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Recuerdo que solía juntarme con un amigo en Oregón que había conocido hace poco y que era unos 10 años mayor que yo. Habíamos salido varias veces a eventos comunitarios con las familias. Un día mencionó que tenía hijos y eso me sorprendió. Seguramente los niños habían estado corriendo por ahí todo el tiempo. Solo que yo no los había visto.
Cuando era joven y soltero, los niños eran a menudo invisibles para mí. No les prestaba atención. Francamente, mi idea de la paternidad siempre fue muy abstracta. Tenía pensamientos como: «Quiero tener dos hijos, tal vez una niña y un niño», pero eso es más o menos todo lo que recuerdo haber pensado antes de ser padre.
No hace falta decir que no creo que estuviera preparado para la paternidad. Confiaba en que mi esposa sería capaz de manejar la paternidad por los dos. No solo ella tenía más experiencia en el cuidado de los niños que yo, ya que a muchas chicas se les anima a explorar ese lado de la vida y reciben muchas oportunidades para desarrollar habilidades para cuidar de los demás, especialmente de los niños, sino que también había trabajado en una guardería, ¡que es como un campamento de entrenamiento para padres!
Pero durante mi primer día como padre, cargué por primera vez a un bebé – mi bebé – mientras los médicos luchaban por mantener a su madre con vida debido a complicaciones en el parto. Me di cuenta de que tal vez me quedaría solo en el mundo con esta bebé. Ella me miró y sacó la lengua, y me di cuenta de lo poco preparado que estaba para lidiar con ello.
El pañal de la bebé debía ser cambiado, y yo estaba más que listo para ver y aprender de la enfermera. Pero la enfermera se volvió hacia mí y me dijo: «Debes hacerlo tú». Así que cambié mi primer pañal.
Más tarde me enteré que mi primera experiencia contrasta con la de muchos otros hombres. Cuando un amigo mío cambió el pañal de su nuevo hijo en el hospital, la enfermera se volvió hacia él y le dijo con rabia: «¡Lo hiciste todo mal!» y lo volvió a hacer con impaciencia. Ese refuerzo negativo lo llevó a «quedarse en su terreno» y no ir más allá de lo que la sociedad dice que los hombres y las mujeres deben hacer.
Tengo amigos que fueron igualmente desalentados por sus esposas, y he conocido hombres que ni siquiera les daban la confianza suficiente como para cuidar solos a sus propios hijos. Incluso después de varios meses cuidando a mi hija, a menudo por mi cuenta mientras mi esposa iba a la universidad, mujeres mayores se me acercaban e insinuaban que no sabía lo que estaba haciendo. A veces daban a entender que eventualmente trataría de escabullirme de mis responsabilidades porque era un hombre. Supongo que actuaban de esa manera porque esa era probablemente su experiencia de vida. No habían tenido un esposo o padre que estuviera involucrado en la crianza de los niños, y por lo tanto tenían bajas expectativas.
El sexismo, por supuesto, ha limitado a las mujeres a conseguir muchas cosas materiales como igualdad de educación, salario, voz en los asuntos de la sociedad, y mucho más. Pero también ha privado a los hombres de las habilidades espirituales humanas básicas, como ser capaces de cuidar de alguien más, cambiar los pañales de sus hijos, bañarlos, cepillar sus dientes, etc. Mientras que a las mujeres se les ha enseñado lecciones de desapego, de cuidado y de crianza de los demás, los hombres son a menudo criados para ser egocéntricos. Hemos retenido a las mujeres, pero, en alguna de las formas más importantes, ellas nos han superado.
Los escritos bahá’ís hablan de cómo la desigualdad de género no solo ha frenado a las mujeres, sino que también ha impedido que los hombres alcancen su potencial espiritual: «En este mundo las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres; en la religión y en la sociedad ellas son elementos muy importantes. Mientras se impida a las mujeres alcanzar sus más elevadas posibilidades, los hombres serán incapaces de lograr la grandeza que podría ser suya».
Aunque me crié en una familia amante de la paz, creyendo en la unidad de la humanidad y promoviendo la igualdad de los sexos, crecí pensando que era importante saber cómo defenderme físicamente de otros chicos. Creo que aún hoy, el mundo cría a los hombres para ir a la guerra, no para nutrir a otros. Y lamento que la educación masculina rara vez prepara a los hombres para lo que a menudo es su trabajo más importante: ser un buen padre y esposo.
Como dijo Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í: «El mundo del pasado ha sido gobernado por la fuerza, y el hombre ha dominado a la mujer… Pero el equilibrio está variando, la fuerza está perdiendo su dominio, y la viveza mental, la intuición y las cualidades espirituales de amor y servicio, en las que la mujer es fuerte, están ganando en poder. En adelante, tendremos una época menos masculina y más influida por ideales femeninos; o, para explicarnos más exactamente, será una época en la que los elementos masculinos y femeninos de la civilización estarán más equilibrados».
Tuve suerte. Tengo una esposa inteligente que, en lugar de desanimarme, estaba dispuesta a acompañarme durante mi proceso de convertirme en un buen padre. La enfermera del hospital me apoyó de la misma manera, desde el primer pañal hasta la tarea aún más aterradora de darle al bebé su primer baño.
La vida cambió por completo en ese momento. Mientras que antes se trataba de disfrutar de la compañía del otro y de nuestra nueva vida como pareja, ahora todo se centró en la bebé. Ella era exigente, y era difícil conseguir que se durmiera o que dejara de llorar. Fue una experiencia agotadora que consumía nuestros pensamientos.
Pero la magia de la paternidad era ver esa luz en ella, ver a esa bebé sonreír o moverse. Al volver a ver los videos que grabamos de esa época, me impresiona lo emocionados que nos poníamos con cualquier pequeño movimiento o expresión que ella hiciera. Como padres jóvenes, había muchas cosas que no sabíamos hacer. Todavía estábamos en la universidad, tomando clases y tratando de mantener el ritmo, pero la felicidad era completa.
El recuerdo de nuestra experiencia con nuestra primera hija era tan fuerte que, una década más tarde, convencí a mi esposa de tener un segundo hijo después de que visitáramos a su primo y pasáramos un tiempo con su lindo bebé de nueve meses. El impulso de revivir esos recuerdos nos trajo otra linda niña cuyas expresiones de bebé cambiaron la forma en que hablamos porque (para su disgusto, hoy, una década después) las imito constantemente. Pasé de ser una persona que pasaba por alto a los niños a una que anhelaba tenerlos.
Ahora veo el mundo como realmente es. El propósito de la sociedad es educar a los niños. A veces oigo a la gente quejarse cuando los niños hacen ruido en el autobús o en el avión. Dicen: «¡Dile a tu hijo que se calle!». Muchos son totalmente intolerantes con los niños y piensan que es su derecho ser así.
Ahora me doy cuenta que es una forma de discriminación social que tenemos contra los más pequeños de la sociedad, lo que ilustra nuestra incapacidad para entender el verdadero propósito de la sociedad: construir una nueva civilización. Ser padre me enseñó que el mundo no está ahí para que yo lo haga mío y disfrute de mi vida sin consideración por el resto del mundo. Me ha enseñado dos veces que los hombres se beneficiarían mucho más si se les da la oportunidad de aprender a cuidar de los demás. Tuve que aprender estas lecciones sobre la marcha, pero tuve la suerte de que a pesar del tiempo perdido, pude encontrar una oportunidad.
Me imagino un futuro en el que los hombres puedan desarrollar estas habilidades desde pequeños y aprendan a mostrar amor sirviendo a sus amigos, a sus esposas, a sus hijos y, en última instancia, a la sociedad en su conjunto. Entonces, en lugar de ser consumidos por la preocupación por nuestro propio bienestar, brillaremos resplandecientes sirviendo a los demás. Podemos convertirnos en la encarnación de las palabras de Bahá’u’lláh: «Eres como una espada de excelente temple, oculta en la oscuridad de su vaina y cuyo valor está velado al conocimiento del artífice. Sal por tanto de la vaina del yo y del deseo para que tu valor se manifieste y resplandezca ante todo el mundo».
Espero, también, que tu experiencia como padre te ayude a aprender a servir a los demás.
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