de la promesa eterna de la propia religión, ha continuado sin interrupción hasta ahora.
Poco después de su declaración, muchos miles de personas se convirtieron en seguidores del Báb, que abrogó las leyes del pasado y declaró que había venido a allanar el camino para otro profeta de Dios, el «Prometido de todos los tiempos», «Aquel a quien Dios hará manifiesto», que establecería una religión mundial pacífica, universal y unificadora.
Los historiadores que estudian los primeros indicios de la transformación social iniciada por el Báb, a menudo destacan la virulenta y violenta persecución que engendró su mensaje. Este pasaje, extraído de la obra Bahá’u’lláh y la Nueva Era del Dr. J.E. Esslemont, nos ofrece una visión:
El fuego de Su elocuencia, la maravilla de Sus rápidos e inspirados escritos, Sus conocimientos y sabiduría extraordinaria, Su intrepidez y celo como reformador, levantaron el más grande entusiasmo entre Sus discípulos, pero excitaron un odio y una alarma de igual intensidad entre los musulmanes ortodoxos. Los doctores de la secta shi’í lo denunciaron con vehemencia y persuadieron al gobernador de Fárs, Husayn Khan, gobernante tiránico y fanático, a que emprendiese el exterminio de la nueva herejía. Entonces comenzó para el Báb la larga serie de encarcelamientos, deportaciones, interrogatorios ante los tribunales, castigos e insultos de todas clases, que sólo terminaron con Su martirio en 1850… Como consecuencia de las declaraciones del Báb y la rapidez alarmante con la cual gentes de todas clases, ricas y pobres, instruidas e ignorantes, respondían ardientemente a Sus enseñanzas, las tentativas para suprimir fueron más y más implacables. Los hogares fueron saqueadas y destruidas, y las mujeres raptadas. En Teherán, en Fárs, en Mázindarán y otras ciudades de Persia, dieron muerte a gran número de creyentes. Muchos fueron decapitados, ahorcados, disparados por la boca de cañones, quemados o despedazados. Pero, a pesar de todos los intentos de represión, el movimiento progresaba.
Abdu’l-Bahá describió la Declaración del Báb y los sacrificios que hicieron sus seguidores en un discurso que ofreció en Estados Unidos con motivo del aniversario de la declaración del Báb:
En ese día de 1844 el Báb fue enviado para anunciar y proclamar el Reino de Dios, propagando las Buenas Nuevas de la venida de Bahá’u’lláh y soportando la oposición de toda la nación de persa. Algunos de los persas lo siguieron. Por esto ellos sufrieron las más penosas dificultades y severas ordalías. Soportaron las pruebas con maravilloso poder y sublime heroísmo. Miles fueron arrojados a la prisión, castigados, perseguidos y martirizados. Sus hogares fueron saqueados y destruidos, sus posesiones confiscadas. Sacrificaron sus vidas de muy buena gana permanecieron inquebrantables en su fe hasta el mismo final. Esas almas maravillosas son las lámparas de Dios, estrellas de santidad brillando gloriosamente en el eterno horizonte de la Voluntad de Dios.
Naturalmente, los bahá’ís se regocijan y celebran anualmente el aniversario de la Declaración del Báb, que hizo sonar por primera vez el gran llamamiento a la unidad de todos los pueblos, culturas, naciones y religiones. El Bab escribió:
…ten por cierto que lo primero y más importante de la religión es el conocimiento de Dios. Esto alcanza su consumación en el reconocimiento de su unidad divina…
Las nuevas religiones siempre comienzan cuando un profeta de Dios recibe una revelación divina, una transferencia mística de inspiración, conocimiento y poder espiritual del Creador. Con Buda, con Abraham, con Jesús, con Muhammad, con el Báb y con Bahá’u’lláh, se produjo este mismo patrón básico. Cada uno de esos profetas abrió el camino a un nuevo nivel de conciencia humana y desarrollo social.
El Báb, cuya declaración celebramos hoy, proporcionó los medios y el mensaje para hacer posible el establecimiento definitivo de la unidad de la humanidad.
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