Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Ya hemos explicado que el espíritu se halla universalmente dividido en cinco categorías: el espíritu vegetal, el espíritu animal, el espíritu humano, el espíritu de fe y el Espíritu Santo.
El espíritu vegetal es el poder de crecimiento que, gracias al influjo de otras existencias, se despliega dentro de la semilla.
El espíritu animal consiste en el poder de todos los sentidos y se ve posibilitado por la composición y mezcla de elementos; al desintegrarse éstos, el poder también desaparece. Cabe compararlo con la lámpara aquí presente: cuando el aceite, la mecha y el fuego se combinan, la lámpara se enciende; cuando la combinación se deshace, es decir, cuando las partes combinadas se separan unas de otras, la lámpara se extingue.
El espíritu humano, que distingue al hombre del animal, es el alma racional. Las dos expresiones -espíritu humano y alma racional- designan una misma realidad. Dicho espíritu, conocido en la terminología de los filósofos como alma racional, comprende a todos los seres y descubre de acuerdo con su capacidad la realidad de los seres, sus propiedades, peculiaridades y efectos. Sin embargo, de no contar con el auxilio del espíritu de fe, el espíritu humano se muestra incapaz de familiarizarse con los secretos divinos y las realidades celestiales. Es como un espejo que, aunque límpido, pulido y brillante, necesita luz. Y así, mientras no haya un rayo de sol que se pose sobre él, no alcanza a descubrir los secretos celestiales.
En cambio, la mente es el poder del espíritu humano. Si el espíritu es la lámpara, la mente es la luz que brilla en la lámpara. El espíritu es el árbol, y la mente el fruto. La mente es la perfección del espíritu y su cualidad esencial, de modo semejante a como los rayos son un requisito esencial del sol.
Si bien breve, la explicación que acabamos de dar es completa. Reflexiona por tanto sobre ella. Dios mediante, comprenderás los detalles.
– ‘Abdu’l-Bahá, Contestación a unas preguntas, páginas 256-257
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