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Cómo los sacrificios de mis antepasados fortalecieron mi fe

Thomas Grant | Mar 25, 2021

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Thomas Grant | Mar 25, 2021

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En 1850, un erudito babí llamado Vahid subió al púlpito de la mezquita Jumih en el pequeño pueblo persa de Nayríz, donde anunció valientemente la misión del Báb, el fundador de la Fe Babí.

El Báb, heraldo y precursor de Bahá’u’lláh y de la fe bahá’í, había causado sensación en toda Persia con su nueva religión, que exigía apartarse de las prácticas del Islam.

Vahid, uno de los principales eruditos islámicos de la Persia del siglo XIX, había sido enviado por el Sháh para interrogar al Báb. El Guardián de la fe bahá’í, Shoghi Effendi, relató aquellos impactantes acontecimientos en su libro «Dios pasa«:

La conmoción había asumido tales proporciones que el Sháh, incapaz ya de pasar por alto la situación, comisionó en una persona de confianza, Siyyid Yahyáy-i-Dárábí, conocido por el apelativo de Vahíd, uno de los súbditos más eruditos, elocuentes e influyentes –un hombre que había memorizado no menos de treinta mil tradiciones– para que investigase y le informase de la verdadera situación. De mente despejada, sumamente imaginativo, escrupuloso por naturaleza, íntimamente asociado con la Corte, él, en el curso de tres entrevistas, quedó del todo ganado por los argumentos y personalidad del Báb. Su primera entrevista se centró en las enseñanzas metafísicas del islam, los pasajes más abstrusos del Corán y las tradiciones y profecías de los Imámes. En el curso de la segunda entrevista el Vahíd quedó anonadado al descubrir que las preguntas que tenía intención de someter para su elucidación habían desaparecido de su receptiva memoria y que, no obstante, para su total asombro, el Báb respondía precisamente a las mismas preguntas que aquél había olvidado. Durante la tercera entrevista las circunstancias que rodearon la revelación del comentario del Báb sobre el sura de Kawthar, que abarca no menos de dos mil versículos, abrumaron de tal manera al delegado del Sháh que, contentándose con un mero informe dirigido al Camarlengo de la Corte, se alzó acto seguido a dedicar su vida entera y recursos al servicio de una Fe que había de compensarle con la corona del martirio durante la revuelta de Nayríz.

Cientos de personas declararon su fe en la nueva religión y su número aumentó. Sin embargo, el gobernador de la ciudad, temiendo que los babíes fueran una amenaza para su posición, los denunció y pidió al gobernador de Shiraz que enviara fuerzas para aplastar a la población babí.

Los babíes, bajo el liderazgo de Vahid, abandonaron sus hogares para refugiarse en el fuerte Khajih, en las afueras del pueblo. Durante meses, con sólo materiales improvisados y casi sin suministros, los valientes defensores del fuerte resistieron a las poderosas fuerzas del gobernador.

Mi familia desciende de estos intrépidos individuos, y he escuchado sus historias desde que era un niño.

Cuando escuchaba esas historias, las consideraba más bien leyendas y cuentos. Sin embargo, cuando me hice mayor empecé a comprender mejor la relevancia y la realidad de las acciones de mis antepasados. También empecé a apreciar la amplitud y la valentía de los sacrificios que hicieron por su fe. Convertirse en babíes significaba perder sus trabajos, sus casas, su posición social e incluso a miembros de su familia. No se callaron ni tuvieron miedo de proclamar sus creencias, y difundieron las nuevas enseñanzas del Báb a los que les rodeaban con una confianza y una alegría infalibles.

Reflexionar sobre las acciones de mis antepasados me ha llevado a pensar en cómo actúo como bahá’í en la sociedad contemporánea. Aunque estoy muy agradecido de ser bahá’í y de conocer al Báb y las enseñanzas de Bahá’u’lláh, al igual que muchos adolescentes, a veces me siento indeciso y cauteloso por parecer diferente a los demás. Sin embargo, cuando pienso en cómo mis antepasados estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo para proclamar la nueva fe que une a la raza humana, me doy cuenta de que ciertamente yo también podría defenderla y trabajar con más ahínco para que los principios de la fe bahá’í se cumplan.

Muchos de mis antepasados sacrificaron no solo sus posesiones materiales, sino también sus vidas. Mi tatara-tatara-tatara… abuelo, Mulla Abdu’l Husayn, tenía ochenta años durante el asedio del fuerte. Su hijo, Mulla Alí Naqi, fue asesinado durante una batalla, y cuando Vahid fue a consolarle por la pérdida de su hijo, Husayn respondió que la muerte de su hijo era la estación más alta que alguien podía alcanzar y era un regalo del Prometido. Husayn dijo que su deseo era sacrificarse en el camino de Dios.

Tres años después, su deseo se cumplió. En 1853, una nueva ola de persecución se abatió sobre los babíes de Nayríz, por lo que se refugiaron en las montañas y volvieron a defenderse de las fuerzas de sus opresores. Sin embargo, los babíes fueron derrotados y todos los hijos y hermanos de Husayn fueron asesinados, junto con el resto de sus familias. La mayoría de las mujeres, niños y ancianos, incluido Husayn, fueron llevados encadenados a Shiraz. En un interrogatorio con funcionarios del gobierno, le preguntaron a Husayn por qué, a una edad tan avanzada, decidió seguir al Báb. Él respondió simplemente: «Porque deseaba ser sincero». Al no gustarles su respuesta, los funcionarios le llenaron la boca de tierra y arena, y luego le dispararon y lo hirieron. Una vez terminado el interrogatorio, Husayn y una veintena de otros babíes fueron trasladados a pie a Teherán por orden del Sháh. Durante el viaje, Husayn enfermó y no pudo continuar, por lo que los soldados lo decapitaron, enterraron su cuerpo y pasearon su cabeza sobre lanzas por las distintas ciudades.

Saber que tantos de mis parientes fueron martirizados y perseguidos por su religión también ha cambiado mi forma de pensar sobre mis propios sacrificios. Amaban tanto su fe que harían cualquier cosa por ella. Sus acciones me recuerdan lo vital e importante que es la fe bahá’í para el desarrollo de la sociedad. Intento recordar sus acciones cuando tengo que tomar decisiones: cómo enseño la fe bahá’í, cómo paso mi tiempo, cómo me comporto con los demás y mi disposición a sacrificar mis propios intereses egoístas por algo mucho más grande que yo.

En 1850, los babíes se mantuvieron firmes frente a las enormes fuerzas gubernamentales que pretendían destruirlos. Oleada tras oleada de soldados persas completamente armados fueron incapaces de atravesar las defensas de gente aparentemente ordinaria. Aunque tenían una gran ventaja material sobre ellos, las autoridades sabían que nunca podrían ganar. Desesperado, el gobernador transmitió un mensaje a Vahid, en el que juraba sobre el Corán que si los babíes salían del fuerte y se rendían, les permitirían el paso libre a sus hogares.

Vahid y los babíes vieron y comprendieron inmediatamente el engaño del gobernador, pero por respeto al libro sagrado, salieron del fuerte desarmados y se rindieron. El ejército no tardó en masacrarlos. Tras este suceso y otros similares, junto con el martirio del Báb por un pelotón de fusilamiento en el mismo año, la fe babí parecía estar al borde del colapso. Sin embargo, trece años después, en 1863, Bahá’u’lláh declaró su misión en la ciudad de Bagdad, y hoy en día hay millones de bahá’ís repartidos por todo el mundo, lo que convierte a la fe bahá’í en la segunda religión más extendida del mundo después del cristianismo.

Aunque las autoridades persas intentaron matar a mis antepasados, y lo consiguieron en muchos casos, sus descendientes están repartidos por todo el mundo, en Oriente Medio, América del Norte y del Sur, Asia, África y Australia. Sirven a sus comunidades y enseñan la fe por la que sus antepasados estuvieron dispuestos a morir. A mi abuelo le gusta decirnos que la persecución de los bahá’ís en Persia sólo los dispersó por todo el mundo.

Mis antepasados han cambiado mi vida, y aunque fueron silenciados, aunque fueron atacados, aunque fueron asesinados, su espíritu sigue vivo en sus descendientes, incluido yo.

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