Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando piensas en ti mismo, ¿cómo mides tu propio valor? ¿Qué te hace único o especial o valioso para ti mismo o para los demás, o incluso para la sociedad en su conjunto? ¿Cuánto vales?
Por supuesto, tenemos muchas formas de evaluar nuestro valor y el de los demás.
Podemos fijarnos en nuestros antepasados para determinar si hay alguien digno de mención en nuestra herencia genética, aunque para algunos, digno de mención puede hacer referencia a experiencias desafortunadas en una época especialmente dura de la historia de la humanidad.
Podemos fijarnos en nuestras profesiones, nuestros logros educativos o nuestros niveles de habilidad.
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También podemos responder esta pregunta fijándonos en el «qué tanta» riqueza, belleza, fama y poder como guía de nuestros juicios de valor. Por desgracia, estas cualidades externas han representado nuestros criterios de valor humano durante miles de años.
Dado que la búsqueda de estas cosas conlleva diversos grados de éxito, nosotros, como la mayor parte de todo el planeta, no llegaremos a la cima del árbol del glamour, la fama o el talento. Sin embargo, en el orden jerárquico humano normal, seguimos permitiendo que estas consideraciones materiales definan nuestra valía y la de los demás, participando en un juego competitivo de comparaciones: mi casa es más grande que la tuya, etc.
Así que, en nuestro pequeño juego comparativo, ¿qué ocurre si nos damos cuenta de que nos falta algo, de que simplemente no es suficiente, según nuestros propios criterios y los de nuestra sociedad? ¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer para demostrar a los demás y a nosotros mismos que tenemos valor?
La búsqueda infructuosa dejar un legado legendario
¿Te gustaría ser una leyenda? Esta búsqueda es un giro moderno de la leyenda artúrica de la búsqueda del Santo Grial, la copa de la que bebió Cristo en la Última Cena; ahora, sin embargo, se trata de hacer todo lo posible para que la sociedad se fije en nosotros. La idea es esta: tal vez nunca seré suficiente materialmente, pero si puedo hacerme ver… por alguien, basta con 15 minutos de fama, que se determina por el número de visitas en una red social. Se toman selfies al borde de acantilados y cascadas peligrosas, se quiere hacer «amigos» de miles de personas al mismo tiempo y se intenta escalar el Everest sin preparación. Para nuestro propio disgusto, esta búsqueda infructuosa alimenta el interés público, que a su vez alimenta más actividades de este tipo.
Digamos que uno vive milagrosamente gracias a intentos extremos de hacerse notar, de ser tenido en cuenta. ¿Por qué, entonces, nuestra búsqueda parece llevarnos siempre a otra búsqueda?
Pues porque, estas búsquedas materiales pueden ser un estímulo para el ego, pero no nos inculcan un sentido duradero del valor.
Es una rueda de hámster metafórica. La rueda gira cada vez más rápido, pero por mucho que corramos, nunca llegamos a la meta. Si las ganancias de este mundo material fueran realmente relevantes para nuestro valor humano interior, ¿por qué volvería a aparecer el vacío cuando desaparece la novedad? Si de verdad tuviera importancia respecto al valor intrínseco de alguien, ¿por qué es tan fácil que los ricos y famosos caigan en desgracia ante un público voluble cuando se caen del árbol del glamour?
Entonces, si, como propongo, lo material no determina con exactitud el valor de nosotros mismos y de los demás, ¿adónde vamos para encontrar la seguridad de que las vidas que tenemos la bendición de vivir cuentan para algo?
¿Qué tal si consideramos nuevos criterios?
En primer lugar, ajustar el enfoque de nuestros pensamientos de acuerdo con este poderoso consejo de las enseñanzas bahá’ís:
No os dediquéis a vuestros propios asuntos; que vuestros pensamientos estén puestos en aquello que restituya la prosperidad de la humanidad y santifique los corazones y las almas de los hombres. El mejor modo de lograr esto es mediante las acciones puras y santas, por medio de una vida virtuosa y un comportamiento excelso.
En segundo lugar, identificar qué acciones determinan nuestro valor verdadero basándonos en estos criterios del libro de Abdu’l-Bahá, El Secreto de la Civilización Divina:
… ¿hay obra alguna en este mundo que sea más noble que el servicio al bien común? ¿Hay mayor bendición concebible para el hombre que el hecho de convertirse en el promotor de la educación, el desarrollo, la prosperidad y el honor de sus prójimos? ¡No, por el Señor Dios! La mayor rectitud de todas consiste en que las almas benditas tomen de la mano a los indefensos y los liberen de su ignorancia, degradación y pobreza, y con pureza de intención, y sólo por amor a Dios, se alcen y consagren con celo al servicio de las masas, olvidando su propio y mundano provecho y trabajando sólo para servir al bien general. – p. 58.
Por último, bloquea todo el ruido en sentido contrario.
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Piénsalo así: ¿qué pasaría si lo más importante que hicieras en tu vida sólo lo viera Dios? Esto me trae a la memoria una conversación que tuve con un paciente mío en cuidados paliativos. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos padres se habían ido, ya sea permanentemente o por años, ella había puesto una mesa para que los niños pudieran traer fotos y objetos personales para compartir recuerdos de sus padres. Hablaba con gran satisfacción, pues sentía que había ayudado a sus alumnos a sobrellevar el dolor de su pérdida. ¿Alguien se dio cuenta en ese momento? Quizá no, pero al final de su vida, era una de las cosas que más le importaban.
Esto tenía valor.
Indiana Jones buscó y encontró el Santo Grial en la película, y las consecuencias no fueron agradables para nadie. Ahora podemos negarnos a creer que nuestro valor reside en lo material y lo impermanente, ajustar nuestro enfoque y esforzarnos por servir a la humanidad en todo lo que podamos. Ahí reside nuestro sentido del valor, y no cuesta un céntimo.
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