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Se prevé que la naturaleza del trabajo cambie drásticamente en las próximas décadas, señala la Comunidad Internacional Bahaí ( BIC) en su nueva declaración «Empleo y más allá: Aprovechando las capacidades de todos para contribuir a la sociedad».
Se espera que la inteligencia artificial, la automatización y la digitalización, por ejemplo, desplacen a un número significativo de trabajadores, haciendo potencialmente obsoletas categorías enteras de mano de obra. Sin embargo, estas herramientas tienen el potencial de ampliar significativamente los límites de la acción humana.
Por lo tanto, los conceptos de lo que significa fomentar el bienestar social deben ampliarse y evolucionar en respuesta.
El empleo formal es un medio por el que las personas pueden contribuir al bien común, y los salarios tradicionales una forma de satisfacer las necesidades básicas. Pero no son en absoluto los únicos modelos mediante los cuales la sociedad puede beneficiarse de los talentos y capacidades innatos de los individuos. Se necesita una concepción mucho más completa de los muchos tipos de contribuciones que promueven una sociedad floreciente, junto con medios prácticos para apoyarlas.
El objetivo ha de ser lograr sociedades que aprovechen eficazmente las capacidades de todos sus miembros.
La atención prestada este año por la Comisión de Desarrollo Social de la ONU a la creación de empleo pleno y productivo y de trabajo decente para todos como forma de superar las desigualdades puede ser un poderoso impulso hacia este fin.
La falta de una base económica sólida, capaz de satisfacer las necesidades vitales de todos, es un grave obstáculo para el progreso de cualquier población. Al mismo tiempo, la historia demuestra que el empleo por sí solo no fomenta invariablemente la igualdad. Muchos países, por ejemplo, han experimentado periodos en los que las altas tasas de empleo iban acompañadas de un aumento de las desigualdades. Así pues, el análisis de la Comisión sobre el empleo y el trabajo debe llevarse a cabo a la luz del objetivo mucho más profundo de fomentar sociedades en las que se valore a todos por igual y todos tengan la oportunidad de contribuir con su parte al florecimiento colectivo. Lo que se necesita, en última instancia, es un sistema económico que se niegue a explotar a unos en beneficio de otros, un sistema en el que se reconozca la dignidad de todos y se satisfagan las necesidades de todos.
El progreso hacia sociedades más equitativas exigirá una amplia expansión de las capacidades sociales y morales, además de las técnicas.
Los resultados de la capacidad en el mundo real vienen determinados no sólo por el potencial de una persona para alcanzar objetivos, sino también por los tipos de objetivos que adopta. Las aptitudes adquiridas mediante la educación superior, por ejemplo, podrían ayudar a avanzar en empresas meritorias, pero también podrían utilizarse para beneficiarse de sistemas de corrupción y explotación. Para crear sociedades más equitativas –y no sólo más hábiles para navegar en sociedades desiguales– el desarrollo de capacidades debe enfocarse como un esfuerzo normativo y moral, tanto como económico y político.
Las personas y las comunidades tendrán que reforzar sus capacidades para, por ejemplo, generar una visión compartida y el compromiso de actuar entre diversos actores o para identificar las causas profundas de los problemas y diseñar respuestas eficaces. Tendrán que ser capaces de inculcar cualidades como la fiabilidad, el apoyo mutuo, el compromiso con la verdad y el sentido de la responsabilidad, que son elementos constitutivos de un orden social estable.
Hablar de los fines hacia los que se orientará la capacidad es entrar en el terreno de los valores y las prioridades. ¿Cuál es la finalidad del empleo? ¿Qué tipo de vida conduce a la realización humana? ¿Qué tipo de sociedades queremos crear juntos? Estas son preguntas que las empresas y las instituciones de gobierno han evitado a menudo, centrándose en cuestiones de procedimiento para aumentar la eficiencia o ampliar las opciones. Sin embargo, las ideologías perjudiciales para el bien común –las que justifican el egoísmo, recompensan la explotación, excusan la indiferencia o glorifican el consumo, alimentando así la desigualdad– se promueven activamente en todo el mundo sin reservas ni disculpas. Si el objetivo es reducir la desigualdad, la sociedad debe infundirse de actitudes, características y hábitos que promuevan conscientemente ese fin.
Para avanzar en esta dirección será necesaria una profunda reconceptualización de lo que se entiende por «trabajo», incluidas las formas en que se otorga valor a sus diversas formas. El hecho de que algunas profesiones se asocien a compensaciones fastuosas mientras que otras, igualmente vitales para el bienestar social, sólo reciben el salario mínimo vital revela distorsiones profundamente arraigadas en el contrato social. Tales contradicciones deben resolverse de forma concluyente si se quiere liberar todo el potencial de cualquier sociedad y poner a su alcance un orden social verdaderamente equitativo.
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