Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Para recuperarme de una infancia marcada por el incesto y otras formas de abuso, se me ha enseñado que está bien llorar.
He aprendido que reprimir los sentimientos de dolor por la pérdida de la inocencia y las traiciones de quienes debían protegerme me impide seguir adelante. Mis programas de terapia y recuperación han hecho hincapié en fomentar el dolor, y todo eso tenía sentido para mí.
Hasta que, en mis lecturas diarias de esta mañana, me encontré con esta lectura de Bahá’u’lláh, el fundador de la fe bahá’í, en cuyas enseñanzas confío implícitamente. Bahá’u’lláh escribió: «Cuidado, no permitas que nada te aflija».
¡Hmmmm! ¿Que nada me aflija? Es imposible, pensé.
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Esta mañana he leído sobre otra injusticia en el mundo, ¡y no puedo soportarlo! La unidad que siento con mis hermanos y hermanas de todo el mundo, personas a las que ni siquiera conozco, hace que mi empatía, compasión y ternura se disparen.
Como resultado, me siento triste constantemente, y algunos días es realmente difícil quitármelo de encima. Ha habido momentos en mi vida en los que el dolor ha sido tan intenso que he padecido depresión clínica durante varios años.
Pensé en lo peor que puede sufrir una persona, la muerte de alguien cercano, y, de nuevo, Bahá’u’lláh nos dice en su libro Las Palabras Ocultas que «He hecho de la muerte una mensajera de alegría para ti. ¿Por qué te afliges?».
¿¡Así que ni siquiera podemos afligirnos por eso!? Entonces, ¿Qué se supone que debemos hacer con nuestro dolor?
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Decidí leer un poco más sobre este tema y descubrí que el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, Abdul-Bahá, dijo algo parecido utilizando una bella metáfora:
Cuando los vientos soplen con fuerza, las lluvias caigan ferozmente, los relámpagos centelleen, los truenos rujan, el rayo descienda y las tormentas de las pruebas se vuelvan severas, no te aflijas; porque después de esta tormenta, en verdad, llegará la divina primavera, las colinas y los campos se volverán verdes, las extensiones de grano ondearán alegremente, la tierra se cubrirá de flores, los árboles se vestirán con verdes ropajes y se adornarán con flores y frutos. Así se manifiestan las bendiciones en todos los países. Estos favores son resultados de esas tormentas y huracanes.
El hombre perspicaz se regocija en el día de las pruebas, su pecho se dilata en el momento de las tormentas severas, sus ojos se iluminan al ver los aguaceros y las ráfagas de viento… porque él prevé el resultado y el fin, las hojas, las flores y los frutos… [Traducción provisional de Oriana Vento]
¿Regocijarme? ¡Vaya!, pensé. Los niveles de exigencia son cada vez más altos. Afortunadamente, hay algunos beneficios: Dios nos acerca a Él cuando nos esforzamos por tener la actitud correcta de oración y paciencia. Puedo acudir a Dios en oración cuando estoy afligida, porque, afortunadamente, a pesar de todas las luchas de mi vida, sigo creyendo en un Dios compasivo, que todo lo ama, incluso cuando a la gente buena le pasan cosas malas.
No todo el mundo puede hacerlo, así que, ¿Qué pueden hacer?
En una conversación con un visitante de Alemania, se dice que Abdu’l-Bahá dijo:
No seas esclavo de tus sentimientos, sino su amo. Pero si estás tan enfadado, deprimido y herido que no encuentras liberación y paz, incluso en la oración, rápidamente ve y brinda alegría a alguien solitario o triste, a un culpable o inocente que sufre. Sacrifícate a ti mismo, tu tiempo, tu talento, tu descanso a otro, a uno que lleve una carga más pesada y tu infelicidad se disolverá en una bendita y satisfecha sumisión a Dios.
Así que parece que una de las mejores formas de procesar el duelo es ir a ayudar a otra persona. Es algo que todos podemos hacer.
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