Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En un foro religioso me topé con un ensayo sobre los bahá’ís y las Naciones Unidas en el que una mujer a la que llamaré «Jen» hacía una serie de afirmaciones sobre las creencias bahá’ís que afirmaba haber extraído del mensaje de 1985 de la Casa Universal de Justicia, La Promesa de la Paz Mundial.
Le respondí que, si bien tenía derecho a opinar sobre los méritos relativos de la paz en la Tierra y la buena voluntad hacia todos, su ensayo contenía errores fácticos que tal vez le gustaría rectificar, aunque solo fuera por el hecho de que cualquiera que acuda a las fuentes bahá’ís sabrá que son falsos y puede sentir que ha sido engañado.
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Le aseguré que sabía que su intención era exponer la verdad tal y como ella la veía, pero esperaba que se retractara o corrigiera sus afirmaciones incorrectas como ésta:
[los bahá’ís]… esperan ansiosamente al hombre que marcará el comienzo de la paz mundial (conocido por los cristianos como el Anticristo), y una de sus misiones centrales es el establecimiento de una mancomunidad mundial unida que controlará todas las cosas políticas, financieras y espirituales.
No es así. Los bahá’ís creen que el designado por Dios para instaurar la paz mundial ya ha llegado.
Creemos que Bahá’u’lláh (que significa, en árabe, «la Gloria de Dios»), profeta y fundador de la fe bahá’í, es esa persona.
En las escrituras cristianas se habla de él no sólo como la Gloria de Dios, sino también como el Espíritu de la Verdad y el Consejero. Los bahá’ís creen que éste es el «nuevo nombre» al que se refiere el Espíritu de Cristo en este profético pasaje neotestamentario de Apocalipsis 3:12:
Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.
Los bahá’ís no esperamos a nadie ni a nada. Por el contrario, trabajamos activamente para que el Reino de Dios impregne la sociedad humana, tal y como lo describe Cristo en el Evangelio de Mateo, versículo 13:
El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas… El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado.
Esta expectativa de que la paz mundial se hará realidad gracias a la voluntad de Dios se remonta milenios atrás, a profecías del Antiguo Testamento como ésta de Isaías 2:25:
Y acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa del Señor será establecido en la cumbre de los montes, y será exaltado sobre los collados; y las naciones afluirán a él. Y muchos pueblos irán y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; y él nos enseñará sus caminos, y nosotros andaremos por sus sendas; porque de Sión saldrá la Ley y la palabra del Señor desde Jerusalén. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus espadas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. Casa de Jacob, venid y caminemos a la luz del Señor.
Parece claro, por todas las escrituras judeo-cristianas, que la paz será establecida por Dios, no por un anticristo. Isaías dice claramente que esta paz será el resultado de la Ley y la Palabra de Dios saliendo de Sión.
Le pregunté a Jen si era consciente de que el centro global del mundo bahá’í se encuentra en las laderas del Monte Carmelo, la Montaña del Señor, en Haifa, Israel. Está allí porque Bahá’u’lláh estuvo en las laderas del Carmelo y lo designó como el centro de su Fe décadas antes de que Israel se convirtiera en una nación.
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Otro pasaje relevante de la obra profética de Isaías (Isaías 9:6-7) es éste, en el que deja claro quién y qué causará este cambio en la suerte de la humanidad:
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite… El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.
Isaías es enfático: «El Celo del Señor de los Ejércitos», no un anticristo, establecerá el orden pacífico del mundo.
Bahá’u’lláh, que con su propia mano diseñó la administración regente de la fe bahá’í, respondió a la profecía de Isaías directa y claramente, para que no hubiera confusión sobre la fuente de su autoridad:
El tiempo preordinado para los pueblos y linajes de la tierra ya ha llegado. Se han cumplido las promesas de Dios, consignadas en las santas Escrituras. De Sión ha salido la Ley de Dios, y Jerusalén y sus montañas y campos están llenos de la gloria de Su Revelación. Feliz quien reflexiona en su corazón sobre lo que ha sido revelado en los Libros de Dios, Quien ayuda en el peligro, Quien subsiste por Sí mismo. Meditad sobre ello, oh amados de Dios, y aseguraos de que vuestros oídos estén atentos a Su Palabra, para que, por Su gracia y misericordia, bebáis a plenitud de las cristalinas aguas de la constancia, y seáis firmes e inamovibles como la montaña en Su Causa.
Todos los bahá’ís reflexionan alegremente sobre lo revelado en el Libro de Isaías, y se alegran aún más de haber visto cumplida esa revelación.
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