Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Todo el mundo quiere evitar las “piedras” que “caen” durante la vida, pero todos tenemos que caminar por ese sendero montañoso donde las rocas se balancean peligrosamente sobre nuestras cabezas.
Las piedras que caen en la vida son inevitables. No se puede esquivar cada una de ellas; ni así lo querrías. Los escritos bahá’ís, tales como las oraciones en las que se piden pruebas, entran bajo la amplia égida del axioma enunciado en la palabra oculta de Bahá’u’lláh que dice:
Si no te sobreviniese la adversidad en Mi sendero, ¿cómo podrías seguir los caminos de quienes están contentos con Mi voluntad? Si no te afligiesen las pruebas en tu anhelo por encontrarme, ¿cómo alcanzarías la luz en tu amor por Mi belleza? – Bahá’u’lláh, Las palabras ocultas, página 43.
Por supuesto, vale la pena señalar que estas pruebas y tribulaciones tienen valor en nuestro progreso espiritual, principalmente cuando resultan de nuestro intento de seguir el camino bahá’í y cuando reconocemos en estas pruebas una oportunidad de avanzar espiritualmente.
Más aún, es igualmente importante darse cuenta en todo momento de que una de las bondades de seguir en este camino donde las piedras caen, es la omnipresencia de la asistencia en el camino, siempre y cuando pensemos en pedirla. Además, Bahá’u’lláh ha proporcionado un manual completo para todos y cada uno de los infortunios, ya sean físicos o metafísicos. También, en intervalos a lo largo del camino, hay paradas de descanso en forma de peregrinaciones y escuelas para tener períodos de inspiración, meditación y reflexión. Finalmente, y más importante que todo, es que esa guía bahá’í para el camino es respaldada por una serie de medidas preventivas diarias para evitar daños externos o internos: oraciones diarias, estudio espiritual y enseñanza a otros.
Por supuesto, podríamos preguntarnos lógicamente cómo reconocer las rocas que son divinamente enviadas para nuestro avance, en comparación con aquellas rocas que simplemente representan algunos de los cambios y oportunidades que ocurren intermitentemente en la vida. La respuesta más simple y eficaz a esta preocupación es, nunca sabemos con certeza, no en esta etapa de nuestra vida. Por lo tanto, afirman los escritos bahá’ís, podríamos proceder como si todas las pruebas fueran específicamente diseñadas para mejorar nuestras habilidades de conducción y ayudarnos a recuperarnos de las rocas que nos golpean. Si respondemos de esta manera, entonces todas las pruebas nos beneficiarán, ya sea que sean el resultado de la explícita intervención divina en nuestras vidas, o simplemente la suerte del camino.
En cuanto a mi propio viaje, me he beneficiado enormemente de ciertos interludios en los que he podido completar una secuencia de ejercicios de desarrollo —como aquellas estaciones en un parque, donde, a medida que avanzamos, nos detenemos en algún aparato bien diseñado construido para trabajar en grupos musculares específicos.
Pero antes de contar cual ha sido el interludio más destacado para mí, permítanme explicar primero por qué de repente siento que es imperativo que yo siga este proceso presente de preparación para la muerte. Después de todo, si esta vida, como ya señalé, no es más que preparación para la continuación de nuestra vida que continúa después de nuestra partida del estado físico de nuestra existencia, entonces el arte de vivir la vida bahá’í es también el arte de morir. Los dos son sinónimos e inseparables. Es decir, un resultado natural y lógico de tratar de «vivir la vida bahá’í» es que nos desprendamos cada vez más de los vínculos y lazos de apego a nuestro insistente yo. En resumen, la «vida bahá’í» según lo expuesto por Bahá’u’lláh está estratégicamente diseñada para capacitarnos para la transición a la siguiente etapa de la existencia, mostrándonos el valor de un ejemplo a seguir.
En cualquier camino, encontrar una guía es esencial, alguien que lidere el camino y demuestre cómo navegar en terreno difícil. Como cristiano me enseñaron que el ejemplo para mi camino era Cristo. Según he señalado, siempre encontré a Cristo como un confidente reconfortante y sentí su presencia en mi vida, sin embargo, nunca lo consideré un ejemplo apropiado para mí, porque cada vez que intentaba enfrentarme a tanta perfección, me sentía inevitablemente derrotado desde el inicio. Me rendía rápido después de que empezaba.
El ejemplo del camino bahá’í es ‘Abdu’l-Bahá, un ser humano mortal que se encargó de cuidar los asuntos estratégicos y tácticos de la comunidad bahá’í. Después de la muerte de su padre Bahá’u’lláh en 1892, ‘Abdu’l-Bahá descubrió que Bahá’u’lláh en Su testamento lo había designado como La Cabeza de la Fe Bahá’í, como Centro de la Alianza, así como El Ejemplo Perfecto de la vida bahá’í. No mucho después, ‘Abdu’l-Bahá comenzó a recibir a peregrinos bahá’ís occidentales que iban a visitarlo.
En 1912-1913, ‘Abdu’l-Bahá emprendió un viaje importante a Europa y luego a América, donde pasó 239 días viajando de Nueva York a San Francisco y de regreso. Durante el transcurso de esta estancia memorable, ‘Abdu’l-Bahá se encontró con altibajos, pero el foco de sus viajes fue reunirse con las comunidades bahá’ís a lo ancho de todo el país. Dondequiera que iba, hablaba de las buenas nuevas de la nueva revelación. Estas notables conversaciones, registradas en varios volúmenes, eran a veces formales y eruditas, o a veces simples y al corazón. Él se presentó en reuniones tan diversas como la de la misión en el Bowery de Nueva York o la estimada Iglesia de la Unidad en Oak Park, Illinois.
Así, el arte de vivir la vida bahá’í, de seguir este camino serpenteante, puede inferirse estudiando lo que dijo ‘Abdu’l-Bahá en estas charlas y estudiando su espíritu latente. En cada relato de él interactuando con los demás hay una parábola, una lección que aprender. En cada mirada y gesto se dio a conocer un vistazo de sabiduría perfecta. Todos los que lo conocieron -y yo he hablado con varios de ellos durante muchos años- fueron tan transformados por este encuentro, que por el resto de sus vidas pudieron hablar poco de otras cosas. Ésta era la fuente de todo lo que podrían lograr, la fuente espiritual de la que absorben la inspiración esencial para la misión de sus vidas. Este fue el poder transformador que emanó de ‘Abdu’l-Bahá.
Así que estaba por reflexionar sobre mis «hitos» que han sucedido en las décadas desde que llegué a la mayoría de edad y me hice bahá’í, no puedo intentar evaluar de cualquier forma sobre lo que hice durante lo que supongo debería ser el centro de mi experiencia de vida, estaría tan escaso de palabras como cuando era un niño enfrentándose al estándar establecido por Cristo. La norma establecida por ‘Abdu’l-Bahá es tan refinada, tan elevada y tan concisa, que sólo puedo esperar que yo sea una obra en progreso, a pesar de que la Cámara de Comercio pueda describir mi situación actual como “jubilado” experimentando sus «Años Dorados».
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