Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Vivimos en tiempos inquietantes y parte de ese sentimiento de inquietud proviene del hecho de que el mundo se ha contraído en una aldea virtual.
Durante miles de años, la geografía y las grandes distancias dividieron a la humanidad en pequeños territorios aislados de personas en todo el mundo, totalmente separadas por el tiempo y el espacio. Vivíamos en aldeas con poblaciones limitadas y rara vez viajábamos más que a una corta distancia de donde nacimos y morimos.
Pero a medida que avanzamos a través de los siglos posteriores a la era del descubrimiento, el mundo se fue reduciendo progresivamente a un nuevo patrón. A medida que el transporte y la tecnología se desarrollaron, las distancias entre nosotros disminuyeron. Encontramos nuevas culturas, nuevos pueblos, nuevas formas de pensar. La gente de Occidente y Oriente se encontraron, pero se unieron de una manera hostil que llevó a la humanidad al borde del peligro mundial. A través de las ráfagas de fuego de las guerras mundiales del siglo pasado, pasamos por conflictos que amenazaron la existencia misma de la vida en el planeta, pero también nos acercamos a la posibilidad de un mundo libre de guerras.
¿Por qué sucedió esto, y hacia dónde dirigimos como consecuencia?
Las enseñanzas bahá’ís dicen que la paz global y la unidad de la humanidad nunca han sido posibles antes, porque no contábamos con los medios simples para la unidad del planeta:
En siglos pasados, aunque se había establecido la armonía, sin embargo, debido a la falta de medios no podría haberse logrado la unidad de toda la humanidad. Los continentes permanecían ampliamente separados, y es más, aún entre los pueblos de un mismo continente era poco menos que imposible la asociación y el intercambio de ideas. Por consiguiente, las relaciones, el entendimiento y la unidad entre las naciones, pueblos y tribus de la tierra eran inalcanzables. En este día, sin embargo, los medios de comunicación se han multiplicado y los cinco continentes de la tierra virtualmente se han convertido en uno. Y para todos es ahora fácil viajar a cualquier país, relacionarse e intercambiar puntos de vista con sus pueblos y familiarizarse, a través de las publicaciones, con las condiciones, las creencias religiosas y los pensamientos de todos los hombres. De igual manera, todos los miembros de la familia humana, ya sea pueblos o gobiernos, ciudades o aldeas, han llegado a ser cada vez más dependientes unos de otros. Ninguno puede ya bastarse a sí mismo, por cuanto los lazos políticos unen a todas las naciones y pueblos, y cada día se fortalecen más los vínculos del comercio y la industria, de la agricultura y la educación. Por tanto, la unidad de toda la humanidad puede lograrse en este día. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 26.
En el siglo XIX, el padre de Abdu’l-Bahá, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í, estableció una meta para la humanidad: la unificación mundial basada en la unidad de la humanidad.
Para lograr este visionario objetivo, Bahá’u’lláh escribió a los reyes y gobernantes del mundo en ese momento, y les dijo que convocaran una asamblea representativa e inclusiva:
Incumbe a los Soberanos del mundo… Es su deber convocar una asamblea omnímoda a la que asistan ellos mismos o sus ministros, y poner en vigor cualquier medida requerida para el establecimiento de la unidad y concordia entre los hombres. Deben abandonar las armas de guerra y adoptar los instrumentos de la reconstrucción universal. – Bahá’u’lláh, La Epístola al Hijo del Lobo, pág. 31.
Esta convocatoria global, dijo Bahá’u’lláh, sentaría las bases de la paz mundial, el desarme y la unidad del planeta: el comienzo de una civilización mundial.
Pero Bahá’u’lláh, percibido por algunos gobernantes como un enemigo que amenazaba el gobierno de ese tiempo, no prevaleció de inmediato. Los reyes y clérigos de los imperios de Persia y Turquía lo encarcelaron, torturaron y exiliaron. Finalmente desterrado a Akka, Palestina, los gobernantes con la esperanza de que nunca más volvieran a saber de él, Bahá’u’lláh sufrió cuarenta años de exilio y encarcelamiento. Por supuesto, estos esfuerzos por silenciar el mensaje de Bahá’u’lláh en el siglo XIX fracasaron. Sus seguidores, a pesar de que miles fueron asesinados en esfuerzos genocidas por acabar con ellos, no sufrieron el exterminio. Los elevados objetivos en sus cartas no se hundieron en el olvido. El ímpetu espiritual en su nueva fe no se desvaneció. En cambio, sus ideas avanzaron, sus seguidores aumentaron y la Fe bahá’í se convirtió en una religión mundial.
Durante el siglo XX, los líderes nacionales convocaron las primeras asambleas internacionales para establecer la Liga de las Naciones y, posteriormente, las Naciones Unidas. Aun cuando ninguna de esas instituciones mundiales estuvo a la altura del principio bahá’í de un Parlamento Humano elegido democráticamente, estas abrieron la posibilidad de una gobernanza global y una paz duradera:
La aceptación de la unidad de la humanidad es el requisito previo fundamental para la reorganización y administración del mundo como un solo país: el hogar de la raza humana. La aceptación universal de este principio espiritual es indispensable para tener éxito en cualquier intento de establecer la paz mundial. Por lo tanto, debe proclamarse universalmente, debe enseñarse en las escuelas y afirmarse constantemente en todas las naciones como preparación para el cambio orgánico en la estructura social que esta aceptación implica.
Desde el punto de vista bahá’í, el reconocimiento de la unidad de la humanidad «requiere nada menos que la reconstrucción y la desmilitarización de todo el mundo civilizado como un mundo orgánicamente unificado en todos los aspectos esenciales de su vida, de su maquinaria política, de su anhelo espiritual, de su comercio y de sus finanzas, de su escritura e idioma, y, aun así, infinito en la diversidad de las características nacionales de sus unidades federadas». – La Casa Universal de Justicia, La Promesa a la Paz Mundial, pág. 17-18.
Esos líderes convocaron instituciones globales porque sabían que la unidad forma la base de toda sociedad exitosa. El próximo ensayo de esta breve serie examinará cómo el proceso de integración y creación de una unidad cada vez más amplia ha hecho avanzar a la sociedad desde la familia, a la tribu, a la ciudad-estado, a la nación, y explorará por qué la humanidad está ahora frente a la frontera de la unidad global y el fin de la guerra.
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