Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
El brillo y el glamour, el dinero y la fama, la belleza y el éxito – muchos en nuestras sociedades se esfuerzan por alcanzar estos objetivos en sus vidas.
¿Cómo podemos culparlos? Estamos prácticamente condicionados a creer que nuestro último objetivo en la vida es llegar a esto, ser feliz y ser “alguien”. Sólo al prender la televisión, ya sea una publicidad, un programa de reality, un video musical o una película, estamos siendo constantemente persuadidos a creer que más es mejor, y de no ser así usted será un mediocre sin importancia.
Mi estudio de licenciatura involucró marketing, y nos dejó en claro una cosa: el éxito del marketing apela a las emociones humanas, especialmente a nuestras inseguridades y miedos. Cuántas veces nos esforzamos por conseguir riquezas materiales, alcanzar algo que queremos, conseguir un objetivo temporario mediante un fugaz sentido de felicidad y de logro, únicamente para percatarnos que esto no dura tanto – y nuevamente uno empieza a luchar por el próximo gran lujo. Una vez leí una frase que decía que: “La posesión de las riquezas materiales, sin paz interior, es como morirse de sed mientras nos bañamos en un lago”.
Por supuesto, nuestro deseo por las cosas materiales difiere de edad en edad. A los cinco años sólo se desea un traje de princesa, mientras que de adulta se desea un vestido de Prada o de Channel con el logotipo visible. Observando mi propia vida, al comienzo de mi adolescencia todavía era inconsciente de estas cosas, hasta que escuché a mis compañeros de escuela decir “¿Viste su reloj? era un Rolex…” y conversaciones similares. Una vez que lo escuchas y uno se da cuenta de que es de importancia para sus pares, uno se vuelve consciente y presta atención la próxima vez que se ve un Rolex. ¿A qué se debe esto? Si es solo un reloj caro que te indica que hora es.
Cuando estaba por casarme, nos estábamos preparando para comprar los anillos cuando aprendí por primera vez el término “quilate”. Un quilate básicamente calcula el peso de la piedra, lo cual determina su precio. Inmediatamente después, empecé a prestar atención al tamaño del anillo que los demás usaban. ¿Por qué? Si solo es una pieza brillante de carbono que pesa unas pocas décimas de gramo.
Sin embargo, hoy en día, no hago esto más. Hay dos razones para ello, una debido a un evento devastador en mi vida, que me hizo comprender lo que realmente importa; y la segunda las hermosas enseñanzas espirituales bahá’ís, con escritos como el siguiente:
¡OH HIJO DEL SER!
No te ocupes de este mundo pues con fuego probamos el oro y con oro probamos a nuestros siervos.
¡OH HIJO DEL HOMBRE!
Tú anhelas el oro y Yo deseo liberarte de él. Te consideras rico al poseerlo y Yo reconozco tu riqueza en que te santifiques de él. ¡Por Mi vida! Esto es mi conocimiento y aquello es tu fantasía, ¿cómo puede mi propósito estar de acuerdo con el tuyo? – Bahá’u’lláh, Las palabras ocultas, página 22-23
Por supuesto esto no indica que no debamos o no podamos disfrutar de las cosas materiales. Desde mi perspectiva, significa que Dios desea que seamos libres de desearlos, de gastar todo nuestro tiempo y energía en ello, en enfocarnos en lo material a costa de lo espiritual. Así que, personalmente, cada vez que siento atracción por algo material, trato de evaluar mis intenciones: ¿Lo quiero para llenar un vacío en mí o para encubrir una necesidad? ¿Quiero comprar este artículo únicamente porque me gusta, o porque quiero enviar un mensaje? ¿Estoy contribuyendo a una condición silenciosa llamada “elitismo”?
Las enseñanzas bahá’ís nos advierten de no entregar nuestros corazones a nada excepto a Dios:
¡OH HIJO DEL POLVO!
Todo lo que hay en el cielo y en la tierra lo he dispuesto para ti, salvo el corazón humano que he destinado para habitación de mi belleza y gloria. Sin embargo, diste mi hogar y morada a otro y no a mí, y cada vez que la manifestación de mi santidad buscaba su propia residencia, encontrando allí a un extraño y no hallando hogar, partía presurosa hacia el santuario del Amado. No obstante, he guardado tu secreto y no he deseado tu vergüenza. – Bahá’u’lláh, Las palabras ocultas, página 40
Al leer esta cita, llegué a la conclusión de que, en verdad, el auténtico oro, con el más alto valor, que brilla con el brillo más brillante, es el corazón humano. Contiene el oro puro del amor que nos damos a nosotros mismos, y a nuestros prójimos como seres nobles.
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