Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Se habla mucho de la unidad, que significa «la condición de estar unidos o reunidos como un todo», pero rara vez la alcanzamos. La humanidad aún no ha logrado esa estación, pero las enseñanzas bahá’ís prometen que un día lo haremos.
De hecho, alcanzar la eventual unidad de la humanidad representa el principio central y mayor objetivo bahá’í. Abdu’l-Bahá -el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el fundador de la fe bahá’í– dijo en una charla que dio en Nueva York en 1912:
El propósito de la creación del hombre es el alcanzar las supremas virtudes de la humanidad mediante el descenso de las dádivas celestiales. El propósito de su creación es, por tanto, unidad y armonía, no cisma y discordia… De la misma manera ocurre en el mundo espiritual. Ese mundo es el reino de la completa atracción y afinidad. Es el Reino del Único Espíritu Divino, el Reino de Dios.
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Así pues, el propósito de Dios al crear a la humanidad es desarrollar y expresar las perfecciones divinas latentes en nuestro ser interior: el amor, la bondad, la compasión, el servicio a los demás y el desarrollo de todos los atributos humanos más elevados.
Las enseñanzas bahá’ís dicen que esta consecución de las virtudes espirituales se produce por medio de las dádivas divinas que fluyen a través de los santos mensajeros de Dios hacia la humanidad. Al orientar el espejo de nuestros corazones y mentes a los mensajeros de Dios, incluyendo a Abraham, Krishna, Moisés, Buda, Cristo, Muhammad y más recientemente Bahá’u’lláh, podemos intentar reflejar el brillo espiritual de estas luminarias divinas.
Este proceso nos transforma de una existencia meramente física y animal a una espiritual. La armonía, el amor y la unidad, preservar la unicidad y la integridad de la raza humana, es el fruto natural de esta transformación espiritual, el resultado inevitable de la obediencia a la convocatoria divina.
De hecho, la unidad representa el propósito último del Creador para la humanidad: las relaciones animadas por el amor y la armonía divinas, y la expresión de la unidad y la integridad inherentes a toda la humanidad.
Al igual que el cuerpo humano, con su diversidad de células y órganos especializados, todos trabajando juntos en perfecto equilibrio y cooperación para cumplir el propósito común de la vida, la raza humana está compuesta por individuos que colectivamente forman el cuerpo de la humanidad. Si vivimos nuestras vidas de forma contraria al diseño perfecto de Dios, si tenemos discordia, conflicto y la enfermedad de la desunión, actuaríamos como células cancerígenas en un cuerpo humano. Al igual que el cáncer crece agresivamente y completamente fuera de la armonía del cuerpo, este comportamiento desordenado y destructivo resulta en una enfermedad debilitante y a menudo fatal.
Los comportamientos humanos como el conflicto, la codicia, la destrucción de nuestro entorno, la guerra, los prejuicios y la injusticia destruyen el cuerpo de la humanidad. Estas rupturas de la unidad violan la ley de Dios. En la misma charla que Abdu’l-Bahá dio en Nueva York, dijo: “Siempre que prevalezca la discordia en lugar de la unidad, siempre que el odio y el antagonismo tomen el lugar del amor y del compañerismo espiritual, reina el Anticristo en lugar de Cristo”.
Para contrarrestar estas tendencias y fijar el rumbo de la humanidad en el futuro inmediato, Bahá’u’lláh escribió:
Ha sido erigido el tabernáculo de la unidad; no os miréis como extraños los unos a los otros… Sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una sola rama… La tierra es un solo país, y la humanidad sus ciudadanos… No debe enaltecerse quien ama a su patria, sino quien ama al mundo entero.
Abdu’l-Bahá escribió:
Amad a todas las religiones y a todas las razas con un amor verdadero y sincero, y demostrad ese amor con los hechos y no con la lengua.
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Esta unidad de la humanidad constituye el imperativo moderno, conducente al bienestar y a la prosperidad de nosotros mismos, de nuestras familias, de nuestras comunidades y de la raza humana en su conjunto. El llamamiento de Bahá’u’lláh a la unidad afirma que:
El bienestar de la humanidad, su paz y seguridad son inalcanzables, a menos que su unidad sea firmemente establecida. Esta unidad no podrá jamás lograrse mientras se permita que los consejos que ha revelado la Pluma del Altísimo pasen desatendidos.
El llamado de Dios en este día, a través de Su mensajero, Bahá’u’lláh, es realmente un salvavidas que nos lanza el Creador. Una expresión de gracia y generosidad perfectas, ofrece a todos una oportunidad de ser iluminados con la luz más hermosa de Su santidad, alcanzar el segundo nacimiento subrayado por Cristo, y lograr el propósito de nuestra creación: la entrada en el reino de Dios. Al hacerlo, todos participamos en el despliegue del plan divino creativo, irradiando nuestra luz de amor y cumpliendo en nuestras vidas la sagrada confianza que Dios ha depositado en todos nosotros.
Este nuevo mensaje bahá’í cambia el mundo de forma significativa y sostenible. Al alinear nuestras vidas con este plan sagrado y divino para la humanidad, esta renovación de la «inmutable fe de Dios», nos comprometemos con una visión de unidad alcanzable, y nos unimos a un movimiento espiritual global para construir esa unidad. Si queremos ver la justicia, la unidad, la paz y el amor, primero debemos manifestar estas cualidades en nuestras propias vidas. Cada uno de nosotros puede alcanzar estos frutos espirituales individuales a través de las dadivas divinas, y recibir este don del Espíritu Santo.
Acudamos, pues, a esta gracia, a esta revelación de generosidad y esperanza, de vida y de paz; respondamos a la sagrada llamada de Dios, y establezcamos juntos la paz y la unidad de la humanidad.
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