Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La Fe bahá’í tiene un objetivo primordial, el de la unidad, y por tanto su resultado inevitable: la paz.
Los principios espirituales y sociales de la Fe bahá’í, de su profeta y fundador Bahá’u’lláh, renuevan de nuevo las lecciones de amor enseñadas por Cristo, pero también nos dan un conjunto de enseñanzas abarcadoras y unificadoras del mundo como soluciones a los problemas de la época.
Bahá’u’lláh nos encomienda, en el plan evolutivo de Dios para la humanidad, que seamos ciudadanos del mundo, que no nos amemos sólo a nosotros mismos o a nuestros propios países, sino que seamos amantes de todos los pueblos del mundo.
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Las enseñanzas bahá’ís afirman que uno de los factores que traerán la paz universal es «la unión de Oriente y Occidente». Bahá’u’lláh nos insta “que vuestra visión abarque el mundo”.
Estas hermosas enseñanzas de paz y unidad me parecieron naturales cuando las conocí. Como canadiense de tercera generación, mis abuelos doukhobor vinieron de Rusia, donde sus familias sufrieron persecución y exilio por negarse a llevar armas o a formar parte del ejército del Zar. Esta postura llevó a mis antepasados hasta Canadá. Entre otras creencias, la comunidad doukhobor sigue firmemente adherida al pacifismo.
Crecí en una época en la que la mayoría de amigos y vecinos jugaban a «polis y ladrones» y a «indios y vaqueros» (sí, ¡soy así de vieja!). Recuerdo muy bien a mi padre negando a sus hijos la libertad de jugar a estos juegos. Nada de pistolas de juguete, ni palos, ni siquiera dedos para empuñarlos como armas. No era un doukhobor acérrimo o activo como lo habían sido sus padres, pero daba una importancia primordial a la paz y a las actitudes y actividades pacíficas. Le encantaban los deportes y los juegos, pero nunca los juegos de guerra. De niños no lo apreciábamos ya que todo lo que queríamos era jugar como jugaban los demás, pero la convicción inamovible de mi padre se grabó para siempre en mi mente y se tradujo en las actitudes que doy a mis propios hijos.
Mi padre fue como una fuerza inamovible y un estandarte en mi vida, en la dedicación a la paz, al trabajo duro en compañía de los demás y a la educación.
Mi padre tuvo que dejar la escuela después del 6º grado para ponerse a trabajar y ayudar a mantener a su familia. Para él, la educación de sus hermanas, y luego de sus propias hijas e hijo, era de gran importancia. Quería que cada uno de nosotros recibiera la educación que a él se le negó. Fue mi padre quien inspiró y alentó mi compromiso con mi propia educación y la de mis hijos.
Pero fue mi madre quien me enseñó las razones de este comportamiento –y fue mi madre quien me enseñó el amor que hay detrás de las lecciones. Ella era la abanderada de la amabilidad, la generosidad y la hospitalidad en nuestra familia. Quienquiera que cruzara el umbral de su casa o, en sus últimos años, de su habitación, fueran conocidos o extraños, la oía decir: «¿Qué puedo ofrecerte?». Nadie salía de su compañía con las manos vacías o afligido.
Las enseñanzas bahá’ís, en su énfasis en la igualdad de los sexos, sostienen que las mujeres, como madres y maestras, deben convertirse en participantes vitales y en una fuerza cada vez más activa para traer la paz a nuestro atribulado planeta. El papel de los hombres es innegable. Los líderes de los gobiernos del mundo son predominantemente hombres, si bien ahora las mujeres también destacan como líderes en un número necesariamente creciente. Pero en lugar de abrir el camino a la guerra y al conflicto, esos líderes deben aprovechar este momento oportuno y dar los pasos necesarios para celebrar una reunión mundial que establezca, de una vez por todas, las condiciones para la paz internacional. Los hombres, como padres, tienen un papel vital que desempeñar en este proceso educando a sus hijos y enseñando la paz con su ejemplo firme e inquebrantable. Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, dijo: «Los amantes de la humanidad, son éstos los hombres supremos, sean de la nación, credo o color que sean».
Del mismo modo que el papel de la mujer debe ampliarse, también los hombres deben cambiar, pues, como dijo Abdu’l-Bahá: “El mundo de la humanidad tiene dos alas: el hombre y la mujer. Mientras estas dos alas no sean equivalentes en fuerza, el ave no volará”.
A medida que las mujeres ocupan cada vez más su lugar en el mundo en general, también los hombres asumen un papel más activo en la crianza de sus hijos desde una edad más temprana. Este cambio revolucionario, prometió Abdu’l-Bahá, alterará el curso de la historia de la humanidad:
El mundo del pasado ha sido gobernado por la fuerza, y el hombre ha dominado a la mujer debido a sus cualidades más potentes y agresivas, tanto físicas como mentales. Pero el equilibrio está variando, la fuerza esta perdiendo su dominio, y la viveza mental, la intuición y las cualidades espirituales de amor y servicio, en las que la mujer es fuerte, están ganando en poder. En adelante tendremos una época menos masculina y más influida con ideales femeninos, o, para explicarnos más exactamente, será una época en la que los elementos masculinos y los femeninos de la civilización estarán más equilibrados.
Pero es la mujer, como madre, la primera educadora de la humanidad por imperativo biológico. Es la madre la que deja que «el amor de Dios impregne lo más íntimo de su ser, mezclado con la leche materna». Fue mi madre quien me enseñó mis primeras oraciones en ruso. Para que la mujer sea esta primera educadora, ella misma debe ser educada. En un discurso que dio en Pittsburgh en 1912, Abdu’l-Bahá dijo:
…no debe existir diferencia en la educación del varón y la mujer para que las mujeres puedan desarrollar igual capacidad e importancia que el hombre en la ecuación económico-social. Entonces el mundo alcanzará la unidad y la armonía. En épocas pasadas la humanidad fue defectuosa e ineficiente porque estaba incompleta. La guerra y su desolación agotaron al mundo. La educación de la mujer será un paso gigantesco hacia su abolición y fin, ya 125 que la mujer ejercerá toda su influencia contra la guerra. La mujer cría al niño y educa al joven hasta la madurez. Ella rehusará ofrecer sus hijos en sacrifico sobre el campo de batalla. Ciertamente, ella será el factor más importante en el establecimiento de la paz universal y el arbitraje internacional. Es seguro que la mujer abolirá las guerras entre los seres humanos.
Los escritos bahá’ís abogan repetidamente por la igualdad de mujeres y hombres, y señalan que esta igualdad es posible a través de una educación en igualdad de condiciones, pues sólo: “Cuando toda la humanidad reciba la misma oportunidad de educación y se logre la igualdad del hombre y la mujer, los fundamentos de la guerra serán definitivamente destruidos”.
Este es, pues, nuestro reto, para las mujeres y para los hombres, establecer la paz en este mundo cansado de guerras, y permitir que nuestros hijos y sus hijos vivan en paz, que trabajen y se esfuercen por el progreso de toda la humanidad. Debemos marcar el camino y abrir la puerta. Porque, como dicen las enseñanzas bahá’ís, «Potencialmente, todo niño es la luz del mundo y, al mismo tiempo, su oscuridad; por consiguiente, la cuestión de la educación debe ser considerada como de importancia primordial”.
Esta educación es de dos tipos: educación en igualdad de condiciones para todos en este plano terrenal y educación divina. Las enseñanzas de la Fe bahá’í nos proporcionan ambas.
Cuando se le preguntó «¿Qué es un bahá’í?» Abdu’l-Bahá respondió: “Ser bahá’í significa sencillamente amar a todo el mundo; amar a la humanidad y tratar de servirla; trabajar por la paz universal y la fraternidad universal…”.
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