Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Mi reciente descubrimiento de la Fe bahá’í se produjo como resultado de una búsqueda en Google de una frase que había utilizado en respuesta a la publicación de un amigo en Facebook: «¿El amor es…?», a la que respondí «El amor es una acción».
Mi respuesta describía muy bien el amor de mi padre por nosotros, sus nueve hijos, cuando éramos jóvenes. Sabíamos que nos quería, aunque en ese momento nunca lo dijera. Mi madre era muy capaz de decirnos que nos quería, así como de colmarnos de las formas comunes de afecto que comparten las familias: abrazos, besos y afirmaciones positivas.
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En mi caso, me esforcé por ganarme el respeto de mi padre, más que el de mi madre, porque esta se dejaba impresionar fácilmente y era efusiva en su amor y papá era más estoico y reservado. Ahora, como padre, trato de tener en cuenta ambas experiencias. Aunque nunca soy reservado con mis hijos, espero que me vean como una persona de mente abierta, que es lo que me esfuerzo por ser, y también un poco estoico de vez en cuando por si acaso.
Como ya he mencionado, busqué la frase «El amor es una acción», pensando que debía de haberse escrito antes, pero si no, tal vez podría vender algunas camisetas para obtener unos ingresos residuales muy necesarios. En su lugar, encontré un brillante artículo aquí en BahaiTeachings.org escrito por un estudiante graduado de la Universidad de Columbia. Incluía esta hermosa cita de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í:
Si los eruditos y hombres de sabiduría mundana de esta época permitieran a la humanidad aspirar la fragancia de la fraternidad y del amor, todo corazón comprensivo entendería el significado de la verdadera libertad y descubriría el secreto de la paz imperturbable y de la absoluta serenidad.
Esto ocurrió a principios de octubre de 2020. Le escribí al sitio web y recibí una respuesta de bienvenida de uno de los fundadores de BahaiTeachings.org. Hemos estado en contacto casi constante desde entonces, a través de correspondencia escrita, una breve reunión en persona y algunas reuniones de Zoom o charlas bahá’ís.
A través de todo ello, he descubierto una comunión de almas a la que no puedo establecer ningún paralelo en mi educación católica. Mi nuevo amigo bahá’í me ayuda a mantener mis velas izadas por los principios espirituales, y trato de utilizar esta relación para evolucionar hacia mi verdadero yo. Dado que mi visión del Creador también ha madurado, mi concepción de Dios es menos binaria y parroquial que el Dios que me presentaron mis padres, pero al mismo tiempo el mismo Dios que les reconfortó y sostuvo en sus propias vidas.
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Ahora también he empezado a leer libros bahá’ís. Disfruté mucho leyendo el registro de los discursos y charlas de Abdu’l-Bahá en Francia, titulado Paris Talks (En español: La sabiduría de Abdu’l-Bahá), pero todavía tengo dificultades a veces con algunas de las otras literaturas bahá’ís que pueden percibirse como arcaicas en el lenguaje para el sesgo de mi oído occidental. Sin embargo, los principios fundamentales de la Fe bahá’í me parecen irrefutables:
- La investigación independiente de la verdad
- La eliminación de los prejuicios de todo tipo
- La unidad de la humanidad
- Un fundamento esencial para todas las religiones
- La religión debe causar amor, afecto y alegría
- La armonía de la ciencia y la religión
- Una lengua auxiliar universal
- La educación universal
- La igualdad de género
- La creación de un Parlamento Mundial
- La abolición de los extremos de riqueza y pobreza
- La no implicación de la religión en la política
- Los derechos humanos para todos
Todo el mundo, sea bahá’í o no, puede hacer que los objetivos de esos maravillosos principios se manifiesten para lograr realmente la existencia espiritual que muchos de nosotros buscamos en la Tierra.
Este camino de descubrimiento espiritual me ha recordado que hace cuarenta años conocí a mi primera bahá’í. Ella y su marido eran propietarios de una pizzería-deli cerca de donde yo trabajaba en Farmingdale, Nueva York. Nos hicimos amigos durante un corto periodo de tiempo, e incluso colaboramos en una canción que ella cantaba maravillosamente, utilizando uno de mis poemas como letra. Me costó cuatro décadas, pero todavía puedo escuchar su voz guiándome hacia la unidad.
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