Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La historia de la humanidad está repleta de pruebas de la guía divina, tanto dentro como fuera de los escritos judeocristianos. ¿Y si toda esa guía representa una efusión continua del Creador?
Las enseñanzas bahá’ís se basan en ese extraordinario principio espiritual, denominado revelación progresiva.
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Es imposible exagerar la importancia de este profundo concepto, que nos ayuda a comprender cómo evolucionan las enseñanzas divinas a través de sucesivos mensajeros sagrados, y cómo dan forma al viaje de la humanidad hacia su destino final.
La esencia de la enseñanza de Bahá’u’lláh sobre la revelación progresiva es que Dios, a través de Su Espíritu Santo, da poder a los mensajeros divinos principales, denominados en los escritos bahá’ís manifestaciones de Dios, para que traigan revelaciones divinas sucesivas y secuenciales a la humanidad.
Cada profeta es un maestro poderoso
Al igual que los maestros en una escuela educan a sus alumnos paso a paso y grado a grado, estos santos mensajeros aportan conocimiento y madurez espiritual a la humanidad. Los bahá’ís creen, pues, en todos los fundadores y profetas de las grandes religiones del mundo: Abraham, Krishna, Moisés, Zoroastro, Buda, Cristo, Muhammad y, más recientemente, los mensajeros gemelos que fundaron la Fe bahá’í, el Báb y Bahá’u’lláh.
Cada revelación divina, explican las enseñanzas bahá’ís, trae al mundo una primavera espiritual de renovación. Para continuar con esta analogía estacional, cada nueva primavera da paso a un verano espiritual de florecimiento de la nueva revelación, seguido inevitablemente por un otoño y un invierno espirituales a medida que la influencia de ese profeta declina. Cuando las enseñanzas originales de una manifestación dejan de inspirar y animar a la humanidad, aparece el poder regenerador de otra manifestación, continuando el ciclo eterno de la guía del Creador. Como dijo Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, en un discurso en París:
Así como los rayos del sol traen la luz y el calor del sol a la tierra, dando vida a todos los seres creados, las «Manifestaciones» traen el poder del Espíritu Santo del Sol de la Realidad Divina para dar luz y vida a las almas de los seres humanos.
Observad: necesariamente ha de existir un intermediario entre el sol y la tierra; el sol no desciende a la tierra, ni la tierra asciende al sol. Este contacto se realiza por medio de los rayos del sol, que son los que confieren luz y calor.
El Espíritu Santo es la luz del Sol de la Verdad que trae, por su infinito poder, vida e iluminación a toda la human idad, inundando todas las almas con el Resplandor Divino, llevando las bendiciones de la Misericordia de Dios al mundo entero. La tierra, sin la mediación del calor y la luz de los rayos del sol, no recibiría ningún beneficio del sol. – La sabiduría de Abdu’l-Bahá, p. 66.
Esta enseñanza única reconoce que la guía divina no es estática, sino que se desarrolla progresivamente a lo largo del tiempo.
Cada manifestación de Dios aporta un conjunto de enseñanzas espirituales y sociales adaptadas a las necesidades y capacidades de la humanidad en una determinada etapa de su desarrollo. Este concepto reconoce la naturaleza dinámica de la revelación divina, que permite un crecimiento y una evolución espirituales continuos.
¿Cómo evoluciona la religión?
A lo largo de la historia, las enseñanzas divinas han evolucionado junto con la conciencia humana, el lenguaje y los marcos conceptuales. Al igual que la comprensión de un niño se profundiza a medida que crece y madura, la comprensión de la verdad espiritual por parte de la humanidad se amplía con cada manifestación sucesiva. Esta evolución nos permite «apoyarnos en hombros de gigantes», basándonos en las ideas y leyes de quienes nos precedieron.
Cada manifestación de Dios no sólo aporta enseñanzas adaptadas a sus respectivas épocas, sino que también hace hincapié en aspectos específicos del crecimiento espiritual. Estas nuevas enseñanzas se convierten en un instrumento para guiar a la humanidad hacia su destino final, fomentando el desarrollo de civilizaciones sucesivas.
Abraham
Abraham, conocido como el padre del monoteísmo, marcó el comienzo de una era de conciencia espiritual, con profecías de que sería el padre de muchas naciones, con descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo o la arena de la playa. Su énfasis en la fe y la devoción sentó las bases para la expansión de las creencias monoteístas y el crecimiento de las comunidades religiosas.
Moisés
Pero algunos de sus descendientes fueron esclavizados por el Faraón, y Moisés fue enviado a ellos para rescatarlos de la esclavitud y entregarles leyes que les ayudaran a establecer una sociedad basada en principios de justicia, moralidad y orden social. Sus enseñanzas proporcionaron un marco para la vida ética y la armonía comunal, guiando a sus seguidores a través de un período de consolidación mientras intentaban encarnar los principios divinos descritos en la Torá. En el libro del Deuteronomio, Moisés esbozó este principio:
Ciertamente os he enseñado estatutos y decretos, tal como me mandó el Señor, mi Dios, para que actuéis conforme a ellos en la tierra que vais a poseer. Por tanto, tened cuidado de observarlos; porque ésta es vuestra sabiduría y vuestro entendimiento a los ojos de los pueblos que oirán todos estos estatutos, y dirán: ’Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio y entendido.’
Jesucristo
Pero tras el declive del antiguo Israel, varios estados de esclavitud, cautiverio y posterior ocupación por los romanos, Jesús trajo un mensaje de amor, perdón y transformación espiritual, marcando el comienzo de una nueva era de expansión espiritual. Su énfasis en la compasión y la unidad inspiró una oleada de renovación espiritual a medida que los individuos trataban de profundizar en su relación con Dios y encarnar las enseñanzas del Evangelio. Este evangelio debía ser «predicado a todas las naciones» antes del establecimiento del Reino de Dios. De hecho, ante Él se inclinaron las rodillas de los futuros reyes, que recibieron sus coronas en su nombre. Los escritos bahá’ís explican que si no fuera por Jesús, el mundo no sabría siquiera quién fue Moisés, lo que ilustra este proceso continuo de revelación progresiva. El hecho de que ambos libros –el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento– estén tradicionalmente unidos ilustra ampliamente el principio de la revelación progresiva.
Muhammad
Muhammad, siguiendo la tradición abrahámica, trajo la revelación del Corán, guiando a la humanidad hacia la justicia social, la compasión y la sumisión a la única voluntad de Dios. Su énfasis en la comunidad y el gobierno ético fomentó un periodo de consolidación, ya que las tribus árabes enfrentadas se unieron bajo la influencia islámica, lanzando una civilización que floreció y se extendió por la península arábiga y más allá.
El Báb y Bahá’u’lláh
Siglos más tarde, el Báb, anunciando el amanecer de una nueva era, preparó el camino para la llegada de Bahá’u’lláh, ofreciendo guía espiritual y renovación a un mundo que necesitaba la intervención divina. Llegó a Persia, conocida hoy como Irán, en un momento en que tanto el Islam como el Imperio Otomano estaban en declive. Sus enseñanzas desencadenaron un periodo de rápida expansión espiritual a medida que los individuos abrazaban con entusiasmo el nuevo mensaje. Bahá’u’lláh, la manifestación más reciente de Dios, pero ciertamente no la última, reveló las enseñanzas de unidad, paz y unicidad humana, guiando a la humanidad hacia su madurez colectiva.
El énfasis de Bahá’u’lláh en la unidad de Dios y la unidad de la humanidad marcó el comienzo de una nueva era de expansión espiritual en la que individuos de diversos orígenes de todo el mundo se unieron en pos de una visión común del futuro. La Fe bahá’í hace hincapié en orientarse hacia el exterior para relacionarnos «… con los seguidores de todas las religiones» para fomentar la unidad en la diversidad. Simple y contundentemente, Bahá’u’lláh reveló: “Dios quiera que la luz de la unidad envuelva a toda la tierra, y que el sello “El Reino es de Dios” sea estampado en la frente de todos sus pueblos”. – Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, p. 12.
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Estas épocas alternadas de expansión y consolidación, provocadas por el énfasis en la dispensación de cada manifestación, reflejan un plan divino global para el desarrollo gradual del potencial humano. Subrayan la naturaleza cíclica del crecimiento espiritual, permitiendo que las enseñanzas religiosas se regeneren y renueven continuamente en cada primavera espiritual.
Krishna, Zoroastro y Buda
La Fe bahá’í también venera la sabiduría espiritual de Krishna, las antiguas enseñanzas de Zoroastro y las profundas percepciones de Buda. Estas manifestaciones de Dios fueron también profetas y maestros divinos, enviados para guiar el viaje espiritual de la humanidad. Ese panteón sagrado de grandes maestros espirituales también incluye figuras indígenas veneradas por las tribus africanas y los pueblos nativos de América, Australasia y más allá.
La religión es una
En lugar de considerar las religiones como algo separado y distinto, este profundo principio bahá’í de revelación progresiva nos invita a verlas como capítulos interconectados de una misma narración histórica, cada uno de los cuales contribuye a la evolución espiritual de la humanidad.
Las enseñanzas bahá’ís hacen hincapié en la universalidad de la revelación divina y en la interconexión de la espiritualidad humana a través del tiempo y el espacio, honrando las contribuciones de estas innumerables manifestaciones.
Al contemplar el concepto de revelación progresiva, abracemos la riqueza de la guía divina a lo largo de la historia, reconociendo el amor, la bondad y el propósito común que subyacen en todas las tradiciones religiosas. Podemos avanzar hacia un mundo más unificado y armonioso, guiado por la luz de la sabiduría divina, comprendiendo y apreciando las contribuciones de cada uno de los sucesivos mensajeros de Dios.
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