Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Las enseñanzas bahá’ís dicen que Dios renueva regularmente la religión así como sus leyes y principios. Como todos los seres vivos, escribió Abdu’l-Bahá, la religión tiene un ciclo de vida que requiere una renovación periódica:
Desde los días de Adán hasta hoy, las religiones de Dios se han puesto de manifiesto, una detrás de la otra, y cada una de ellas cumplió debidamente su función, revivió a la humanidad, y proveyó educación e ilustración. Ellas libraron a las gentes de la oscuridad del mundo de la naturaleza y les hicieron entrar en el esplendor del Reino. A medida que cada Fe y cada Ley sucesiva se revelaba, permanecía, durante algunos siglos, como un árbol cargado de frutos, y a ella le era encomendada la felicidad de la humanidad. Sin embargo, al ir transcurriendo los siglos, envejecía, ya no florecía ni entregaba frutos, por lo cual era entonces nuevamente rejuvenecida.
La religión de Dios es tan solo una religión, más debe ser siempre renovada.
Cuando esto sucede, dijo Abdu’l-Bahá en Contestación a unas preguntas, esta renovación no sólo presenta un nuevo mensajero de Dios para la humanidad, sino que también abroga, reemplaza, altera y actualiza las leyes religiosas y civiles de las épocas anteriores:
…el cambio y la mudanza de las condiciones, junto con los requisitos variables de los diferentes siglos y épocas, son los que motivan la abrogación de las leyes. Pues llega un momento en que dichas leyes ya no se adecúan a las condiciones prevalecientes. Considera cuán diferentes fueron las necesidades de los primeros siglos, de la Edad Media y de los tiempos modernos. ¿Es posible que las leyes de los primeros siglos sean puestas en vigor en la actualidad? Tal cosa sería del todo impracticable. Del mismo modo, luego del transcurso de unos cuantos siglos, las necesidades actuales no serán las mismas del futuro y, ciertamente, experimentarán cambios.
En Europa las leyes suelen ser alteradas y modificadas de continuo. ¡Cuántas no han sido las leyes otrora imperantes en las instituciones y sistemas de Europa que han sido ahora abrogadas! Tales cambios y alteraciones son consecuencia de la variación y transformación de conceptos, condiciones y costumbres. Si ello no fuera así la prosperidad del mundo humano zozobraría.
Por ejemplo, hay en el Pentateuco una ley que establece la pena de muerte para quien quebrante el sábado, día de descanso. Además, en el Pentateuco hay contenidos diez supuestos que llevan emparejada sentencia de muerte. ¿Sería posible hacer cumplir tales leyes en nuestra época? Es obvio que sería absolutamente imposible. Por consiguiente, las leyes están sujetas a modificaciones que en sí mismas dan prueba suficiente de la suprema sabiduría de Dios.
En otras palabras, como escribió el Guardián de la fe bahá’í, Shoghi Effendi, la verdad religiosa y las leyes civiles que proceden de ella son relativas, no absolutas:
El principio fundamental enunciado por Bahá’u’lláh… es que la verdad religiosa no es absoluta sino relativa, que la Revelación Divina es un proceso continuo y progresivo…
Esta forma dinámica y evolutiva de ver la religión y sus principios hace dos cosas muy importantes: evita el fanatismo y el fundamentalismo, y crea suficiente espacio para un cambio significativo.
El fundamentalismo, tal como lo define el diccionario, describe una doctrina rígida que se basa en una interpretación estricta y literal de la religión, sus escrituras y leyes. Una persona sólo puede ser fundamentalista si cree que su propia religión es la única legítima, la única verdad permanente y eterna.
El concepto bahá’í de la verdad religiosa, que no es absoluta sino relativa, descarta el fundamentalismo y el fanatismo, porque permite cambios progresivos en la religión y sus leyes a medida que las necesidades de la propia sociedad cambian con el tiempo.
Por ejemplo: Las enseñanzas de Cristo sobre el matrimonio revocaron la anterior ley judía, que permitía a cualquier hombre divorciarse de su esposa por cualquier razón. Bajo la ley judía de la época, las esposas no tenían la misma opción, porque se consideraban propiedad del hombre. Pero Cristo derogó esa ley cuando, en Mateo 10:9, dijo: «Por lo tanto, lo que Dios ha unido, que nadie lo separe.» La iglesia cristiana antigua, basándose en esa enseñanza, hizo que el divorcio fuera ilegal. De hecho, el primer acto de Cristo en su revelación – bendecir el banquete de bodas de Caná convirtiendo el agua en vino – santificó todos los matrimonios cristianos y los hizo permanentes, según el relato bíblico y la historia de la iglesia antigua.
¿Sería esta ley práctica o incluso aplicable hoy en día?
En la mayoría de las sociedades contemporáneas, definitivamente no. El divorcio se ha convertido en algo común, y aunque el colapso de una relación matrimonial previamente amorosa y comprometida es lamentable, cualquier ley que prohíba todos los divorcios en la sociedad contemporánea sería ampliamente ignorada y desobedecida.
Desde el punto de vista bahá’í, esa es una de las razones por las que las leyes bahá’ís desalientan el divorcio, pero lo permiten cuando es necesario, reconociendo el hecho de que ninguna persona casada debe ser forzada a permanecer en una relación distante, abusiva o sin amor. En este pasaje del Libro más Sagrado de Bahá’u’lláh, las condiciones para el divorcio especifican un año de espera, pero en última instancia permiten a las parejas divorciarse si es necesario:
Si surgiere resentimiento o aversión entre esposo y esposa, él no ha de divorciarse de ella, sino aguardar pacientemente durante un año completo, para que tal vez se renueve la fragancia del afecto entre ellos. Sí al cabo de este tiempo no ha resurgido el amor, está permitido que se efectúe el divorcio. En verdad, la sabiduría de Dios ha abarcado todas las cosas.
Ese es sólo uno de los muchos, muchos ejemplos de la evolución de la ley religiosa a lo largo del tiempo. Las enseñanzas bahá’ís contienen amplias ilustraciones de este principio de revelación progresiva, que reconoce la legitimidad de los fundadores y profetas de las religiones pasadas y reverencia sus revelaciones, pero también construye de manera que esas enseñanzas y leyes cambien a medida que las condiciones sociales cambian y las antiguas leyes se vuelven obsoletas.
Las enseñanzas bahá’ís dicen que los principios esenciales y fundamentales de la religión nunca cambian, que cada profeta y mensajero de Dios parece traer amor y armonía a la humanidad. Sin embargo, mientras que el amor, la compasión y la bondad siempre formarán la base fundamental de la fe, los bahá’ís entienden que las leyes secundarias de la religión sí cambian de una dispensación a otra, con el fin de ajustarse a los avances de la sociedad humana y el progreso de acuerdo con nuestro grado de madurez colectiva. Abdu’l-Bahá, en una charla que dio en Pensilvania en 1912, lo explicó de esta manera:
Cada una de las religiones divinas encarna dos clases de mandamientos. Los primeros son aquellos que conciernen a los atributos espirituales, al desarrollo de principios morales y a la revivificación de la conciencia humana. Estos son esenciales o fundamentales; son uno y el mismo en todas las religiones, inalterables y eternos – realidad no sujeta a transformación. Abraham proclamó esta realidad, Moisés la promulgó, y Jesucristo la estableció en el mundo de la humanidad. Todos los Profetas y Mensajeros divinos fueron los instrumentos y canales de esta misma verdad esencial y eterna.
La segunda clase de mandamientos en las religiones divinas son aquellos relacionados con los asuntos materiales de la humanidad. Estos son las leyes materiales o accidentales que están sujetos a cambio en cada día de manifestación, de acuerdo a las exigencias de la época, a las condiciones y diferentes capacidades de la humanidad.
Así que, en lugar de adherirse a los códigos legales de las religiones pasadas, la fe bahá’í ofrece un nuevo conjunto de ordenanzas morales y espirituales destinadas a un mundo moderno, unificado y pacífico.
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