Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Todo el mundo tiene prejuicios. Los bahá’ís creen que las personas que quieren crecer espiritualmente deben liberarse a sí mismos de sus prejuicios.
Ya sean religiosos, raciales, étnicos, políticos, nacionales, de género -u orientación sexual- o de clase, los escritos bahá’ís exhortan a cada uno a examinar y luego descartar sus propios prejuicios:
Bahá’u’lláh también enseñó que los prejuicios, sean religiosos, raciales, nacionalistas o políticos, destruyen las bases del desarrollo humano. Los prejuicios de toda clase son los destructores de la felicidad y bienestar humanos. Hasta que no sean disipados el avance del mundo de la humanidad no será posible. Los prejuicios raciales, religiosos y nacionales pueden observarse en todas partes. Por miles de años el mundo de la humanidad ha estado agitado y alterado por los prejuicios. Y éstos continuarán en tanto prevalezcan la guerra, la animosidad y el odio. Por consiguiente, si buscamos establecer la paz, debemos dejar de lado este obstáculo; pues de otro modo el acuerdo y la tranquilidad no se obtendrán. – ‘Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal, página 189.
De hecho, los escritos bahá’ís condenan, con gran pasión y poder, el flagelo del prejuicio. Escribiendo acerca del gran peaje que tomó la Primera Guerra Mundial, ‘Abdu’l-Bahá caracterizó el prejuicio como el caldo de cultivo de la tragedia humana masiva:
Observáis cómo el mundo está en lucha consigo mismo, cuántos países están ensangrentados y su mismo polvo está amasado con sangre humana. Los fuegos del conflicto han despedido llamas tan altas que nunca, ni en la antigüedad, ni en la Edad Media, ni en los siglos recientes ha habido una guerra tan horrenda, una guerra que es como piedras de molino, que trituran como granos los cráneos de los hombres. Peor aún, pues han sido reducidos a escombros países florecientes, han sido arrasadas ciudades enteras y han sido convertidas en ruinas muchas aldeas, otrora prósperas. Los padres han perdido a sus hijos y los hijos a sus padres. Las madres han llorado a mares por sus hijos muertos. Los niños han quedado huérfanos, las mujeres han tenido que vagar errantes, sin hogar. Desde todo punto de vista, la humanidad se ha sumido en la bajeza. Muy fuertes son los gritos desgarradores de los niños sin padre; muy fuertes, las angustiadas voces de las madres, que llegan hasta el cielo.
Y el caldo de cultivo de todas estas tragedias es el prejuicio: prejuicio de raza y de nación, de religión, de opinión política; y la causa fundamental del prejuicio es la ciega imitación del pasado, imitación en religión, en actitudes raciales, en tendencias nacionalistas, en intereses políticos. Cuanto más tiempo persista esta imitación ciega del pasado, tanto más serán lanzadas a los cuatro vientos las bases del orden social y tanto más estará la humanidad continuamente expuesta a grave peligro. – ‘Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de ‘Abdul-Bahá, páginas 325-326
Las enseñanzas bahá’ís nos piden a todos, a cada ser humano, a tomar conciencia de nuestros prejuicios, entender por qué los tenemos, y los abandonemos.
Primero podemos comenzar a trascender nuestros prejuicios examinando sin temor nuestro propio paisaje espiritual interior. Encontrando un modo de entender de dónde provienen nuestros prejuicios es un buen primer paso. Cuestionar nuestras actitudes, nuestras creencias y nuestra cultura familiar podría llevarnos a esa comprensión.
Pero una vez entendido, el prejuicio debe ser confrontado y descartado. A menudo, la mejor forma de hacerlo incluye abandonar nuestras zonas de comodidad y tener una interacción humana real con la gente a quienes nuestros prejuicios apuntan injustamente. Este acercamiento podría ser incómodo al principio, pero la experiencia real destruye los prejuicios más rápidamente que cualquier otra cosa. Una vez hemos entrado en contacto e interactuado con los otros, aprendemos rápidamente que nuestros prejuicios no se ajustan a la realidad. Y una vez eso sucede, cuando los vínculos de conexión humana se forman, y hemos logrado una amplia base de experiencia con una cultura o un grupo racial o una etnia o inclusive una idea que anteriormente nos disgustaba por prejuicios – entonces podemos cambiar.
Los prejuicios de religión, de raza o de secta, destruyen el fundamento de la humanidad. Todo lo que divide al mundo -el odio, la guerra y el derramamiento de sangre- tiene su origen en uno u otro de estos prejuicios. El mundo entero debe ser considerado como un único país, todas las naciones como una sola nación, todos los seres humanos como pertenecientes a una sola raza. Las religiones, las razas y naciones son tan sólo divisiones hechas por el ser humano, y necesarias sólo a su mente; ante Dios no existen persas, ni árabes, ni franceses, ni ingleses; Dios es Dios para todos, y para Él toda la creación es una. Debemos obedecer a Dios y esforzarnos por seguirle, abandonando todos nuestros prejuicios y haciendo realidad la paz sobre la tierra. – ‘Abdu’l-Bahá, La Sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, página 159.
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