Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Uno de los mayores obstáculos que he visto últimamente en las relaciones humanas parece ser la incapacidad de reconocer la validez de las experiencias vividas por otra persona.
Esto ocurre especialmente cuando percibimos los puntos de vista de otra persona como «erróneos» en nuestra mente, basándonos en nuestra experiencia vivida.
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Yo misma he pasado por esto muchas veces: alguien da a entender que mi perspectiva es «errónea» y luego dice que, en realidad, la verdad del asunto es *esto o aquello*, todo ello explicado en base a su propia experiencia vivida y su comprensión.
Yo también lo hago, a veces, sobre todo cuando se trata de cuestiones que considero extremadamente importantes, como la justicia racial. Independientemente de quién lo haga, este enfoque puede parecer despectivo, creando contención y conflicto entre las personas interna y externamente.
Entonces, ¿cómo podemos superar esta tendencia tan humana? A menudo he pensado que tal vez la verdad del asunto es que, en realidad, ambas personas tienen razón.
Tal vez yo esté «en lo cierto» por mi punto de vista, porque proviene de mi experiencia vivida, mientras que la persona con la que estoy conversando también está «en lo cierto» por su experiencia vivida.
Parece que hoy en día tendemos a perdernos en la traducción, con una incapacidad para entender el punto de vista de otra persona y encontrar la unidad entre lo nuestro y lo suyo.
Esto es especialmente cierto cuando los puntos de vista parecen residir en dos extremos diferentes de un amplio espectro. Entonces, ¿qué hacemos cuando el punto de vista de otra persona se aleja tanto del nuestro? La mayoría de las veces, acabamos con dos perspectivas y lados completamente diferentes de un asunto, y parece que no podemos resolver el conflicto resultante.
Todos somos humanos, así que ¿cómo es que podemos estar tan alejados en nuestros puntos de vista? ¿No pareciera que, en cierto punto, todos los seres humanos tienen deseos, necesidades y anhelos similares en el nivel más profundo? ¿Seguro que todos queremos esencialmente las mismas cosas: que se satisfagan nuestras necesidades básicas de comida, ropa y vivienda, ser amados, tener una familia unida, buenos amigos, un trato justo e igualitario, honor, respeto y cosas similares? Esta lista de cosas comunes podría no agotarse nunca si las buscamos, y sin embargo parece que nos peleamos entre nosotros ahora más que nunca.
¿Podría la lógica sugerir, entonces, que todos tenemos «razón» desde nuestro propio punto de vista y en un nivel humano más profundo? ¿Qué podría significar esto si tuviéramos esta idea en mente al interactuar con los demás?
¿Podría esto sugerir también que, como seres humanos, deberíamos esforzarnos por encontrar una base de acuerdo y en común? Al fin y al cabo, pelearnos y perjudicarnos unos a otros corroe nuestra sociedad y nuestra capacidad de avanzar como especie. ¿No significa esto también que, en realidad, no podemos basar las relaciones, las conversaciones, el resolver los problemas, las consultas y el avanzar juntos hacia las soluciones, en percepciones de lo que está bien y lo que está mal?
Si podemos estar de acuerdo en que cada uno tiene razón desde su propia perspectiva, ¿podríamos encontrar una conexión más profunda que pudiera unir todas las perspectivas de estar «en lo correcto» para construir un mundo más pacífico y justo?
Aunque no procedo necesariamente de una perspectiva de lo correcto y lo incorrecto -de ahí este artículo-, esa cruda dicotomía parece caracterizar nuestra actual forma de pensar con los demás. Puede ser difícil liberarse de este patrón y considerar nuevas formas de ser y hacer, especialmente a la luz de nuestros sentimientos y actitudes en torno a la injusticia, la opresión, la tiranía y los actos de maldad que vemos ocurrir en el mundo, pero me pregunto: ¿Qué opción tenemos en este momento?
En cuanto a las cuestiones raciales que están en la primera línea de muchos de los conflictos actuales, esto obliga a reflexionar: ciertamente alguien que es racista no puede tener razón, ¿verdad? Si somos antirracistas, no deberíamos relacionarnos con alguien que percibimos como racista, ¿verdad?
Mis prejuicios se manifiestan en una forma de pensar casi de piloto automático si no estoy constantemente en guardia.
También me doy cuenta de que mis prejuicios no suelen ser útiles si me llevan a pensar que las creencias y/o la experiencia vivida de alguien son «erróneas» e indignas de mi atención, independientemente de lo erróneas que puedan parecer en la superficie. Peor aún, si muestro desprecio, tomo partido o ignoro por completo sus pensamientos y sentimientos, no tenemos ninguna posibilidad de pasar de lo superficial a la esencia de lo que somos como seres espirituales.
Me conozco lo suficientemente bien como para saber que si no detengo mi piloto automático de prejuicios para ver a la persona que tengo delante como noble y digna, probablemente no me detendré a considerar la complejidad de sus experiencias vividas, que le han llevado hasta este punto. Ciertamente no valoraré su perspectiva ni manifestaré mi capacidad de atención y escucha, ni anularé mi sentido de lo correcto. Si actúo así, somos enemigos antes de empezar, aunque sea de la forma más sutil, invisible o subconsciente.
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Sé que no siempre soy buena en esto. A veces me resulta difícil hablar con otra persona blanca que, desde su experiencia y perspectiva vividas, se cree superior, consciente o inconscientemente, a los negros e indígenas o a las personas de color. Ciertamente, me resulta difícil hablar con una persona que saca a relucir puntos de vista superficiales que pueden provenir de un punto de vista político particular, o que simplemente imita lo que otros miembros de la familia creen – especialmente cuando las complejidades del tema desde mi perspectiva son mucho más profundas.
Admito que puede ser difícil dejar de lado todo esto y ver más allá del ser interior inherente de la persona – que tiene un alma noble, independientemente de si creo que tengo razón. Siempre tengo que recordar que debo mirar más allá de los pensamientos y las actitudes con las que no estoy de acuerdo para ver la naturaleza esencial de quien está frente a mí: un miembro de la familia humana que merece amor y cuidado como ser espiritual.
También tengo que detenerme para recordar que hay mucho más subyacente a los pensamientos y creencias de una persona, que provienen de un complejo tejido de siglos de alusiones de lo que somos como raza humana. Intento pasar de ello a un lugar en el que estoy dispuesta a interesarme por la persona y luego ver si puedo encontrar alguna idea unificadora. Por supuesto, esto siempre ocurre caso por caso y, de más está decir, no debemos permitir que la injusticia y la opresión continúen.
En cambio, como bahá’í, cuando intento eliminar los prejuicios raciales y la injusticia racial, debo profundizar y trabajar para manifestar lo que Abdu’l-Bahá, una de las figuras centrales de la fe bahá’í, enseñó sobre cómo debo proceder con cada persona:
Actuad de acuerdo con los consejos del Señor; es decir, empeñaos de tal manera y con tales cualidades como para dotar de alma viviente el cuerpo de este mundo y conducir a su edad adulta a este pequeño niño que es la humanidad. Mientras os sea posible, encended un cirio de amor en cada reunión y regocijad y animad con ternura a todo corazón. Cuidad de los extraños como si fuera de los vuestros; demostrad a las almas de otros la misma bondad que dispensáis a vuestros fieles amigos. Si alguien llega a golpearos, tratad de ganar su amistad; si alguien os apuñala el corazón, sed un ungüento curativo para sus llagas; si alguien os insulta o se ríe de vosotros, recibidle con amor.
Si alguno os inculpa, alabadle; si os ofrece un veneno mortal, dadle a cambio la más selecta miel; y si amenaza vuestra vida, concededle un remedio que le sane para siempre. Si él es el dolor mismo, sed su medicina; si es espinas, sed sus rosas y hierbas fragantes. Acaso tales modales y palabras de parte vuestra hagan que este oscuro mundo se ilumine al fi n y hagan que esta polvorienta tierra se vuelva celestial, y este diabólico lugar de encarcelamiento se convierta en un palacio real del Señor, de modo que la guerra y la lucha queden atrás y ya no existan más, y el amor y la confianza levanten sus tiendas en las cumbres del mundo.
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