Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Nos pasa a todos: conocemos a alguien, pero simplemento no conectamos instintivamente y no encontramos la forma de que nos caiga bien. Es una experiencia bastante común, pero ¿qué podemos hacer al respecto, espiritualmente?
¿Nos tiene que gustar todo el mundo para poder vivir una vida espiritual? No, claro que no. Todos tenemos instintos, preferencias e inclinaciones, y rara es la persona que establece una conexión amistosa y duradera con todos los que conoce. A lo largo de nuestra vida nos encontramos con personas con las que no nos identificamos, con las que no conectamos o que no nos caen muy bien. Esos instintos también pueden ser una advertencia valiosa.
Vale, pero ¿qué pasa con los impulsos del corazón? ¿Y las enseñanzas de las grandes tradiciones espirituales, que nos animan a amar a la humanidad? ¿Y si prestamos atención a lo que dijeron Moisés, Cristo, Buda y Baha’u’lláh?
En Levítico 19:18, Moisés aconsejó a sus seguidores: No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.
En Mateo 13:34, Jesús dijo: «Os doy un mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros; así como yo os he amado, amaos también los unos a los otros».
El Buda dijo, en el capítulo 17, versículo 223 del Dhamapada: «Vence la ira con el amor, el mal con el bien, la mezquindad con la generosidad y la mentira con la verdad.»
Bahá’u’lláh dijo: “Moráis en un solo mundo y habéis sido creados por la acción de una sola Voluntad. Bienaventurado el que se asocia con todos los hombres en espíritu de máxima bondad y amor”.
Parece una línea coherente, ¿verdad? Porque toda religión existe principalmente para inspirar, promover y fomentar el amor entre la humanidad. Los escritos de Bahá’u’lláh lo confirman:
El propósito fundamental que anima a la Fe de Dios y a Su Religión es proteger los intereses de la raza humana, promover su unidad, y estimular el espíritu de amor y fraternidad entre los hombres.
Este «espíritu de amor y compañerismo» suena tan sencillo, pero en realidad es probablemente la tarea más difícil que intentaremos llevar a cabo en esta vida, porque no solo se aplica a las personas que nos caen bien, sino también a las que no.
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Una sugerencia práctica para hacerse amigo de todo el mundo
Los grandes profetas y fundadores de las religiones más perdurables del mundo dejaron su huella en la historia de la humanidad únicamente a través del amor y la compasión. No tenían riquezas terrenales, ni poder secular, ni cargos de autoridad legal, sino que eran humildes, pobres y perseguidos. A pesar de esas desventajas extremas, nos dejaron principios duraderos que forjaron civilizaciones enteras, sistemas jurídicos, marcos morales, legados artísticos y comunidades mundiales estrechamente conectadas.
Lograron esas extraordinarias hazañas únicamente a través del amor: amando a todo aquel con quien se cruzaban, incluso a sus enemigos y adversarios, e instando a sus seguidores a hacer lo mismo.
Puesto que esas manifestaciones de Dios hicieron sacrificios tan grandes para enseñarnos a amar a los demás, les debemos esforzarnos al máximo por seguir sus ejemplos. Además, sus enseñanzas y acciones no se limitan a describir un estado exaltado del ser, sino que nos ofrecen formas realistas de disminuir el distanciamiento y alienación de los demás, y de aumentar la cantidad de amor en el mundo. Ese enfoque no es solo teórico –puede beneficiar a cada uno de nosotros directa y personalmente.
Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, llevó una vida ejemplar de amor y servicio a la humanidad. Su ejemplo vivido y sus consejos prácticos y detallados sobre cómo amar a los demás pueden ayudar a todos a conquistar sus gustos y aversiones instintivos, expandiendo el alcance de su amor en círculos cada vez más amplios hasta que se extienda a todas las personas. En un discurso que dio en París a principios del siglo XX, dijo:
Todas las religiones enseñan que deberíamos amarnos los unos a los otros, que deberíamos ver nuestros propios defectos antes de pretender condenar las faltas de los demás, que no debemos considerarnos superiores a nuestros semejantes.
Veamos, pues, una de las recomendaciones de Abdu’l-Bahá.
Una buena cualidad y diez malas
Las enseñanzas bahá’ís nos piden que veamos más allá de la apariencia externa de una persona –sus características físicas, su posición social, su riqueza material o la falta de ella– y en cambio veamos sus cualidades y atributos espirituales internos. Abdu’l-Bahá, citado en el libro de J.E. Esslemont Bahá’u’lláh y la Nueva Era, instaba a todos:
Callar los defectos de los demás, rogar por ellos y ayudarles, por medio de la bondad, a corregir sus defectos. Ver siempre el lado bueno y no el malo. Si un hombre tiene diez buenas cualidades y una mala, considerad las diez y olvidad la mala; y si un hombre tiene diez malas cualidades y una buena, fijarse en la una y olvidad las diez.
Ese tipo de visión espiritual positivamente selectiva, que se centra en los mejores atributos de cada ser humano y resta importancia a sus defectos, puede ayudarnos a que nos gusten las personas que de otro modo podrían desagradarnos instintivamente. Abdu’l-Bahá escribió:
Uno debe ver en todo ser humano sólo aquello que sea digno de alabanza. Cuando se procede así, se puede ser amigo de toda la raza humana. Sin embargo, si miramos a la gente desde el punto de vista de sus faltas, entonces, ser amigo de ellos resulta una tarea tremenda…
Sucedió cierto día en el tiempo de Cristo… que pasaba Él delante del cadáver de un perro, unos despojos nauseabundos, repugnantes, con sus miembros en putrefacción. Uno de los presentes dijo: «¡Qué insoportable hediondez!» Otro dij o: «¡Qué nauseabundo! ¡Qué asqueroso!». En resumen, cada uno de ellos agregó algo a la lista. Pero luego Cristo mismo habló, diciéndoles: «¡Mirad los dientes de ese perro! ¡Qué blancos lucen!». La mirada del Mesías, encubridora de los pecados, ni por un momento habló de lo repulsivo de esa carroña. El único elemento no abominable del cadáver de aquel perro muerto eran los dientes y Jesús se fijó en su brillo. Así que, al dirigir la mirada hacia otras personas, nos incumbe ver en qué destacan, no en qué fallan.
Este elevado atributo espiritual no siempre es fácil o rápido de desarrollar, pero cuando empieza a manifestarse en el comportamiento diario de una persona y en sus relaciones con los demás, es capaz de hacer milagros. Personas a las que normalmente se rechaza o se deja de lado pueden convertirse poco a poco en amigos, compañeros e incluso confidentes íntimos. Un enfoque centrado en las virtudes a la hora de gustar o no gustar a los demás también puede ampliar nuestro universo personal, porque permite entablar amistad con quienes pueden ser muy diferentes a nosotros y, por tanto, tienen nuevas experiencias y perspectivas que ofrecer.
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Bahá’u’lláh abordó este principio espiritual directamente en sus escritos, pidiendo a todas las personas:
Es nuestra esperanza y deseo que cada uno de vosotros se convierta en fuente de toda bondad hacia los hombres y un ejemplo de rectitud para la humanidad. Cuidado, no sea que os prefiráis a vuestros semejantes… Si aparecen diferencias entre vosotros, vedme de pie ante vuestra faz, y pasad por alto las faltas de cada uno por amor a Mi nombre y como una muestra de vuestro amor por Mi manifiesta y resplandeciente Causa. Nos agrada veros en todo momento uniéndoos en amistad y concordia dentro del paraíso de Mi complacencia, y percibir de vuestros actos la fragancia de la amabilidad y unidad, de la bondad y la fraternidad.
Así que la próxima vez que te encuentres con alguien y pienses «esta persona no me agrada nada», piensa qué puedes hacer para modificar tu panorama interior, pasando por alto conscientemente cualquier defecto que percibas e identificando y concentrándote en al menos una buena cualidad.
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