Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Si vive en el mundo desarrollado como yo, disfruta de ciertas ventajas que muchas personas de otros lugares no tienen: electricidad, suministro de agua corriente, alimentos e indumentaria en abundancia.
¿Por qué huyen los refugiados de sus países pobres, oprimidos o conflictivos y soportan grandes dificultades para llegar a Europa o a los Estados Unidos? Es simplemente que quieren llegar a un país donde pueden vivir vidas mejores. En su situación, cualquiera haría lo mismo. Cuando los refugiados llegan al mundo desarrollado, trabajan duro y con ingeniosidad, así pueden obtener un trabajo o crear una empresa y ganarse la vida bien—una vida que incluye una sociedad pacífica, derechos humanos y libertades, servicios públicos que funcionan, autos, gimnasios y una abundancia de ventajas por encima de lo que hay en sus tierras natales.
Sin embargo, el mundo desarrollado usa la mayor parte de los recursos del mundo. En promedio, un habitante de Norteamérica consume unos 90 kilogramos (kg) de recursos al día. En Europa, el consumo es de unos 45 kg a diario, mientras que en África, las personas consumen alrededor de 10 kg diarios.
Toda la abundancia del mundo desarrollado se usa sin pensar mucho en esta gran disparidad. Tenemos dependencia de estas cosas materiales, y esto conlleva un lado oscuro: sentido de derecho a la ventaja social. En Norteamérica, Europa y ciertas otras regiones desarrolladas del mundo, las personas sienten que tienen derecho a vivir una vida de super-consumo. Creen que su estilo de vida es su derecho. Pero ese sentido de derecho a la ventaja social es dañino para su crecimiento espiritual y su salud en general—mente, cuerpo y espíritu.
La persona que siente que tiene derecho a ventajas sociales, cree que merece que se le entregue algo, sea un trabajo con sueldo alto, apoyo financiero u otro privilegio especial—sin esforzarse por lograrlo ni dar nada a cambio. No se si usted, pero he conocido a muchas personas que son así, que no sienten que tienen que tomar ciertos empleos porque tienen educación superior y un título. Están convencidos de que su título les da derecho a un trabajo con sueldo alto en cuanto terminan su carrera universitaria, en vez de aceptar una posición de nivel inicial.
A decir verdad, yo era así. Entonces, entiendo el sentir de que si estudié en la universidad, tengo mi título, entonces nutro engreídamente la mentalidad de que tengo derecho a la ventaja social, que de inmediato me merezco un gran trabajo con sueldo alto. Aprendí una valiosa lección cuando esto no sucedió. Aprendí que mi título no me mantiene financieramente si no pongo mucho más esfuerzo de mi parte.
Yo debí haber sabido, porque mis padres bahá’ís me enseñaron desde temprana edad que la vida no es fácil y que no iba a recibir nada en bandeja de plata. Tengo padre y madre amorosos y buens que trabajaron duro, así que durante mi formación vi la importancia de tener buena ética de trabajo. De hecho, mis padres definitivamente siguieron la enseñanza bahá’í sobre “acostumbrar a los hijos a privaciones”:
Empeñaos en rectificar la conducta de los hombres y tratad de sobrepasar a todo el mundo en carácter moral. Mientras los niños se hallen todavía en su infancia, alimentadlos en el pecho de la gracia celestial, criadlos en la cuna de toda excelencia, educadlos en el abrazo de la munificencia. Haced que obtengan provecho de toda clase de conocimiento útil. Dejadles participar en todo oficio o arte nuevo, extraordinario y maravilloso. Educadlos en el trabajo y el esfuerzo, y acostumbradlos a las privaciones. Enseñadles a dedicar la vida a cosas de gran importancia, e inspiradles a emprender estudios que han de beneficiar a la humanidad. – ‘Abdu’l-Bahá, La sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, página 176
Fui un niño testarudo y como tal, quería ganar mi propio dinero y tener mi propio trabajo. Así que a la edad de 14 años conseguí empleo en un restaurante de comida rápida. He trabajado desde entonces, hasta llegué a tener dos empleos y tomaba clases tiempo completo en mis estudios superiores. Pues, no digo que todos deban ni puedan hacerlo—todos tenemos nuestras propias fortalezas y motivaciones.
Pero si veo que muchos padecen de esta enfermedad espiritual que es suponer que se tiene derecho a las ventajas sociales, y me pregunto si no será culpa de la madre y el padre por no presentarle a los hijos las privaciones a temprana edad, haciendo que hagan tareas del hogar. Tal vez así sea. Por supuesto, no se hace por malicia, sino que por amor. Darles responsabilidades a los hijos e hijas en el hogar les ayuda a cultivar un sentido de ética laboral desde un inicio. Infelizmente, sin embargo, no le ayuda a la niña o al niño cuando todo se hace por ellos, más bien les coarta su crecimiento espiritual, así como la salud y felicidad mental y física.
Las personas que sienten que tienen derecho a las ventajas sociales pueden ser carga para la comunidad, el gobierno y las familias. A menudo exigen o esperan que otros financien sus vidas, ejerciendo un mínimo esfuerzo por mantenerse ellos o ellas mismas. En algún momento de su infancia aprendieron a que no les incomodara ser una carga para otros, pese a tener mucha capacidad ellos mismos. Infelizmente, este tipo de pereza nacida de sentir derecho a la ventaja social es dañino para su crecimiento espiritual, logros físicos, salud y hasta sus capacidades mentales. A la larga, también ha de afectar su felicidad, dando como resultado una baja autoestima y auto-respeto.
Por eso es fundamental que los niños y las niñas aprendan desde temprana edad que la vida no es fácil y que no tienen derecho a aprovecharse de los demás. Enseñarle a los niños y las niñas que no deben sentir derecho a ventajas sociales no se debe comunicar como abandono ni negarles amor, más bien se ha de enseñarles que el trabajo duro les ayudará a ser adultos integrales y capaces con potencial—si trabajan duro y se dedican—a transformar el mundo.
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