Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Por qué, me pregunté cuando escuché por primera vez el nombre de Abdu’l-Bahá y me enteré de su legado, tantas personas en todo el mundo lo ven como su modelo a seguir, como el mejor ejemplo de cómo vivir una vida espiritual?
Los bahá’ís de todo el mundo ven la vida de Abdu’l-Bahá como el estándar de cómo conducir sus propias vidas, al igual que muchos que no son bahá’ís, por lo que esta serie de ensayos intenta explicar el misterio de cómo una persona que falleció hace cien años puede seguir creando y ejerciendo un campo gravitatorio moral y espiritual tan fuerte sobre millones de personas hoy en día.
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Si has leído el ensayo anterior de esta serie, ya conoces algunos de los hechos biográficos básicos de la vida de Abdu’l-Bahá. Sin embargo, en este ensayo y en los siguientes, quiero tratar de presentar una biografía más espiritual – un registro de las acciones de Abdu’l-Bahá en el mundo que nos dan un sentido de su alma, de quién era realmente, de la llama interior que encendió su ser exterior y lo convirtió en un modelo para millones de personas.
El hijo de un profeta
Para considerar plenamente la vida espiritual de Abdu’l-Bahá, primero tenemos que tratar de comprender lo que debe haber sido ser el hijo de un mensajero de Dios.
El padre de Abdu’l-Bahá, Bahá’u’lláh, se dio cuenta inicialmente de su misión divina como fundador y profeta de la Fe bahá’í en los últimos meses de 1852, después de haber sido arrojado a la peor prisión de Persia, el infame Siyah-Chal, o Pozo Negro. El historiador Nabil describió las horribles condiciones de ese calabozo en su libro «Los rompedores del alba»:
El Síyáh-Chál a que fue arrojado Bahá’u’lláh, que originalmente servía de depósito de agua para uno de los baños públicos de Teherán, era un calabozo subterráneo en que se acostumbraba encerrar a los criminales de la peor especie. La oscuridad, la mugre y el carácter de los prisioneros, se combinaban para hacer de ese hoyo pestilente el lugar más abominable en que podía ser condenado un ser humano. Sus pies fueron puestos en un cepo y alrededor de Su cuello se Le colocaron las cadenas Qará-Guhar, infames en toda Persia por su enorme peso.
Durante su confinamiento en el Foso Negro, Bahá’u’lláh experimentó los primeros indicios de su revelación, que posteriormente relató en su libro Epístola al Hijo del Lobo:
Durante los días que pasé en la prisión de Teherán, a pesar de que el mortificante peso de las cadenas y la atmósfera hedionda Me permitían sólo un poco de sueño, aun en aquellos infrecuentes momentos de adormecimiento, sentía como si desde la corona de mi cabeza fluyera algo sobre Mi pecho, como un poderoso torrente que se precipitara sobre la tierra desde la cumbre de una gran montaña. A consecuencia de ello, cada miembro de Mi cuerpo se encendía. Mi lengua recitaba lo que ningún hombre soportaría oír.
Cuando era un niño, Abdu’l-Bahá acudió a esta prisión para ver a su padre, que entonces tenía unos treinta años. El Dr. J. E. Esselmont, en su libro «Bahá’u’lláh y la nueva era», relató la visita:
’Abdu’l-Bahá nos cuenta cómo un día le permitieron entrar al patio de la prisión a ver a Su amado Padre cuando salía a hacer Su ejercicio diario. Bahá’u’lláh estaba terriblemente cambiado, y tan enfermo que apenas podía caminar; Su cabello y Su barba, descuidados; Su cuello, irritado e hinchado por la presión de un pesado collar de acero y Su cuerpo, encorvado bajo el peso de Sus cadenas. Esta visión produjo una impresión inolvidable en la sensible mente del niño.
Intenta imaginar, si te parece, lo que debió ser eso para Abdu’l-Bahá de niño, que más tarde escribió sobre los intensos sufrimientos que presenció, diciendo que su padre Bahá’u’lláh:
… con cada hálito, renunciaba a cien vidas. Padeció calamidades; sufrió angustia; fue apresado; fue encadenado; fue echado de Su hogar y desterrado a países lejanos. Luego, finalmente, terminó Sus días en la Más Grande Prisión.
En la biografía de Hasan Balyuzi sobre Bahá’u’lláh, cita las traumáticas primeras impresiones de Abdu’l-Bahá al ver a su padre encadenado:
De repente sacaron a la Bendita Perfección [Bahá’u’lláh] del calabozo. Estaba encadenado con varios otros. ¡Qué cadena! Era muy pesada. Los prisioneros solo podían moverla con gran dificultad. Era triste y desgarrador.
Pero mucho antes del injusto encarcelamiento y destierro de Bahá’u’lláh, el temprano viaje espiritual de Abdu’l-Bahá se aceleró sin duda cuando su padre y su madre abrieron su casa como hospital para las mujeres y los niños más pobres de Persia. Su admiración de toda la vida por su padre continuó y creció cuando Abdu’l-Bahá y sus hermanos acompañaron a sus padres, a pie y en medio de un clima brutal, a través de montañas y desiertos durante los sucesivos exilios de Bahá’u’lláh a prisiones lejanas. Luego, el propio ’Abdu’l-Bahá fue prisionero durante cuatro décadas, no porque hubiera hecho nada malo, sino únicamente por seguir la Fe de su padre.
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Estas acciones por sí solas formaron el carácter de Abdu’l-Bahá en la fragua de las severas dificultades. Aquí, refiriéndose a su padre Bahá’u’lláh por uno de sus títulos, la «Bendita Belleza», Abdu’l-Bahá nos dio una pista sobre la formación de su singular paisaje interior:
La Bendita Belleza, que mi vida sea sacrificada por Sus amados, no nos crio para vivir una vida de comodidad, para reposar en la holgura, o disfrutar de los placeres. Él pasó sus días en prisión; nos crio para embriagarnos con el vino de la decepción, y nos entrenó para soportar todas las dificultades, para que la intención genuina de servir a la Causa de Dios se mezclara en nuestros caracteres. De este modo, haríamos sacrificios sin siquiera desearlo y renunciaríamos incluso a un momento de paz. – [Traducción provisional]
Las dificultades extremas que Abdu’l-Bahá soportó surgieron únicamente del amor. En cualquier momento de sus cuatro décadas de exilio y encarcelamiento, podría haber optado por salir de esas dificultades simplemente renunciando a las enseñanzas bahá’ís. En lugar de ello, dedicó todo su ser a la Fe bahá’í, dando su vida por los más altos ideales imaginables, y no en un momento rápido de martirio, sino viviendo en la realidad cotidiana de un mundo duro de pruebas y tribulaciones con gracia, bondad amorosa y paz.
Ese ejemplo de tolerancia, paciencia y dedicación ha inspirado a millones de personas. En el próximo ensayo de esta serie, profundizaremos en una historia más personal de cómo la extraordinaria vida de Abdu’l-Bahá inspiró a un bahá’í.
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