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Religión

Muchas religiones, una sola ciudad de Dios

Maya Kaathryn Bohnhoff | Jul 24, 2024

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Las enseñanzas fundamentales de todas las grandes religiones están en armonía, según afirman las enseñanzas bahá’ís.

Para demostrarlo, compartí con mi amigo de Internet Jesse estos pasajes de las Escrituras tan inquietantemente similares, como demostración de los puntos en común de las revelaciones religiosas:

Allí no brilla el sol, ni alumbra la luna, ni arde el fuego, pues allí está la Luz de Mi Gloria. Los que llegan a esa morada ya no retornan. – Krishna, Bhagavad Gita 15:6

El sol ya no será tu luz de día, ni la luna te alumbrará con su resplandor; sino que el Señor será para ti una luz eterna, y tu Dios tu gloria.- Libro del Antiguo Testamento de Isaías 60:19

Durante el día resplandece el sol, en la noche brilla la luna… Pero el Buddha, en todo el día y la noche, resplandece por su poder. – Buda Gautama, Dhammapada vs 387 (describe el estado del habitante del Nirvana)

La ciudad no necesita que el sol o la luna brillen sobre ella, porque la Gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lámpara. Las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán a ella su esplendor. – Espíritu de Cristo, Apocalipsis de San Juan 21:23-24

Aquella Ciudad no es otra que la Palabra de Dios, revelada en cada época y dispensación. En los días de Moisés fue el Pentateuco; en los días de Jesús, el Evangelio; en los días de Mu¥ammad, el Mensajero de Dios, el Corán; en este día es el Bayán; y en la dispensación de Aquel a Quien Dios ha de manifestar Su propio Libro, Libro al que necesariamente han de referirse todos los Libros de Dispensaciones anteriores, Libro que entre todos sobresale, trascendente y supremo. – Bahá’u’lláh, El libro de la Certeza.

Mi amigo replicó que eso era una prueba más de sincretismo, es decir, que creía que Bahá’u’lláh había seleccionado sus enseñanzas a partir de un surtido de creencias anteriores igualmente sincretistas.

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Jesse creía que el cristianismo también era sincretista y que Jesús de Nazaret era ficticio. Si realmente hubiera existido un Jesús real, decía, sus seguidores habrían escrito todo lo que hizo inmediatamente con exhaustivo detalle. Afirmaba que un grupo de hombres (en particular el apóstol Pablo) había construido la fe cristiana a partir de las escrituras judías y otras fuentes como el mitraísmo, una rama de la fe zoroástrica popular en Roma.

He leído obras que promueven esta insólita hipótesis, que existe a pesar de que tanto Jesús como Juan el Bautista son mencionados en «Antigüedades de los judíos», una obra de Josefo Flavio, historiador judío del siglo I. No obstante, Jesse estaba seguro de que la escasez del registro evangélico era una prueba de que Jesús había sido inventado de algún modo.

Sugerí que aplicáramos la Navaja de Occam a la situación -es decir, la idea de que la solución más sencilla es con toda probabilidad la correcta- preguntándonos si hay razones válidas para esa escasez.

¿Por qué el Nuevo Testamento no es más detallado?

Los discípulos de Cristo eran trabajadores: pescadores, comerciantes, etc. Algunos eran analfabetos.

No eran historiadores, sacerdotes ni escribas, y mucho menos periodistas. En una región con una tasa de alfabetización del 3% y en la que la educación de la mayoría de los judíos consistía en aprender la Torá de memoria, era muy poco probable que la mayoría de ellos hubiera tenido la formación académica y los recursos necesarios para proporcionar un registro escrito exhaustivo de lo que estaban viviendo durante una época peligrosa y políticamente tensa.

La escritura cristiana es una respuesta a la profecía judía, que identifica a Cristo como el prometido «Profeta como Moisés», el «Emanuel» (Dios con nosotros) de las profecías de Isaías y el «Mesías» prometido por Daniel. Comienza con los cuatro Evangelios, un registro realizado por cuatro autores sobre encuentros en los que Cristo expuso doctrinas o prescribió comportamientos cristianos. Recogen algunos de los mismos acontecimientos. Uno de ellos, Lucas, es descrito por el autor como una recopilación intencionada de relatos de testigos.

En tiempos de Cristo, no se trataba simplemente de escribir un libro y publicarlo, como puede hacer cualquiera hoy en día. No existían las imprentas. Además, las enseñanzas de Cristo eran subversivas: muchos de los primeros mártires cristianos murieron por difundirlas. Incluso si sus discípulos hubieran tenido los recursos para difundir las enseñanzas de Cristo por todo el país, publicar un registro del ministerio de Jesús habría sido peligroso y logísticamente difícil.

¿Cuándo recibieron los cristianos la primera guía escrita?

Mientras que el más antiguo de los Evangelios, Marcos, apareció por primera vez como una crónica completa 40 años después de los acontecimientos descritos, la asediada comunidad de los seguidores de Cristo poseía un registro oral, posiblemente fragmentos de narraciones, y cartas escritas por varios apóstoles como Pedro, Santiago, Juan y, más tarde, Pablo. Estas cartas, conocidas como epístolas, que forman el grueso del Nuevo Testamento, fueron enviadas a los líderes de diversas comunidades cristianas para que las compartieran con los creyentes. Tanto ellas como las historias de Jesús que forman el registro evangélico fueron probablemente laboriosamente copiadas a mano y llevadas al extranjero por maestros itinerantes. Sin embargo, los historiadores coinciden en que existían como cartas individuales mucho antes de que se recopilaran en una obra más amplia.

La difusión de la Fe bahá’í supone un antecedente bien documentado en comparación con el nacimiento del cristianismo. La Fe predecesora, revelada por el Báb, atrajo a muchos seguidores de las clases pobres y trabajadoras, pero entre los conversos también había cronistas más cultos que vivieron durante los ministerios del Báb y de Bahá’u’lláh y registraron sus propias experiencias y las de otros creyentes. El principal de ellos fue Nabil-i-Azam, que escribió un relato de testigos presenciales titulado «Los Rompedores del Alba». Otro autor fue Mirza Abu-Fadl, un teólogo musulmán cuyos primeros encuentros con la Fe fueron, al igual que los del apóstol Pablo, antagónicos.

Tanto el Báb como Bahá’u’lláh comenzaron el registro de las escrituras escribiendo cartas. Bahá’u’lláh escribió a individuos y a los gobernantes y líderes religiosos del mundo. Escribió decenas de tablas dedicadas a temas específicos o a situaciones concretas. Entre ellas figuraba un libro de leyes y un volumen de comentarios sobre el cumplimiento de las profecías cristianas e islámicas.

Cuando Bahá’u’lláh escribía una carta o revelaba una tabla, se copiaba a mano y se difundía entre los bahá’ís de Persia y más allá. Cuando hacía una declaración profética o se producía un acontecimiento digno de mención, también se registraba y difundía. De este modo, los primeros creyentes documentaron la historia de la Fe. Algunos allegados a Bahá’u’lláh, entre ellos su hijo Abdu’l-Bahá y su hija Bahiyyih, también escribieron sobre su vida con él.

Esto se hizo clandestinamente porque Bahá’u’lláh era prisionero en exilio de los imperios persa y otomano. La narración histórica de los primeros tiempos de la Fe bahá’í fue obra de decenas de creyentes sometidos a severas persecuciones. Naturalmente, la recopilación, compilación y codificación de estos relatos se produjo en épocas posteriores y más seguras. Más de 100 años después, los eruditos bahá’ís siguen reconstruyendo el registro a partir de materiales que han estado en posesión de familias bahá’ís durante generaciones.

¿Qué se considera Escritura Bahá’í?

Los bahá’ís se refieren a las obras de Bahá’u’lláh como la Palabra creadora de Dios, y los escritos de su hijo y sucesor, Abdu’l-Bahá, también se consideran escrituras autorizadas. Estas obras abarcan desde lo místico hasta lo pragmático y administrativo, desde versos sobre la vida y conducta espiritual individual hasta la conducta de las naciones.

Muchas de las obras más importantes de Bahá’u’lláh fueron cartas escritas en respuesta a preguntas de personas de diversos orígenes religiosos. Mi obra favorita de los escritos de Bahá’u’lláh es Tabernáculo de Unidad, que se compone principalmente de la correspondencia que Bahá’u’lláh mantuvo con un erudito zoroastriano. Abdu’l-Bahá escribió tres libros, pero gran parte de su obra procede de charlas públicas pronunciadas en Europa y Estados Unidos en 1911-1912.

Los originales de estas cartas, charlas y libros están recopilados y archivados en el Centro Mundial Bahá’í situado en el Monte Carmelo de Haifa (Israel), donde pueden estudiarse en los idiomas originales.

¿Qué hay de otras fuentes de información?

Periodistas europeos en Persia durante los ministerios del Báb y Bahá’u’lláh también escribieron sobre el tumulto que rodeó el nacimiento de la Fe bahá’í. Edward Granville Brown, un erudito religioso de Inglaterra, consiguió una audiencia con Bahá’u’lláh y escribió sobre ese encuentro. Había misioneros occidentales que consideraban la Fe como un culto, y clérigos musulmanes, que la veían como enemiga del Islam. De ahí que parte del registro de los primeros tiempos de la Fe bahá’í sea la crítica por parte de quienes se oponían a ella. Esta riqueza documental se debe a una serie de factores: el tiempo, el lugar, la realidad histórica y el estado enormemente avanzado del mundo.

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¿Quién escribe la Revelación?

Jesús no escribió su revelación; la compartió públicamente de palabra y obra con personas que transmitieron con entusiasmo sus palabras a otros. Como la mayoría de su audiencia no sabía leer, esto no es ninguna sorpresa. Dejó que los que sabían leer y escribir captaran sus enseñanzas y registraran los acontecimientos. Muhammad tampoco escribió su revelación, pero sus seguidores transmitieron sus enseñanzas de memoria y luego al papel. Estos versículos fueron recogidos y compilados por miembros de la comunidad musulmana inmediatamente después de la muerte del profeta, pero para la mayoría de los primeros musulmanes, el Corán era un documento oral, no escrito.

Dados los avances en la comunicación entre las revelaciones de Cristo y Baha’u’lláh, cabe esperar que el registro de la revelación más antigua sea más escaso en detalles granulares. De hecho, es asombroso que tengamos todo lo que tenemos de las palabras y obras de Cristo.

Pensemos en esto: Desde el advenimiento de Bahá’u’lláh, los seres humanos han inventado teléfonos, ordenadores, tecnología por satélite y comunicación global instantánea a través de Internet, entre otras maravillas. En la época del Báb y de Bahá’u’lláh, la tecnología más novedosa en Occidente era el telégrafo.

El primer mensaje telegráfico fue enviado por el inventor Samuel Morse el 24 de mayo de 1844, pocas horas después de que el Báb declarara su revelación a su primer discípulo.

El mensaje: ¿Qué ha hecho Dios?

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