Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En una novela que estoy leyendo – Winter Counts del escritor de Sicangu Lakota, David Heska Wanbli Weiden – el personaje principal se hace una profunda pregunta: «¿Me perdonaré alguna vez por las cosas que he hecho?»
Cuando me encontré con ese pasaje de la historia, la pregunta me golpeó fuerte, y me hizo dejar el libro a un lado por un tiempo para poder considerar todo el concepto de perdón y auto-perdón.
Tal vez nunca has hecho nada que te haga sentir avergonzado y necesitado de perdón, pero sospecho que muy pocos de nosotros podemos honestamente hacer esa afirmación. Todos somos humanos, por lo que cometemos errores de juicio. Fallamos en nuestras pruebas espirituales. A veces metemos la pata de verdad. Podemos ser crueles, prejuiciosos, irreflexivos e incluso intencionalmente dañinos. Esa es la parte difícil de ser humano – la expresión abierta de lo que los escritos bahá’ís llaman nuestra naturaleza inferior. En una charla que dio en París, Abdu’l-Bahá dijo:
En el ser humano existen dos naturalezas; su naturaleza superior o espiritual, y su naturaleza inferior o material. Con una se acerca a Dios, con la otra vive sólo para el mundo. Los signos de estas dos naturalezas se hallan presentes en cada persona. En su aspecto material, expresa falsedad, crueldad e injusticia; todas éstas son el producto de su naturaleza inferior. Los atributos de su naturaleza divina se manifiestan en amor, misericordia, bondad, verdad y justicia; todas y cada una de ellas son la expresión de su naturaleza superior. Todos los buenos hábitos, todas las cualidades nobles, pertenecen a la naturaleza espiritual del ser humano, mientras que todas sus imperfecciones y acciones pecaminosas nacen de su naturaleza material.
En esa continua batalla entre lo material y lo espiritual dentro de nosotros, todos dejamos que la naturaleza inferior tome el control de vez en cuando. Todos los que he conocido tienen al menos alguna cosa importante que han hecho en su pasado que les hace sentir seriamente arrepentidos y avergonzados. Puedo pensar en unos cuantos de esos casos – bueno, está bien, más que unos cuantos -, yo mismo, y mi piel se enrojece de auto-recriminación cuando los recuerdo.
No importa cuánto nos esforcemos por ser personas perfectas, nos quedamos cortos, lo que parece una condición humana universal.
Así que la pregunta «¿Me perdonaré alguna vez?» se convierte en una pregunta muy importante. Todo el mundo tiene que luchar con la vergüenza y la culpa de los hechos pasados, y tiene que averiguar qué hacer con esos recuerdos y el dolor que crean.
Los psicólogos dicen que tenemos tres modos principales de lidiar con el daño que hemos causado a otros. Podemos negar que alguna vez ocurrieron, lo que rara vez resulta bien. Podemos pensar en ellos, lo que generalmente resulta en definirnos como «malas» personas. O podemos abrirnos camino a través de ellos, tratando de entender y aprender de lo que hemos hecho y averiguar cómo hacerlo mejor la próxima vez.
Mientras pensaba en todo ese proceso de auto-perdón, me volví, como siempre lo hago, al profundo pozo de sabiduría de los escritos bahá’ís. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, dijo claramente que cada uno de nosotros puede buscar el perdón volviéndose hacia Dios:
Ciertamente, las brisas del perdón han soplado desde la dirección de vuestro Señor, el Dios de Misericordia; quienquiera se vuelva hacia ellas, será limpiado de sus pecados y de todo dolor y malestar. – Bahá’u’lláh, Epístola al hijo del lobo.
Para los bahá’ís, el proceso de perdón es misericordiosamente simple. No implica confesarse con otra persona o llevar a cabo algún acto específico de expiación, sino que tiene lugar dentro del alma:
Cuando el pecador se halle completamente desprendido y liberado de todo, salvo de Dios, debe pedirle misericordia y perdón a Él. La confesión de los pecados y transgresiones ante los seres humanos no está permitida, ya que nunca ha conducido, ni jamás conducirá, a la clemencia divina. Por otra parte, esa confesión ante otra persona da como resultado la degradación y humillación de uno, y Dios —exaltada sea Su gloria— no desea la humillación de Sus siervos. Verdaderamente, Él es el Compasivo, el Misericordioso. El pecador debe, en su trato con Dios, implorar la misericordia del Océano de la misericordia… – Bahá’u’lláh, Tablas de Bahá’u’lláh.
Esto no significa que no sean necesarias las disculpas. Una vez que hayamos buscado en privado el perdón de nuestro Creador, según las enseñanzas bahá’ís, podemos decidir disculparnos con aquellos a los que hemos agraviado. Cuando eso ocurra, podremos perdonarnos a nosotros mismos, y con suerte aprender de la experiencia.
En realidad, eso es lo que hace el auto-perdón. Reconoce el hecho de que podemos adaptarnos, crecer y cambiar – que cada uno de nosotros tiene la capacidad espiritual interna de convertirse en un mejor ser humano cada día. Lo que hicimos ayer, entonces, no tiene que definirnos para siempre. Si reflexionamos sobre nuestras faltas pasadas y buscamos corregirlas actuando de forma diferente en el futuro, entonces podemos progresar. Cuando eso suceda, podemos aspirar al estándar bahá’í:
Cuidado, no sea que hagáis daño a algún alma, o que hagáis entristecerse a algún corazón; no sea que con vuestra palabra hiráis a algún hombre, ya sea conocido o desconocido, ya sea amigo o enemigo. Orad por todos; que todos sean bendecidos, que todos sean perdonados. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá.
Cuando Abdu’l-Bahá nos pidió que » no sea que hagáis daño a algún alma «, ¿no tiene sentido que su cariñosa amonestación incluya también nuestras propias almas?
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