Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Entre todas las cualidades interiores que necesitamos hoy en día, la paciencia es probablemente una de las más importantes. Al menos sé que yo la necesito.
Podemos sentirnos impacientes por un montón de cosas actualmente, desde lo aburrido que es refugiarse en un mismo sitio hasta el hecho de no poder dedicarnos libremente a todas las cosas que valoramos. Podemos estar impacientes o descontentos con la forma en que se ha abordado la propia pandemia. Podemos echar de menos con impaciencia a nuestros seres queridos, nuestra vida social, nuestro trabajo y nuestro ocio habitual, entre otras muchas insatisfacciones que sentimos en este momento.
Las enseñanzas bahá’ís llaman a cada uno de nosotros a desarrollar la virtud de la paciencia: “¡OH HIJO DEL HOMBRE! Hay un signo para cada cosa. El signo del amor es la fortaleza en Mi decreto y la paciencia ante Mis pruebas”.
Así que, para tratar de superar mis propias frustraciones impacientes, me he dedicado a leer y estudiar las vidas de algunas personas muy admirables, que la tuvieron mucho, mucho peor.
Permítanme hablarles de una mujer cuya larga vida de paciencia y perseverancia tiene que figurar entre los ejemplos más duraderos y nobles de la historia: Bahiyyih Khanum, la hija de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í.
Nacida en Irán en 1846, Bahiyyih Khanum fue criada por Bahá’u’lláh y su esposa Navvab en una de las familias más ricas de Teherán. Pasó los primeros años de su infancia jugando en hermosos jardines con su hermano mayor Abdu’l-Bahá, y yendo a la escuela donde aprendió árabe, persa y turco, recibiendo una educación formal a diferencia de la mayoría de las niñas de la época. También creció en una tradición de ayuda y servicio a los demás, influenciada por la conocida devoción de sus padres hacia las personas más desfavorecidas de la sociedad, indicada por sus títulos informales, «Madre y Padre de los Pobres».
Los años inmediatamente anteriores y posteriores a su nacimiento fueron también los primeros años de la Fe babí, el movimiento espiritual milenario que revolucionó Persia en la década de 1840. Su padre Bahá’u’lláh se unió a ese movimiento desde el principio a través de una correspondencia con el Báb, su fundador.
Las enseñanzas progresistas del Báb pronto agitaron a toda la nación, alarmando a los líderes clericales ortodoxos y al gobierno. Con sus vínculos con el poder, los clérigos trataron de extinguir esta revolución de pensamiento y fe. Una ola de opresión pronto arrasó con todos los asociados al Báb, tan extrema en su ejecución violenta que los relatos llegaron a las crónicas de Occidente, especialmente después de que el propio Báb fuera martirizado por un pelotón de fusilamiento del gobierno en 1850.
Debido a que se le identificó como líder babí, las autoridades persas encarcelaron a Bahá’u’lláh en la tristemente célebre «fosa negra» de Teherán, llamada Siyah-Chal, en 1852. Al mismo tiempo, su familia fue despojada de sus riquezas y propiedades. La esposa e hijos de Bahá’u’lláh se quedaron sin hogar en un solo día. De un momento a otro, no sabían si Bahá’u’lláh iba a ser ejecutado, destino que ya habían sufrido tantos otros babis. Tras cuatro meses de tortuoso confinamiento, Bahá’u’lláh fue liberado y exiliado a Bagdad. La familia, con pocas vestimentas y posesiones, emprendió el largo viaje a pie y en mula durante el invierno por las montañas nevadas hacia Irak.
Así comenzaron los siguientes 80 años que le quedaban de vida a Bahiyyih Khanum, viviendo en el exilio, la pobreza y el encarcelamiento. Después de varios años en Bagdad, se hizo evidente para muchos de sus allegados que Bahá’u’lláh era el mensajero de Dios tal y como lo había predicho el Báb. Sus hijos, todos menores de 10 años, reconocieron la posición de Bahá’u’lláh y declararon su lealtad y devoción a él.
En 1863 Bahá’u’lláh anunció públicamente su nueva Fe. A medida que crecía su reputación de profunda perspicacia y sabiduría espiritual y se difundían sus enseñanzas, personas de todo tipo acudieron a él y adoptaron los principios progresistas de su Fe. A pesar del peligro de persecución, miles de personas se convirtieron en bahá’ís. Una vez más la Fe creció rápidamente, a un ritmo alarmante para los enemigos de la Fe, que pensaban que la habían acallado suficientemente. De nuevo los temores infundados de los gobiernos persa y turco, incitados por las autoridades religiosas, hicieron que desterraran aún más lejos a Bahá’u’lláh, a su familia y a algunos creyentes destacados, para intentar aplastar la Fe bahá’í.
Desde Bagdad fueron exiliados y encarcelados tres veces más, la última a la ciudad-prisión de Akka, en Palestina (actual Israel). Considerada la peor prisión del mundo en aquella época, se preveía que sus habitantes no vivieran más de un año, lo que la convertía en una sentencia de muerte. Su familia, encarcelada con él, sufrió graves penurias. Sin embargo, Bahá’u’lláh vivió 24 años allí, antes de fallecer en 1892.
Bahiyyih Khanum y su querido hermano Abdu’l-Bahá, también sobrevivieron, para ser liberados en sus últimos años cuando el Imperio Otomano se desmoronó. Abdu’l-Bahá, nombrado por Bahá’u’lláh como su sucesor, se convirtió en la cabeza de la Fe de su padre durante los siguientes 29 años, hasta su fallecimiento en 1921.
Así que Bahiyyih Khanum solo tuvo seis años de infancia, de lo que consideraríamos una vida normal. Soportó los ochenta años que le quedaban enfrentándose a las mayores dificultades imaginables con una nobleza, una dignidad y una calma universalmente reconocidas. A pesar de las deplorables condiciones de vida, de la frecuente falta de agua potable, de una pobreza a veces tan aguda que su madre tenía que darle un puñado de harina como único sustento diario, y de la constante persecución por parte de las autoridades, Bahiyyih Khanum persistió con paciencia. Prevaleció a través de las constantes amenazas contra la vida de Bahá’u’lláh y los varios atentados infructuosos que se produjeron. Se enfrentó a la trágica muerte de su querido hermano menor, Mirza Midhi, mientras la familia estaba encarcelada. Todo esto y más constituyó su suerte en la vida.
«La Hoja Más Sagrada», el título dado a su hija Bahiyyih Khanum por Bahá’u’lláh, ejemplifica su actitud poco común sobre la paciencia. Esa rara cualidad, desarrollada a través de terribles pruebas y tribulaciones, puede describirse mejor leyendo sus propios consejos sobre el tema:
«… Nunca debemos ser conocidos por quejarnos o lamentarnos. No se trata de «sacar lo mejor de las cosas», sino de encontrar en todo, incluso en la calamidad, las joyas de la sabiduría duradera. Nunca debemos ser impacientes. Deberíamos ser tan incapaces de impacientarnos como de rebelarnos. No se trata tanto de ser sufridos como de ser conscientes de las fuerzas que operan en las horas de oscuridad o en los años de espera e inactividad. Siempre debemos movernos con el ritmo más grande, el movimiento más amplio, hacia nuestra meta final, con esa aquiescencia completa, ese acorde perfecto que subyace en el espíritu de la Fe misma.» – Bahiyyih Khanum
Te dejo esto para que contemples estos poderosos pensamientos, y espero que te den, como me han dado a mí, una luz sobre cómo vivir frente a las dificultades.
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