Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Todos han experimentado momentos de inspiración pura. ¿Recuerda cómo se siente? Puede suceder cuando menos se lo espera—encontrarse ante una obra de arte, un comentario de un amigo que le repica en el corazón, leer una cita que lo motiva, y entonces aparece la inspiración. Sea artístico o educativo o profesional o espiritual, brilla un relámpago y de repente, está inspirado de manera profunda y poderosa. Su mente se marea de tantas posibilidades. Se imagina cómo puede convertir esta emocionante inspiración en una realidad. Escucha una canción y la quiere tocar, crea una escena en su mente y la tiene que grabar, construye mentalmente una nueva invención y se siente obligado a construirlo, se ve bailando y tiene que probarlo. ¡Qué gran regalo! La inspiración nos puede dar alas. Permite que nuestros sueños se hagan realidad. Hace que esta vida terrenal valga la pena vivir. Así que, ¿cómo liberar esa inspiración? En el apartado anterior de esta serie de ensayos, vimos la facultad de meditación que existe en todo ser humano; y vimos que tener una constante práctica de la meditación con la oración, nos puede ayudar a abrir el canal de nuestra inspiración, el río de nuestra creatividad, los campos fértiles de nuestra imaginación. Los escritos bahá’ís claramente señalan cómo opera este enfoque:
El origen de los oficios, las ciencias y las artes es la facultad de la reflexión. Esforzáos para que, de esta mina ideal, puedan surgir fulgurantes las perlas de sabiduría y prolación que fomenten el bienestar y la armonía de todas las razas de la tierra.– Bahá’u’lláh, Tablas de Bahá’u’lláh, p. 72.
Bahá’u’lláh dice que el poder de la reflexión es una “mina ideal”, un repositorio subterráneo de artesanías, ciencias y artes que podemos todos acceder libremente si hacemos un esfuerzo concertado por desarrollar nuestras capacidades de reflexión y meditación. Sólo hay una salvedad—ese proceso no suele suceder de un día para otro. Abrir el canal de nuestra inspiración comienza cuando desarrollamos y sostenemos una práctica corriente de meditación, oración y reflexión. La naturaleza constante de una práctica sostenida de meditación es lo que hace que funcione, nuestro ser consciente se empapa de la condición de reflexión y oración del alma, y así puede tener un impacto duradero. Las personas que comienzan y mantienen con éxito una práctica espiritual diaria, pronto se dan cuenta de que meditar por un tiempo corto cada día funciona mucho mejor que tratar de meditar por un tiempo más largo una vez a la semana. Es más, los escritos bahá’ís dicen:
Se debe beber necesariamente el vino de la renuncia, necesariamente deben alcanzarse las sublimes alturas del desprendimiento, y necesariamente debe observarse la meditación a que se refieren las palabras: “Una hora de reflexión es preferible a setenta años de adoración piadosa” – Bahá’u’lláh, El libro de la certeza, p. 237.
Como con cualquier cosa, uno mejora con la práctica, cuando lo hace un hábito diario. Han demostrado múltiples estudios científicos de que la práctica constante de la reflexión interna meditativa acarrea múltiples beneficios físicos y mentales, incluyendo la reducción tanto del estrés como del trastorno de sueño, fortalece el bienestar emocional e incrementa la fortaleza del sistema inmune. Pero, más allá de esos resultados positivos, la verdadera meditación puede profundizar su comprensión de las fuerzas sagradas y místicas en su vida, desbloquear los canales de la inspiración y darle mayores niveles de acceso a su ser interno. Las enseñanzas bahá’ís nos piden orar y meditar a diario. De esa manera, dijo ‘Abdu’l-Bahá, entrenamos y educamos nuestras propias almas:
Oro por vosotros para que vuestras facultades y vuestras aspiraciones espirituales crezcan cada día, y para que nunca permitáis que los sentidos materiales oculten a vuestros ojos los esplendores de la Iluminación Celestial.– ‘Abdu’l-Bahá, La Sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, p. 122.
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