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Peter Gyulay | May 25, 2021

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Peter Gyulay | May 25, 2021

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Nos enfrentamos constantemente a decisiones difíciles sobre lo que está bien y lo que está mal. «¿Debo fingir que me gusta su nuevo vestido?», «¿realmente tengo que incluir esto en mi declaración de impuestos?» o «me encanta el sabor de la carne, pero ¿debería comerla todos los días de la semana?».

Para tratar estos dilemas de conciencia se suelen plantear tres marcos éticos principales que se centran en: la virtud, el deber y los resultados.

Estos tres enfoques se han considerado a menudo contradictorios entre sí. Pero las enseñanzas bahá’ís nos muestran cómo pueden complementarse entre sí y ayudarnos a enfrentarnos a las cuestiones éticas con claridad y confianza.

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La virtud

La virtud suele ser el último enfoque del que se habla al presentar estos tres marcos éticos. Sin embargo, en la fe bahá’í, es el más conspicuo de los tres. De hecho, a primera vista, puede parecer que las enseñanzas bahá’ís solo utilizan este enfoque para las cuestiones éticas. Existen numerosos escritos sobre el significado y la importancia de las virtudes. He aquí uno de Abdu’l-Bahá, el hijo del profeta y fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, y su sucesor designado:

Debemos esforzarnos con todas las energías del corazón, el alma y la mente para desarrollar y manifestar las perfecciones y virtudes latentes dentro de las realidades del mundo fenomenal, pues la realidad humana puede compararse a la semilla. Si sembramos la semilla, surge, un árbol poderoso.

Al igual que otras teorías sobre la virtud, como la de Aristóteles, los escritos bahá’ís hacen hincapié en el poder de estas cualidades positivas para dar forma a nuestras vidas. Estas cualidades nos permiten tomar la decisión correcta aplicando la virtud adecuada. Por ejemplo, si tenemos que decidir entre ganar mucho dinero mintiendo o no, recurrimos a la virtud de la veracidad para que nos guíe hacia el mejor curso de acción: decir la verdad.

Pero, ¿cómo podemos tomar estas nobles decisiones si nosotros mismos somos imperfectos?

Buena pregunta. Pues bien, Aristóteles sugiere que adoptemos un modelo de conducta. De este modo, podemos ir haciéndonos cada vez más virtuosos y, por tanto, tomar mejores decisiones y vivir una vida más noble. Esto está muy en consonancia con las enseñanzas bahá’ís, que destacan la importancia de alinear nuestras vidas con las enseñanzas y los ejemplos de las Manifestaciones de Dios. Estos líderes espirituales, que incluyen figuras como Buda, Cristo, Muhammad y, más recientemente, Bahá’u’lláh, reflejan perfectamente todas las virtudes de Dios. Esto significa que al seguir su ejemplo y poner en práctica sus enseñanzas, desarrollamos las mismas nobles cualidades que ayudan a guiar nuestras acciones. Estas virtudes no solo nos ayudan a vivir una vida noble, sino que, como expuso Aristóteles, también nos aportan felicidad.

El deber

Aunque la virtud tiene una clara importancia en el modo de vida bahá’í, también se hace hincapié en el deber. A diferencia del enfoque fluido de la ética de la virtud, el enfoque en el deber es más claro. Las virtudes pueden ser aplicadas de diferentes maneras en las distintas culturas y entre los individuos, mientras que los deberes son más firmes.

El filósofo más conocido por su énfasis en el deber es Emmanuel Kant. Kant sostenía que estos deberes se basaban en la razón y se centraban en poder universalizar una acción que no tratara a los demás como cosas para utilizar en beneficio propio.

Podríamos decir que la noción de deber de Kant proporciona una explicación racional para la aplicación de las virtudes. Por ejemplo, los escritos bahá’ís dicen: «la veracidad es la base de todas las virtudes humanas». Kant proporcionó una justificación racional para esta virtud. Decía que era malo mentir porque sería lógicamente inconsistente que todo el mundo fuera libre de mentir y aun así fuera capaz de distinguir la verdad de la falsedad.

Las enseñanzas bahá’ís describen ciertos deberes, como la obligación de los padres de educar a sus hijos. Por ejemplo, Abdu’l-Bahá escribió:

…la educación y la enseñanza están consignadas en el Libro de Dios como obligatorias y no voluntarias. Es decir, se les impone al padre y a la madre, como un deber, hacer todos los esfuerzos por instruir a la hija y al hijo, amamantarlos con el pecho del conocimiento y criarlos en el regazo de las ciencias y las artes.

Además, en circunstancias en las que los padres no pueden proporcionar una educación a más de un hijo, deben educar a su hija, ya que es probable que ella críe a sus propios hijos y los eduque. Este planteamiento está ahora también reconocido por las Naciones Unidas y las ONG de todo el mundo. Hay numerosas iniciativas en todo el mundo para educar a las niñas porque se entiende que esto tiene efectos sociales y medioambientales positivos de gran alcance.

Pero desde una perspectiva bahá’í, lo que podemos ver aquí es que este deber de educar, y de educar en particular a las mujeres, no es un deber sacado de la nada, sino que se deriva de las virtudes. En este deber concreto, vemos la virtud del conocimiento, porque los niños aprenden sobre el mundo y, a través de medios científicos y racionales, se acercan a la verdad sobre él. También podemos ver la excelencia, ya que anima a los niños a aprender varias ramas del conocimiento y las artes hasta alcanzar un alto nivel, y la justicia, ya que aumenta las oportunidades de las mujeres, que han sido históricamente privadas de derechos.

Los resultados

Hay otro enfoque de la ética que hace hincapié en un aspecto diferente de las cuestiones éticas: sus resultados.

Este enfoque suele denominarse «consecuencialismo» porque se centra en las consecuencias de las acciones de las personas. Hay muchas versiones de esta teoría, pero lo que es básicamente lo mismo en todas ellas es que lo que hace que una acción esté éticamente justificada es su intención de producir el mayor bien para el mayor número de personas.

Un ejemplo común es que, si hubiera una vía de tren que se dividiera en dos carriles, y hubiera un grupo de 20 personas atadas a una vía y dos personas atadas a la otra, lo ético sería desviar el tren a la vía con las dos personas para que sobrevivieran más personas. (Estos dilemas se hacen más difíciles cuando imaginamos que las dos personas son nuestros seres queridos).

Aunque las enseñanzas bahá’ís no se alinean formalmente con este enfoque de la ética, podemos ver, no obstante, la presencia de esta perspectiva en los escritos bahá’ís, a través de mandatos como éste que nos llaman a centrarnos en el beneficio de toda la humanidad:

Esto es adoración: servir a la humanidad y proveer las necesidades de las gentes. El servicio es oración. Un médico atendiendo a los enfermos cariñosa, tiernamente, libre de prejuicios y creyendo en la solidaridad de la raza humana, está ofreciendo alabanzas.

Podríamos decir que a menudo podemos comprobar si una decisión o acción es ética preguntándonos: «¿Beneficiará este curso de acción al mayor número de personas posible, o me beneficiará a mí principalmente?» Si beneficia al mayor número posible de personas, probablemente sea la acción más virtuosa.

Dicho esto, también tenemos que considerar nuestro propio bienestar en la ecuación y descifrar entre necesidades y deseos. Si mis acciones permiten que mucha gente obtenga un placer inconstante y fugaz a costa de mi propio bienestar físico o mental, entonces probablemente no sea lo mejor. Evidentemente, si disminuyo mi propio bienestar, seré menos capaz de ayudar realmente a los demás.

Podemos afrontar los dilemas éticos desde la perspectiva de la virtud, el deber y los resultados. Y aunque a veces no tenemos tiempo para analizar cada decisión, cuando nos enfrentamos a momentos de bifurcación, podemos hacernos las siguientes preguntas:

«¿Qué virtudes personificaría si hago esto?»

«¿Mantendría mi deber con mi madre, esposa, amigo o colega?»

«¿Beneficiaría esto de forma significativa al mayor número de personas posible?».

Al hacernos estas preguntas, podemos analizar la cuestión desde diferentes ángulos, comprobar nuestra motivación y ver el impacto potencial de nuestras acciones. Esto significa que tenemos más posibilidades de tomar decisiones de las que podamos estar seguros en el presente y sentirnos satisfechos en el futuro.

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