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¿Quiero ser bahá'í?
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¿Qué se necesita para ser bahá’í?

David Langness | Ene 3, 2023

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David Langness | Ene 3, 2023

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Tenía 17 años cuando me enamoré de las enseñanzas bahá’ís. Deseaba, más que nada, ayudar a que los principios pacíficos y unificadores de Bahá’u’lláh se hicieran realidad en el mundo. ¿Pero cómo?

Los escritos bahá’ís llaman a la paz mundial. Los escritos bahá’ís abogan por la unidad de todas las religiones. Los escritos bahá’ís piden el fin de todos los prejuicios y odios. Los escritos bahá’ís abogan por la igualdad de sexos, por la libertad de expresión, por la investigación independiente de la verdad, por un gobierno mundial representativo, por el consenso entre ciencia y espiritualidad, por la armonía, la unidad y la cooperación humana.

Me encantaron esos poderosos principios, pero aún más, me encantó la forma en que surgieron, traídos a la conciencia del mundo por un prisionero, un profeta exiliado, un mensajero perseguido recién enviado a toda la humanidad por un Creador compasivo.

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Bahá’u’lláh, que significa «la Gloria de Dios», alabó a los profetas que le habían precedido y los consideró a todos santos maestros de la misma escuela espiritual sucesiva. No afirmó tener ninguna exclusividad. No profirió amenazas. Simplemente llamó a todos a la conciencia de un Misterio universal benevolente. Sostenía que cada religión revelada a la humanidad aportaba la verdad para su tiempo, y que las enseñanzas centrales de esas creencias -amor, bondad, oración, meditación y una creencia permanente en la bondad humana arraigada en lo más profundo de nuestras almas- seguían siendo perpetuamente verdaderas:

Sois los puntos de amanecer del amor de Dios y las auroras de Su amorosa bondad. No mancilléis vuestras lenguas maldiciendo o injuriando a alma alguna, y guardad vuestros ojos de mirar lo que no es decoroso… No seáis causa de pesar, ni mucho menos de discordia y contienda. Abrigamos la esperanza de que obtengáis la verdadera educación a la sombra del árbol de Sus tiernos favores y actuéis de acuerdo con lo que Dios desea. Todos sois las hojas de un solo árbol y las gotas de un solo océano.

Quería, desesperadamente, llevar esas hermosas enseñanzas a la realidad. Frente a la guerra, deseaba la paz. Frente al odio, anhelaba el amor. Frente a la fealdad y el dolor, quería belleza y curación en el mundo. En las enseñanzas bahá’ís encontré la receta para esa curación: la combinación más convincente y completa de remedios sociales que jamás había encontrado.

Sin embargo, me llevó un tiempo. Conocí la fe bahá’í y a su mensajero Bahá’u’lláh cuando tenía 15 años. Dado que Bahá’u’lláh, su sucesor Abdu’l-Bahá y su sucesor Shoghi Effendi habían escrito tantos volúmenes repletos de profunda sabiduría y perspicacia, mi lectura se convirtió en sí misma en un viaje de descubrimiento. Una cita de una sola frase de Bahá’u’lláh me llevaría por un camino de intensa curiosidad, y ese camino podría convertirse en una bola de nieve de cien preguntas, respondidas y multiplicadas en más preguntas en aquellos voluminosos y luminosos escritos.

Pronto reconocí las enseñanzas bahá’ís como correctas y verdaderas. A medida que leía los escritos místicos y prácticos de Bahá’u’lláh, me impactaron a un nivel mucho más allá de mis capacidades y comprensión intelectuales de adolescente, pero también resonaron en mi espíritu como verdades innegables. Sabía, en algún lugar de mi alma, que era la voz de la eternidad la que hablaba.

Sí, intenté cuestionar mis sentimientos. No me gustaba unirme a nadie, era reacio a comprometerme con algo más allá de mí mismo y, en cierto modo, no quería adherirme a ninguna religión porque la veía como una jaula. Criado en una iglesia luterana, asustado de niño por el juicio severo e implacable que encontré allí, tenía mis propios prejuicios contra cualquier forma de fe formal. Esta nueva religión, sin embargo, no tenía tales restricciones, ni clero, ni fuego del infierno y condenación, ni principios punitivos. El Dios que Bahá’u’lláh describía en sus escritos parecía lleno de compasión y amor: «¡Oh hijo del ser! Ámame, para que Yo te ame. Si tú no Me amas, Mi amor no puede de ningún modo alcanzarte».

Me sentí en conflicto. Hablé con un amigo, un sensato anciano bahá’í, sobre lo que debía hacer. «Deberías seguir a tu corazón», me dijo, sin presiones ni coacciones de ningún tipo. «Es tu decisión: nadie más puede tomarla por ti».

«De acuerdo, ¿qué hay que hacer para convertirse en bahá’í?» le pregunté. Me imaginaba un largo proceso que incluía cosas como iniciaciones, clases, bautismos, ceremonias o algún ritual elaborado.

«Todo lo que hace falta», dijo, «es creer en Bahá’u’lláh: en quién era y en lo que enseñaba».

«¿Eso es todo?» Me quedé un poco estupefacto. «Pero ahora creo en eso», dije.

«Entonces ya eres bahá’í», dijo sencillamente.

A la mañana siguiente, después de consultarlo con la almohada, rellené y firmé una tarjeta de declaración bahá’í, que significaba que había decidido inscribirme en la comunidad bahá’í y hacer lo posible por seguir las enseñanzas de Bahá’u’lláh: convertirme en creyente, en participante más que en observador, en alguien con el compromiso expreso de unirse a una comunidad mundial que hace todo lo posible por lograr el amor y la unidad en el mundo.

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En los años transcurridos desde que reconocí por primera vez a Bahá’u’lláh y decidí hacer lo posible por seguir sus enseñanzas, mi vida ha adquirido una luz totalmente nueva. He visto la realidad de formas nuevas y hermosas. He luchado mis propias batallas espirituales, a veces mal y a veces con éxito, pero he librado esas batallas en el contexto de una comunidad global cálida y solidaria de una familia con ideas afines. He encontrado una unidad maravillosa. He aprendido cosas que no podría haber aprendido de ninguna otra manera. He sentido una enorme camaradería y cohesión entre mis compañeros bahá’ís mientras todos trabajamos por un mundo sin guerras, miedo ni desigualdad. He experimentado una gran alegría. Espero, mirando hacia atrás en mi vida, haber enriquecido a otros de la misma manera que ellos me han enriquecido a mí, y espero también que quienes lean esto contemplen las extraordinarias afirmaciones de Bahá’u’lláh y tomen también sus propias decisiones al respecto.

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