Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La mayoría de nosotros necesita desahogarse de vez en cuando, ya sabes, esa sensación que tenemos cuando descargamos el peso de grandes emociones en un oído comprensivo. Así que llamamos a un amigo o a un familiar.
Al fin y al cabo, somos criaturas sociales y es natural que nos comuniquemos entre nosotros cuando nos enfrentamos a la adversidad. Aunque algunos de nosotros hemos quedado marcados por experiencias negativas y por eso creemos que debemos guardarnos las cosas para nosotros mismos, no es raro que cuando tratamos de resolver un asunto que nos ha afectado emocionalmente, tengamos que hablar de ello. En mi propia experiencia, cuando tengo un conflicto o estrés en mi vida, hay otras personas involucradas.
Últimamente, he tratado de tener especial cuidado con la forma en que hablo de otras personas a sus espaldas. Estaba leyendo pasajes del Libro Más Sagrado de la fe bahá’í. He tratado de reflexionar más profundamente sobre los conceptos que explora:
Bahá’u’lláh ha condenado repetidamente la murmuración, la difamación y concentrar la atención en las faltas de los demás. En las Palabras Ocultas, afirma claramente: «¡Oh Hijo del Ser! ¿Cómo has podido olvidar tus propias faltas y ocuparte de las faltas de los demás? Quien así actúa es maldecido por Mí».
Y también: «¡Oh Hijo del Hombre! No murmures los pecados de otros mientras seas tú mismo pecador. Si desobedecieres este mandato serás maldecido, y esto Yo lo atestiguo».
Esta grave amonestación es reiterada de nuevo en Su última obra, «el Libro de Mi Alianza»: «En verdad digo: la lengua es para mencionar lo que es bueno; no la mancilléis con la conversación indecorosa. Lo ya pasado ha sido perdonado por Dios. En lo sucesivo todos deben pronunciar lo que es digno y decoroso, y abstenerse de la difamación, de los insultos y de todo cuanto cause tristeza a los hombres».
Teniendo en cuenta estos pasajes, a menudo me he preguntado cómo exteriorizamos lo que sentimos. Está claro que es importante encontrar formas de resolver problemas, apoyarse en los demás y entablar una conversación terapéutica. Pero, ¿cómo podemos evitar hablar negativamente de los demás cuando necesitamos procesar y consultar a las personas que nos ofrecen apoyo mental y emocional?
En mi propio viaje, me he dado cuenta de que una de las formas más fáciles de superar mi necesidad percibida de proporcionar todos los detalles de un asunto que tengo con otra persona es hablar directamente con la persona con la que tengo el conflicto. Los escritos bahá’ís señalan la «consulta» -conversación sincera con el objetivo de descubrir la verdad juntos- como una herramienta clave en la que todos deberíamos confiar para navegar por las diferentes partes de nuestras vidas:
En todos los aspectos es necesario consultar… La intención de lo que se ha revelado… es que la consulta se lleve a cabo plenamente entre los amigos, ya que es y será siempre una causa de conciencia y de despertar y una fuente de bien y bienestar. [Traducción provisional por Oriana Vento]
Además de ser directa, hay veces que puedo procesar mis pensamientos y sentimientos, y generar soluciones para mis problemas sin hablar explícitamente de otra persona. Cuando consulto con personas que no tienen relación con el asunto, puedo pedirles sus ideas generales sobre cómo afrontar ciertos retos. Me inspira un pasaje de los escritos bahá’ís que promueve el hablar y compartir de forma reflexiva. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, escribió:
No todo lo que sabe un hombre puede ser revelado, ni puede todo lo que él pueda revelar ser considerado como oportuno, ni tampoco puede toda expresión oportuna ser considerada como apropiada para la capacidad de aquellos que lo oyen.
Según mi experiencia, estos cambios pueden parecer súper difíciles de adaptar al intentar ponerlos en práctica por primera vez. Pero, como cualquier hábito, se hará más fácil con el tiempo. A medida que abrimos la puerta a este crecimiento, podemos esperar que se produzcan cambios internos, sin importar el tiempo que tarden o el esfuerzo que tengamos que hacer para conseguirlos.
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