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Ciencia

Nuestro planeta tierra: ¿Reciente o antiguo?

David Langness | Jul 20, 2017

PARTE 1 IN SERIES La galaxia de la mente y el alma

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PARTE 1 IN SERIES La galaxia de la mente y el alma

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“Cuando contemplamos esta vasta maquinaria de poder omnipresente o percibimos este espacio ilimitado y sus innumerables mundos se nos hace evidente que la edad de esta creación infinita es más de seis mil años, más aún, es muy, muy antigua”. – ‘Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal, páginas. 441-442.

En esta serie de ensayos, veremos cinco de las grandes preguntas científicas sin responder: ¿Por qué existe el universo? ¿De qué está hecho el universo? ¿Existe la vida en cualquier otro lugar? ¿Cómo funciona la biología humana? y ¿Cómo funciona la Tierra?

Estas preguntas científicas sin responder provienen de Caleb Scharf -el célebre científico, astrónomo, autor y director del Centro de Astrobiología de la Universidad de Columbia- quien escribió un artículo en el 2014 para el Scientific American titulado “Esto es lo que no sabemos acerca del universo”. En dicho artículo, ponderó la pregunta más grande que la ciencia no ha contestado sobre nuestro planeta; y llamó un «fracaso épico” a nuestra sorprendente falta de conocimiento sobre la tierra:

Ningún humano, o robot, ha viajado físicamente más allá que unos cuantos kilómetros en la corteza terrestre, todo lo demás es extrapolación e interpolación de la «percepción remota» y análisis físicos inteligentes. Nos tomó un tiempo ridículamente largo darnos cuenta de que la capa externa del planeta se mueve y se desliza alrededor de la tierra; ¡La tectónica de placas no fue universalmente aceptada sino hasta mediados del siglo XX! Aún no estamos seguros de cómo funciona el dinamo interior, de cómo los rollos de convección y conductores de materiales en el núcleo externo generan nuestro campo magnético planetario. También hay tanto desorden después de 4.500 millones de años de geofísica que parte de nuestra mejor información sobre los orígenes del planeta proviene de meteoritos y de los cráteres de otros mundos. Hablando de otros mundos, ni siquiera estamos seguros de si entendemos de dónde vino la luna, tal vez fue un impacto gigante, tal vez no. Para una especie supuestamente inteligente en un pequeño planeta rocoso esto es un fracaso épico.

Tomemos tan solo una parte de la pregunta del Dr. Scharf y examinémosla: la edad de la tierra. Durante siglos, los cristianos fundamentalistas creyeron -y muchos aún creen- que la Biblia prueba que la tierra tiene sólo seis mil años de antigüedad. Este punto de vista «creacionista» normalmente se opone a la teoría de la evolución e insiste en una interpretación puramente bíblica de la edad del planeta, derivada del cálculo del lapso de las genealogías bíblicas y de varios versículos bíblicos.

Sin embargo, la mayoría de los científicos creen, según lo poco que sabemos acerca de la tierra, que ésta ha existido desde hace alrededor de cuatro mil quinientos millones de años. Gran diferencia, ¿verdad?

Puesto que todavía no podemos excavar hasta el centro de la tierra, hemos buscado nuestro conocimiento sobre su edad mediante el análisis de la edad de los meteoritos. El análisis más conocido -del meteorito Cañón del Diablo el cual hizo el cráter Barringer en el norte de Arizona- se remonta a 4.500 millones de años. Los científicos teorizan que el meteorito Cañón del Diablo fue creado a partir del mismo material cósmico primitivo que originalmente formó el disco de nuestro sol y todos los planetas del sistema solar. El meteorito Cañón del Diablo golpeó la superficie de la tierra hace unos 50.000 años. Dado que tenemos grandes fragmentos de ese meteorito, sabemos mediante la comparación de las proporciones de los isótopos de plomo, que es de hace 4.550 millones de años, más o menos 70 millones de años.

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Las enseñanzas bahá’ís no dan un número específico para la edad de la tierra, pero están de acuerdo con la ciencia:

“Cada uno de los cuerpos luminosos de este firmamento ilimitado posee un ciclo de revolución de diferente duración. Cada uno gira en su propia órbita, y así vuelve a comenzar un ciclo nuevo. Por ejemplo, cada trescientos sesenta y cinco días, cinco horas, cuarenta y ocho minutos y fracción, la tierra completa una revolución que da pie a otro ciclo; es decir, el ciclo anterior se repite. De la misma manera, en el universo entero, ya sea en los cielos o entre los hombres, existen ciclos caracterizados por grandes eventos, hechos y acontecimientos importantes.

Cuando un ciclo termina, da comienzo otro nuevo. Debido a los grandes acontecimientos que sobrevienen entonces, el ciclo anterior cae en completo olvido, sin que de él quede vestigio ni recuerdo alguno. Como puedes ver, aunque ya hemos probado con argumentos que la vida sobre esta tierra es muy antigua, no poseemos registros de lo que ocurrió hace veinte mil años. Hablamos de una vida que no tiene cien mil años, ni doscientos mil, ni un millón, ni dos millones, sino que es antiquísima, y cuyos testimonios y huellas han quedado completamente borrados”. – ‘Abdu’l-Bahá, Contestación a unas preguntas, página. 197.

Todo el mundo estaría de acuerdo en que cuatro mil quinientos millones de años se ajustan a la definición de ‘Abdu’l-Bahá de «antiquísima». Sabemos, científicamente, que incluso los seres humanos han existido por mucho más tiempo que la estimación bíblica de 6.000 años:

“¿Cómo puede entonces concebirse una época en la que esta soberanía no existiera? Esta soberanía no debe ser medida por seis mil años. Este interminable, ilimitado universo no es el resultado de ese periodo determinado. Este estupendo laboratorio y taller no se ha producido como resultado de seis mil revoluciones de la tierra alrededor del sol. Con la menor reflexión el hombre puede ver sin duda cómo tal cálculo y afirmación es infantil, especialmente en vista del hecho de que ha sido científicamente probado que el globo terrestre ha sido el hogar del hombre por mucho más tiempo que esa limitada estimación”. – ‘Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal, páginas. 223-224.

Esta es una de las muchas razones por las cuales las enseñanzas bahá’ís llaman a la armonía esencial de la ciencia y la religión.

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