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Espiritualidad

La fe no es sinónimo de creencia

Vahid Houston Ranjbar | Jul 6, 2022

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Vahid Houston Ranjbar | Jul 6, 2022

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¿En qué tienes fe? ¿En qué crees? ¿Acaso estas dos palabras son sinónimas? En realidad, la fe no es solo un sinónimo de creencia, como muchos podrían pensar.

La creencia es la aceptación de alguna afirmación de verdad basada en deducciones racionales o en simples apelaciones a la autoridad o a la tradición. Desde la perspectiva bahá’í, la fe es la capacidad humana de conocer y amar a Dios, que nace de la objetividad manifestada en los primeros versos del Libro de la Certeza de Bahá’u’lláh: “Ningún hombre podrá alcanzar las orillas del océano del verdadero entendimiento a menos que se haya desprendido de todo lo que hay en el cielo y en la tierra”.

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Si una persona se limita a imitar o adoptar irreflexivamente las creencias de los demás, perderá la capacidad de encender su alma con el fuego del amor de Dios. Aunque puede experimentar lo que cree que es el amor divino, en realidad la creencia irreflexiva y acrítica encarna un amor defensivo y tribalista generado a través de la imitación y el sentimiento de pertenencia al grupo o la herencia.

Porque si un alma nunca se atreve a poner «en riesgo» sus atesoradas concepciones o creencias, nunca podrá experimentar una verdadera comprensión, que es lo que subyace al mandamiento de conocer y amar a Dios.

Abdu’l-Bahá explicó que el amor divino representa una nueva y más elevada forma de vida. Desde este punto de vista, la existencia se divide en varios niveles: mineral, vegetal, animal, humano y el espíritu de fe:

… el Espíritu de Fe que es del Reino (de Dios) consiste en la Gracia que todo lo abarca y el logro perfecto (o salvación, fruición, realización) y el poder de la santidad y la divina refulgencia del Sol de la Verdad sobre las luminosas esencias que buscan la luz de la presencia de la Unidad divina. Y por este Espíritu nace la vida del espíritu del hombre, cuando se fortalece con él, como dice el Cristo: «Lo que nace del Espíritu es Espíritu». [Traducción provisional]

Este nuevo tipo de existencia recibe varios nombres: el Espíritu de Fe, el Reino de Dios, o nacer de nuevo. En una charla que dio en Minnesota en 1912, Abdu’l-Bahá dijo:

Del mismo modo que el hombre ha nacido físicamente a este mundo, puede renacer del reino y matriz de la naturaleza, pues el reino de la naturaleza es una condición animal, oscura y defectuosa. En este segundo nacimiento alcanza el mundo del Reino… Esta es la posición que Cristo ha interpretado como el segundo nacimiento. Él dice que así como vosotros físicamente habéis nacido de la madre a este mundo, debéis nacer nuevamente del mundo-madre de la naturaleza a la vida del Reino divino.

Bahá’u’lláh escribió que la aparición de este nuevo tipo de existencia representa el propósito mismo de la Creación:

Habiendo creado el mundo y todo lo que en él vive y se mueve, Él [Dios], por la acción directa de Su libre y soberana Voluntad, optó por conferirle al hombre la singular distinción y capacidad de conocerle y amarle; una capacidad que debe necesariamente ser considerada el impulso generador y el objetivo primordial que sostiene la creación entera(…)

Desde este punto de vista, las enseñanzas bahá’ís comparan a la humanidad con un espejo o lámpara de potencial divino y espiritual que requiere iluminación, y este espíritu de fe es el fuego que proporciona la luz:

Sobre la más íntima realidad de cada cosa creada, Él ha derramado la luz de uno de Sus nombres, y la ha convertido en un receptor de la gloria de uno de Sus atributos. Sobre la realidad del hombre, sin embargo, Él ha concentrado el esplendor de todos Sus nombres y atributos y ha hecho de ésta un espejo de su propio Ser. De todas las cosas creadas sólo el hombre ha sido distinguido con tan grande favor y tan perdurable generosidad.

Estas energías con las que el Sol de la munificencia divina y la Fuente de la guía celestial ha dotado a la realidad del hombre están, empero, latentes dentro de él, así como la llama está oculta dentro de la vela y los rayos de luz están potencialmente presentes en la lámpara. El resplandor de estas energías puede verse oscurecido por los deseos mundanos, tal como la luz del sol puede ser ocultada bajo el polvo y la escoria que cubren el espejo. Ni la candela, ni la lámpara pueden encenderse sólo por su propio esfuerzo, ni tampoco le será jamás posible al espejo librarse por sí solo de su escoria. Es claro y evidente que la lámpara nunca se encenderá mientras no se encienda fuego y, a menos que se limpie la superficie del espejo de la escoria que la cubre, éste nunca podrá representar la imagen del sol ni reflejar su luz y gloria.

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Así, encender este espíritu de fe es el punto mismo de nuestra existencia y la del Universo, que se basa en el desprendimiento y la percepción iniciales. La agencia para encender este fuego es la palabra de Dios. Sin embargo, si esta percepción está oscurecida o nublada, entonces se adoptará cualquier estructura de creencias, incluso las destructivas.

Bahá’u’lláh aludió a este punto en su Libro de la Certeza, explicando el significado de las palabras «opresión» y «nubes» en las escrituras bíblicas:

¿Qué «opresión» es más dolorosa que el hecho de que un alma busque la verdad y desee alcanzar el conocimiento de Dios, y no sepa adónde dirigirse ni de quién obtenerlo? … «opresión» significa la falta de capacidad para adquirir conocimiento espiritual y entender la Palabra de Dios.

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