Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando un familiar o un ser querido enferma gravemente o atraviesa graves dificultades, a veces decimos: » Voy a orar por ti».
Cuando oímos hablar de amigos o conocidos necesitados, nuestra empatía encuentra un cauce en la oración.
Cuando nos enteramos de que alguien que conocemos ha muerto, podemos hacer una pausa y ofrecer una oración silenciosa en su nombre. Cuando nos sentimos enfermos, ansiosos o temerosos, oramos por nosotros mismos para que podamos sanar o encontrar consuelo celestial.
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¿Qué nos impulsa a hacer esto si no creemos, en lo más profundo de nuestro ser, que nuestras oraciones importan, tienen poder y son escuchadas?
Creo que nuestras oraciones son más poderosas de lo que podríamos imaginar; que cada oración es escuchada y atendida respectivamente por el Creador. El apoyo puede venir de un mundo espiritual más allá de éste. Tal vez un pariente que ha fallecido intervenga en nuestro favor. Pero en todos los casos, la ayuda procede de Dios.
Hace varias noches, me desperté con el sonido de un chillido agudo y de un llanto. Enseguida supe que era el niño pequeño de enfrente. Este bebé tiene problemas cognitivos leves, y a menudo le oigo quejarse o llorar, pero esa noche era mucho peor de lo habitual. Sus gritos lastimeros resonaron por todo el barrio durante varias dolorosas horas. La jovencísima madre del niño es soltera y, por desgracia, no está preparada para gestionar sus problemas ella sola, sin el apoyo del padre. Mientras el pobre niño gemía, jadeando para recuperar el aliento, ella soltó un largo grito a pleno pulmón:
«¡Cállate!» Y unos segundos después: «¡Acuéstate!»
Esto no hizo más que asustar y traumatizar aún más al niño, intensificando sus lloriqueos hasta que quedó completamente desconsolado. Mientras escuchaba sus llantos desatendidos, me daba cuenta de que estaba recibiendo todo lo contrario del consuelo que necesitaba. Sintiéndome desconsolada e impotente, por fin se me ocurrió que podía intentar orar por él. Deseaba desesperadamente calmarle de alguna manera. Entonces recordé una breve cita de Abdu’l-Bahá:
El espíritu tiene influencia, la oración tiene efecto espiritual. Por eso rogamos: “¡Oh Dios, cura a este enfermo!” Tal vez Dios responderá. ¿Importa quién es el que ruega? Dios responderá la oración de cualquier siervo si esa oración es urgente.
Así que cerré los ojos y, con toda la intensidad que pude, me imaginé a su lado. En mi mente cogí al niño en brazos y lo acuné en mi regazo. Le acaricié la carita y le canté una canción de cuna como hacía cuando mis hijos eran pequeños. Le susurré oraciones al oído, asegurándole que le quería. Pasaron unos breves instantes y, de repente, el llanto cesó abruptamente. Se produjo un silencio total en el vecindario. Esperé a que se reanudaran los llantos, pero durante el resto de la noche solo hubo silencio y paz.
Respiré hondo y exhalé un enorme suspiro de alivio, consciente de que no era responsable de aquel pequeño milagro, sino que me sentía simplemente agradecida y asombrada. Tal vez fuera solo una coincidencia, aunque que el niño dejara de llorar tan bruscamente después de horas de constantes lamentos parecía muy improbable. Tal vez un ángel enviado por Dios escuchó mis plegarias y las llevó en sus alas compasivas para consolar al niño.
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Los escritos de la fe bahá’í confirman tales experiencias místicas. Nuestras oraciones tienen un poder invisible, ya crucen la calle o el planeta. A veces sentimos el poder de nuestras oraciones inmediatamente, y otras veces necesitamos tener fe en que sus efectos se sentirán o se harán realidad tarde o temprano. Bahá’u’lláh prometió:
Siempre que alguien recite en la intimidad de su aposento los versículos que Dios ha revelado, los ángeles esparcidores del Todopoderoso difundirán por doquier la fragancia de las palabras emanadas de su boca, y harán que palpite el corazón de todo hombre recto. Aunque al principio permanezca inconsciente de su efecto, sin embargo, la virtud de la gracia que le ha sido concedida debe necesariamente ejercer tarde o temprano influencia sobre su alma.
Las enseñanzas bahá’ís dicen que el grado de sinceridad, desprendimiento y pureza de nuestras oraciones les confiere mayor capacidad:
La oración más aceptable es aquella que se ofrece con la mayor espiritualidad y radiancia. Su prolongación no ha sido ni es apreciada por Dios. Cuanto más desprendida y pura sea la oración, más aceptable es en la presencia de Dios.
Las escrituras de todas las principales confesiones religiosas se refieren a los «Nombres de Dios». Los escritos bahá’ís dicen que éstos abarcan a los siguientes: «El Médico Omnisciente», «El Todomisericordioso, el Bienamado, el Siempre Perdonador, el que Ayuda en el Peligro, el Amoroso y la Fuente Mística». Estos títulos demuestran que el Creador tiene el poder de transmutar y transformar cualquier situación. Cuando invocamos a Dios, escribió Bahá’u’lláh, nuestras oraciones pueden ser respondidas:
Tú eres Aquel, ¡oh mi Dios!, por cuyo Nombre se curan los enfermos, se restablecen los desvalidos y los sedientos reciben bebida; los angustiados, tranquilidad; los extraviados, guía; los humillados, exaltación; los pobres, riqueza; los ignorantes, luz; los melancólicos, iluminación; los tristes, alegría; los fríos reciben calor y los oprimidos son liberados.
Así que, la próxima vez que te preguntes por el efecto de tus oraciones, ya sean por los demás, por ti mismo o incluso por nuestro planeta, ten la seguridad de que cada una de ellas tiene poder, es escuchada y tiene el potencial de cambiar lo que nos aqueja.
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