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¿Quiero ser bahá'í?
Espiritualidad

¿Puedo estar demasiado apegado a mis cualidades espirituales?

V. M. Gopaul | Mar 31, 2021

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V. M. Gopaul | Mar 31, 2021

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Darío I fue un rey muy querido de la antigua Persia. Se dice que, a diferencia de sus predecesores, su popularidad creció gracias a sus cualidades espirituales. Le fascinaba el estilo de vida de los derviches, y tal vez lo envidiaba en secreto. Los derviches eran conocidos por renunciar al mundo material y vagar por el campo, dedicando cada momento de su vida a la devoción y la alabanza de Dios. Las posesiones de un derviche solían consistir únicamente en sus ropas y un cesto en el que llevaba algunas pequeñas pertenencias que a menudo le regalaban los simpatizantes.

Darío I se sintió tan atraído por este sencillo estilo de vida espiritual que invitó a un conocido derviche a su palacio. Cuando el derviche llegó, el rey se sentó a sus pies y le pidió que le explicara lo que significa el desapego. El interés del rey encantó al derviche. Se quedó en el palacio de Darío durante unos días y, cada vez que el rey tenía tiempo, el derviche le enseñaba las virtudes de la vida de un mendigo. Al tercer día, tras considerar detenidamente todo lo que había aprendido hasta entonces, el rey dejó el palacio, su familia y todas las comodidades que conocía para unirse al derviche, vestido con el traje de un pobre.

Al anochecer, ya habían viajado mucho. Cuando llegó la hora de retirarse a dormir, el derviche se dio cuenta de que había dejado su cesta en el palacio. Con cara de disgusto, dijo: «¡Te lo ruego, tenemos que volver a buscar mi cesta!».

El rey respondió: «Podemos arreglárnoslas sin la cesta. Algún alma generosa nos dará una».

El derviche parecía muy decidido y exclamó: «¡No puedo continuar sin la cesta!».

Impactado por el comportamiento del derviche, el rey exclamó: «Yo, un rey, he abandonado mi palacio, mi riqueza y mi poder. Tú, que predicas las virtudes del desprendimiento, has sido puesto a prueba por esta virtud y has fracasado porque estás apegado a este mundo, a una pequeña cesta».

Según las enseñanzas bahá’ís, el desprendimiento de lo material es una meta muy deseable. Que este rey fuera capaz de alejarse de la comodidad de su hogar es encomiable. Abdu’l-Bahá, el hijo del profeta y fundador de la Fe bahá’í, Bahá’u’lláh, escribió: “Los ángeles son también aquellas almas santas que han abandonado el apego al mundo terrenal, que están libres de las cadenas del yo y de la pasión y que han unido sus corazones al reino divino y al dominio misericordioso”. [Traducción provisional por Oriana Vento].

Nos apegamos a muchas cosas que pueden obstaculizar el progreso personal y, hoy en día, el apego es uno de los mayores obstáculos para la unidad. Hay muchas fuentes de apego en este mundo, pero he elegido cuatro para explorarlas aquí: la identidad, la religión, la riqueza y las cualidades espirituales. La discriminación basada en estas a menudo se produce a nuestro alrededor de forma sutil.

Apego a la identidad

Mi esposa y yo llevamos casados más de 35 años, y nuestra identidad cultural entra en juego a menudo en nuestras interacciones. Por ejemplo, ella resalta el hecho de que ciertas de sus maneras son inglesas o irlandesas, aunque haya nacido y crecido en Canadá. Debido a la educación familiar que recibió, se empeña en esperar a que todos estén sentados en la mesa antes de comer.

Del mismo modo, aunque nací en una isla alejada de la India, mi herencia cultural a menudo aflora en mis modos y prejuicios personales. Mi mayor obstáculo de identidad fue la impuntualidad. En 1970, en mi primer trabajo en Montreux (Suiza), mi jefe se disgustó cuando llegué media hora tarde. Ese hábito mío continuó mientras vivía en Canadá, y yo lo atribuía a mi herencia india, llamándolo «tiempo indio».

Por supuesto, vivir en un entorno diverso significa practicar la empatía con los demás y honrar la propia identidad, independientemente del lugar donde uno tenga sus raíces. Y luego viene el compromiso: hay que reconocer que los valores dados por nuestros padres o por la sociedad no siempre son los mejores para esta época o estas circunstancias.

Tenemos que ser flexibles en nuestro enfoque. Cuando somos demasiado rígidos, la sociedad se rompe. Hacer un esfuerzo por comprender a los demás puede ayudar a salvar las relaciones conflictivas: por ejemplo, los occidentales consideran educado mantener el contacto visual durante una conversación, pero no es así en todas partes, especialmente entre las mujeres de origen asiático. Entender por qué la gente se comporta como lo hace, y ajustar nuestras actitudes en consecuencia, ayuda a crear unidad entre personas de diferentes orígenes.

Apego a la religión

La religión puede convertirse a veces en otro obstáculo para la convivencia multicultural armoniosa. La gente dice que no se debe hablar de religión en la mesa, ya que suele acabar en desacuerdo y desunión. ¿Por qué una conversación de este tipo evoca emociones acaloradas? Llegamos a un terreno traicionero cuando nuestro apego a una idea o creencia es tan profundo que alcanza un celo fanático y supera nuestro deseo de crear vínculos de amor y confianza con los demás.

Los intercambios pueden convertirse fácilmente en polémicos cuando intentamos convertir al oyente a nuestra forma de pensar, pero en lugar de negarnos a hablar de religión por completo, podemos fomentar conversaciones elevadas sobre temas profundos como las enseñanzas religiosas.

Mi esposa y yo asistimos a la conferencia del Parlamento de las Religiones del Mundo en Toronto en noviembre de 2018. Fue una experiencia reveladora desde el momento en que llegamos allí. Discutimos las creencias espirituales con cristianos, budistas, sikhs, judíos, musulmanes y miembros de muchos otros grupos espirituales. Aprendimos sobre los puntos en común que todos compartimos, pero también descubrimos algunas diferencias interesantes que nos hicieron apreciar la diversidad de nuestro planeta. 

Ambos estuvimos fascinados en un entorno así. Bahá’u’lláh dijo, “Asociaos con todas las religiones en espíritu de amistad y concordia, para que perciban en vosotros la perfumada fragancia de Dios. Cuidado, no sea que en medio de los hombres os domine la llama de la necia ignorancia”.

Apego a la riqueza

Como consultor financiero, a menudo hablo de los bienes materiales con los clientes. Lo que he aprendido es que muchos de nosotros estamos muy orgullosos de nuestro estatus financiero, y esto puede convertirse en un apego material. No hay nada malo en disfrutar de lo bueno que nos ofrece el mundo, pero cuando nuestra identidad se vincula a nuestra riqueza, nos adentramos en aguas peligrosas.

RELACIONADO: El significado espiritual de la riqueza

Bahá’u’lláh escribió: “…la distinción del hombre se encuentra en la excelencia de su conducta y en hacer aquello que corresponde a su rango, no en los juegos y pasatiempos infantiles. Has de saber que tu verdadero adorno consiste en el amor a Dios y en tu desprendimiento de todo salvo de Él, y no en los lujos que posees”.

Apego a las cualidades espirituales

Al igual que en la identidad, la religión o la riqueza, cuando nos sentimos superiores a los demás, nuestra arrogancia se manifestará en nuestro comportamiento. Por ejemplo, una persona bondadosa que se enorgullece de su bondad puede empezar a realizar actos de bondad no para ser bondadoso sino para presumir. Además, puede empezar a juzgar a los demás como menos bondadosos que él. El comportamiento resultante será cualquier cosa excepto amable.

El orgullo y la tendencia a ver a los demás como inferiores son signos de apego a las cualidades divinas. Este apego a las cualidades espirituales es el más peligroso de todos. Es como la flecha que derriba a un pájaro de alto vuelo. Por muy avanzada que esté, un alma puede caer al suelo si es herida por las flechas de los celos, la lujuria, el poder, la codicia o la auto-adoración. La madurez espiritual, en cambio, se manifiesta en la capacidad de reconocer que cada alma ha recibido su cuota de gracia divina.

Liberándonos de los apegos

Todo lo que nos rodea, desde la comida y la ropa hasta la familia y la amistad, ha sido creado para nuestro disfrute. Cuando se obtienen de forma legítima, debemos disfrutarlas de todo corazón y estar verdaderamente agradecidos por ellas. Sin embargo, ninguna de estas cosas debería convertirse en un dios para nosotros, eclipsando el verdadero propósito de nuestra corta vida terrenal.

Durante cualquier interacción, como en el caso del rey y el derviche, nuestros apegos pueden salir a la superficie. Tales oportunidades nos dan una conciencia del yo y una oportunidad para evaluar lo que apreciamos. A veces vale la pena desechar los viejos hábitos inútiles y sustituirlos por lo que aporta comodidad y felicidad a los demás.

Una vida equilibrada hace crecer nuestros poderes espirituales y expande nuestra conciencia más allá de lo imaginable.

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