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Espiritualidad

Lo que la cremación nos dice sobre la muerte

David Langness | May 15, 2022

PARTE 1 IN SERIES ¿Cómo morimos?

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David Langness | May 15, 2022

PARTE 1 IN SERIES ¿Cómo morimos?

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Las enseñanzas bahá’ís se refieren a la muerte como una «mensajera de alegría», como el nacimiento de un maravilloso viaje hacia la vida eterna. Abdu’l-Bahá incluso comparó el alma humana liberada con un pájaro liberado de su jaula:

Por ello, juzgar que después de la muerte del cuerpo el espíritu perece, es como imaginar que el pájaro cautivo en una jaula tenga que perecer porque la jaula se rompa, aunque el pájaro nada tenga que temer con ello. Nuestro cuerpo es como la jaula, y el espíritu es como el pájaro. Vemos que, sin la jaula, el pájaro vuela en el mundo del sueño… no existe paraíso más sublime que la liberación de la jaula.

RELACIONADO: Cremación o entierro: ¿le importa al alma?

A medida que he ido envejeciendo, he llegado a aceptar y dar la bienvenida a la muerte y, de hecho, ahora estoy deseando que se rompa mi propia jaula. La muerte llegará a su debido tiempo, por supuesto, y me encanta estar vivo en este plano de existencia, así que no tengo prisa. Sin embargo, cuando llegue, sin duda saciará mi intensa curiosidad y anticipación sobre lo que le espera a mi ser interior en la siguiente fase de la vida.

Pero, por desgracia, parece que nuestra cultura ve la muerte de forma muy diferente. La gente no solo la teme, sino que quiere mantenerse joven para siempre, negar la existencia de la muerte y borrar sus huellas eliminando por completo los cuerpos de los difuntos. El rápido aumento de la cremación, según los expertos, ilustra esa negación.

El Washington Post informó recientemente, en una amplia exploración sobre el tema, que «… el impresionante aumento de la cremación revela la cambiante idea que tiene Estados Unidos sobre la muerte».

Los datos estadísticos respaldan esa conclusión. En Estados Unidos, más personas están eligiendo la cremación que nunca antes. En 2020, informa el Post, «el 56% de los estadounidenses que murieron fueron incinerados, más del doble de la cifra del 27% de dos décadas antes…» y estos «rápidos cambios de opinión sobre la forma de deshacerse de los cuerpos también han provocado cambios en la forma de conmemorar a los seres queridos y reflejan una nación cada vez más secular, transitoria y, según algunos, fóbica a la muerte».

Así pues, en esta breve serie de artículos sobre nuestras muertes físicas, me veo obligado a examinar esta tendencia, debatir sus méritos y deméritos y argumentar lo mejor que pueda, teniendo en cuenta las enseñanzas bahá’ís, a favor de enterrar nuestros cuerpos en lugar de incinerarlos.

Cuando murieron mis padres

Hace poco, en un viaje de larga distancia durante un hermoso día de primavera desde mi casa en los bosques del norte de California, me dio hambre. Paré en un pequeño restaurante de comida para llevar, pedí algo de comida en una ventanilla y me senté en mi coche para almorzar.

Mientras comía, a través del parabrisas tenía una vista lateral de una gran casa antigua y bien cuidada en un barrio residencial al otro lado de la calle, rodeada de árboles maduros y terrenos cuidados. En la parte trasera de la casa, vi una gran chimenea, de la que salían ondas de calor, lo que me hizo preguntarme: ¿por qué alguien tendría una chimenea o un horno encendido en un día tan cálido y soleado?

Desconcertado, dejé mi almuerzo a medio terminar, salí del coche y crucé la calle para dar la vuelta a la fachada de aquella curiosa casa. Ya no era una residencia, como evidentemente había sido en algún momento, y el letrero de enfrente decía Servicios Funerarios y de Cremación de la Capilla Colonial de Lakeside. En cuanto vi el letrero, me di cuenta de lo que eran las olas de calor que salían de aquella chimenea. Volví al coche, ya sin hambre, tiré el resto de mi almuerzo y me fui.

Como veterano de guerra no soy aprensivo con la muerte, pero aquella ardiente pira crematoria me recordó el doloroso fallecimiento de mi madre y mi padre unos años antes. Mis padres fueron incinerados y, aunque intenté convencerles de que no lo hicieran cuando estaban vivos, ambos insistieron en la cremación como la opción más barata y sencilla.

Lamento su decisión, no porque mi familia y yo no podamos visitar las tumbas de mis padres, ni porque quiera que exista un recuerdo más físico de su presencia terrenal en algún lugar, sino porque temo que haya dificultado el progreso de sus almas en la otra vida.

La transición entre esta vida y la siguiente

Si crees que nuestras vidas terminan con la muerte, entonces incinerar tu cuerpo que ya no respira puede parecer lógico. Pero, ¿y si la vida no termina cuando el corazón deja de latir? ¿Y si el alma humana pasa a una existencia espiritual superior, como prometen todas las religiones y filosofías metafísicas? ¿Y si ese proceso es gradual, con nuestros espíritus desprendiéndose de nuestros cuerpos lentamente?

¿Y si la muerte es realmente un segundo nacimiento?

Si ese es el caso, y nuestro primer nacimiento desde el vientre de nuestra madre no fue una transición fácil, ¿no tendría sentido que pasar de este mundo material a la otra vida en el reino espiritual también representara un pasaje agitado para el alma?

Muchas personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte, que han sido declaradas clínicamente muertas y luego fueron resucitadas y volvieron a la vida, afirman que su conciencia continuó, pero que separarse de sus cuerpos físicos no fue fácil ni rápido. Tendemos a pensar que nuestros cuerpos son nuestro «yo», pero cuando el yo y el cuerpo se separan al final de nuestra existencia material, obviamente aprendemos que no es así. No somos nuestros cuerpos, sino que tenemos conciencia humana, una realidad eterna que algunos llaman alma.

Por eso, cuando se abre la puerta de la libertad, el pájaro, acostumbrado solo a ese entorno restringido y familiar, puede sentirse inclinado a quedarse allí, en el confinamiento de su jaula, pero al morir, no tenemos esa opción.

RELACIONADO: A dónde nos lleva la muerte

Tan pronto como exhalamos nuestro último aliento, el momento predestinado que, tarde o temprano, llegará para cada uno de nosotros, nuestras almas comienzan su viaje al otro mundo. Las enseñanzas de todos los grandes credos nos han asegurado, desde siempre, que nuestros espíritus más íntimos son inmortales, destinados a seguir en una existencia continua y eterna. En sus escritos, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, hizo la misma promesa clara y explícita:

Y ahora, referente a tu pregunta acerca del alma del hombre y su supervivencia después de la muerte, has de saber que, ciertamente, el alma después de su separación del cuerpo continuará progresando hasta que alcance la presencia de Dios, en un estado y condición que ni la revolución de las edades y siglos, ni los cambios o azares de este mundo pueden alterar.

Las enseñanzas bahá’ís dicen que todas las personas emprenderán ese viaje espiritual al otro mundo, y que lo que hagamos en este mundo determinará nuestra vida eterna allí. Los bahá’ís no creen en la existencia de un lugar llamado infierno o purgatorio y entienden que cada alma entrará inevitablemente en el cielo de la próxima existencia. Abdu’l-Bahá escribió: «… las almas de los hijos del Reino, después de su separación del cuerpo, ascienden al dominio de la vida sempiterna».

Debido a la naturaleza de la muerte y al camino de vuelo espiritual que supone para todos, las enseñanzas bahá’ís nos piden a todos que brindemos una atención más suave, cuidadosa y gradual al viaje trascendente que realizan nuestros espíritus cuando nuestros cuerpos perecen. De hecho, esas enseñanzas ofrecen una sabia orientación e instrucciones sobre la mejor manera de garantizar el paso más suave y pacífico del reino físico al espiritual. También tienen en cuenta algo que poca gente considera cuando piensa en la muerte: el importante impacto de la disposición de nuestros cuerpos físicos en la red interdependiente de la vida, la naturaleza y el medio ambiente.

En el próximo ensayo de esta serie, comenzaremos a examinar esa orientación y trataremos de comprender su sabiduría.

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