Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Consideremos por qué el Creador podría pensar que es una buena idea crear cualquier cosa, y mucho menos un grupo de seres tan desconcertantes y problemáticos como parecemos ser los seres humanos del planeta Tierra.
Más concretamente, intentemos descubrir por qué Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, afirmaría que los seres humanos son el «fruto» de la creación:
El Gran Ser dice: ¡Oh bienamados! El tabernáculo de la unidad ha sido levantado; no os miréis como extraños los unos a los otros. Sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una sola rama.
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Al fin y al cabo, se trata de los mismos seres que actualmente parecen incapaces de autogobernarse y parecen empeñados en la contaminación de los mínimos recursos planetarios necesarios para su propia supervivencia.
Posiblemente el mejor lugar para comenzar este proceso de examinar la razón de ser de la creación de los seres humanos es entender lo que Bahá’u’lláh interpreta que significa el término «huri», porque es a través de la apreciación del sentido simbólico de este término que encontramos una de las declaraciones más convincentes sobre el propósito divino de nuestra creación.
Huri, un término árabe empleado por Muhammad, designa a las «puras», las doncellas celestiales que serán la recompensa de quienes entren en el paraíso. Si se toma (erróneamente) al pie de la letra, el término parecería designar a las doncellas virginales que se desvelan literalmente en un «cielo» físico.
Sin embargo, tal y como explica Bahá’u’lláh, el término hurí fue concebido por Muhammad como una alusión simbólica a los misterios espirituales e intelectuales que se «desvelan» o no se ocultan como recompensa para los fieles. En consecuencia, Abdu’l-Bahá observó en el libro de J.E. Esselmont, Bahá’u’lláh y la Nueva Era, que «…Aquellos misterios de los que el hombre se descuida en este mundo serán los que él descubrirá en el mundo celestial, y allí será informado de los secretos de la verdad…».
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Esta explicación sobre el concepto bahá’í de «misterios» como sabiduría oculta es extremadamente importante.
Esos misterios, explicó Bahá’u’lláh, encuentran su máximo grado de desarrollo en el alma humana:
¡Cuán resplandeciente son las lumbreras de conocimiento que brillan en un átomo, y cuán vastos los océanos de sabiduría que se agitan dentro de una gota! Esto, en grado sumo, es verdad por lo que concierne al hombre, quien, entre todo lo creado, ha sido investido con el manto de tales dones y señalado para la gloria de tal distinción.
Pues en él están revelados potencialmente todos los atributos y nombres de Dios en grado tal que no ha sido superado o rebasado por otro ser creado. A él le son aplicables todos estos nombres y atributos. Así Él ha dicho: «El hombre es Mi misterio, y Yo soy su misterio».
El Creador deposita en nuestras almas parte de esa sabiduría y misterio ocultos, y nuestro deber consiste en descubrirlos y comprenderlos. Cuando se le pidió que definiera ese hurí, Bahá’u’lláh dijo:
En verdad digo que el alma humana es en su esencia uno de los signos de Dios, un misterio entre sus misterios. Es uno de los poderosos signos del Omnipotente, el heraldo que proclama la realidad de todos los mundos de Dios. Dentro de ella yace oculto lo que ahora el mundo es completamente incapaz de comprender.
Sabe en verdad, que el alma es un signo de Dios, una gema celestial cuya realidad los más doctos de los hombres no han comprendido, y cuyo misterio ninguna mente, por aguda que sea, podrá esperar jamás desentrañar. Es, entre todas las cosas creadas, la primera en declarar la excelencia de su creador, la primera en reconocer su gloria, en aferrarse a su verdad, e inclinarse en adoración ante Él. Si es fiel a Dios, reflejará su luz y finalmente regresará a Él. Si, por el contrario, no es leal a su Creador, se convertirá en una víctima del yo y de la pasión y, por último, se hundirá en sus profundidades.
Se ha convertido en costumbre entre los seguidores de algunas religiones considerar este tipo de «misterios» espirituales como cuestiones de fe, como conceptos que, por ser «espirituales», desafían o trascienden la explicación lógica o las leyes de causa y efecto. Los escritos bahá’ís, en cambio, afirman que las leyes aplicables a un aspecto de la realidad son también aplicables al otro. En otras palabras, no hay nada en la creación, ya sea un ser existente o una secuencia de acontecimientos, que no tenga una explicación o comprensión lógica. En consecuencia, los bahá’ís creen firmemente en la concordancia entre ciencia y religión, uno de los principios primordiales de su fe.
En consecuencia, en lugar de adorar los «misterios» o considerarlos más allá de la reflexión y el estudio lógicos, los escritos bahá’ís nos exhortan a emplear nuestras facultades mentales y espirituales, junto con la ayuda proporcionada por las técnicas de estudio e indagación meditativa que nos han enseñado y demostrado los profetas y las manifestaciones, para resolver estos huríes en lugar de limitarse a adorarlos o venerarlos.
Se nos anima, en otras palabras, a eliminar el significado «velado», en lugar de quedarnos embelesados por el propio velo.
Esta serie de artículos es una adaptación del libro de John Hatcher The Face of God Among Us (El rostro de Dios entre nosotros), con el permiso del autor y de la editorial. Para adquirir el libro completo, haga clic aquí.
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