Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Como humanos, ¿entendemos lo que somos? ¿Somos animales dotados de conciencia? ¿Una combinación de diferentes productos químicos? ¿Encarnaciones del espíritu universal?
Durante milenios, los humanos han concebido todo tipo de ideas para describirnos. Cada uno de estos tiene algún mérito. Pero ¿qué si es imposible entender nuestra verdadera naturaleza? ¿Y si nosotros mismos estamos más allá del horizonte de nuestro propio entendimiento?
Las enseñanzas bahá’ís nos hacen reflexionar sobre estos aspectos: dentro de la perspectiva bahá’í, el desarrollo del alma continúa después de la muerte del cuerpo. Y es solo en ese momento que podremos comprender algunas cosas que ahora son imposibles de saber.
Por supuesto, esto no lo sé de mi propia experiencia ya que todavía estoy vivo. Sino que proviene de las enseñanzas de Bahá’u’lláh, quién los bahá’ís creen recibió inspiración divina con el propósito de educar a las almas y traer la unidad a la raza humana.
Bahá’u’lláh enseñó que después de pasar al siguiente mundo, alcanzamos un nivel de entendimiento más amplio de quién y qué habíamos sido en la vida anterior:
¡Oh Hijo de lo Mundano! Grato es el reino del ser si llegaras a él, glorioso es el dominio de la eternidad si fueses más allá del mundo de la mortalidad, dulce es el sagrado éxtasis si bebieras del cáliz místico de manos del Joven celestial. Si alcanzaras esta posición te librarías de la destrucción y de la muerte, del afán y del pecado. – Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, pág. 46.
Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh escribió:
Cuando el alma humana sale volando de este efímero montón de polvo y se eleva al mundo de Dios, entonces caen los velos y salen a la luz las realidades, y se vuelven claras todas las cosas antes desconocidas, y son comprendidas las verdades ocultas. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 134.
Estas palabras de Abdu’l-Bahá provienen de un pasaje más largo, este nos brinda una serie de metáforas que dan forma a esta idea básica e iluminan sus diversos aspectos. Creo que vale la pena revisarlos uno por uno. Él compara el alma con el capullo de una flor, un libro y un bebé que nace:
El perfume está íntimamente mezclado y combinado con el capullo, y una vez que el capullo se ha abierto, se difunde su grata fragancia. – Ibid., pág. 133.
Un capullo de flor no es tan fragante como una flor abierta. Sin embargo, todos los compuestos químicos que le dan a una flor su fragante olor están contenidos en el capullo. Es cuando florece entra en una nueva etapa de su existencia. En palabras de Abdu’l-Bahá, esto es lo que le sucede al alma en el momento de la muerte: despliega nuevas posibilidades que estuvieron ocultas durante su vida en este mundo:
La hierba no carece de fruto, aunque lo parezca, pues en este jardín de Dios cada planta ejerce su propia influencia y posee sus propios atributos, y cada una puede alegrar los sentidos con su fragancia, igualando aun a la festiva rosa de cien pétalos. Has de estar seguro de ello. – Ibid., pág. 133.
Aun cuando puede parecer que solo unas pocas flores tienen esa fragancia intensa y distintiva, Abdu’l-Bahá nos recordó que cada uno de nosotros tiene algo especial en su interior:
Aun cuando las páginas de un libro no saben nada de las palabras y los significados trazados en ellas, con todo, debido a su relación con estas palabras, los amigos las hacen pasar de mano en mano reverentemente. Además, esta relación es la más pura munificencia. – Ibid., pág. 134.
Las palabras y su significado se encuentran en un nivel de existencia que es inaccesible para el papel en el que están impresos, un libro nunca podría entender un poema impreso en sus páginas. Pero aun así este recibe cuidado y ternura debido a las escrituras que contiene. La metáfora de Abdu’l-Bahá nos hace preguntarnos «¿qué está escrito en nosotros, que solo Dios y las almas que ya han partido pueden leer?»
Considera cómo en el mundo de la matriz la criatura estaba sorda, ciega y muda; cómo estaba privada de toda percepción. Mas al abandonar ese mundo de oscuridad y pasar a este mundo de luz, su ojo comenzó a ver; su oído, a oír; su lengua, a hablar. De igual modo, una vez que ha partido presuroso de este mundo de mortalidad para dirigirse al Reino de Dios, entonces habrá nacido en el espíritu; luego se abrirá el ojo de su percepción, el oído de su alma escuchará y se le harán comprensibles y claras todas las verdades que anteriormente ignoraba. – Ibid., pág. 134.
Una vez el niño nace y comienza a crecer hacia la madurez, el mundo dentro de la matriz parece ahora tan pequeño y estrecho. Cuando crecemos, se vuelve difícil de creer que hubo un momento en que eso era todo lo que sabíamos y todo lo que imaginábamos que podía existir. Aparentemente, así es como recordaremos la vida en este mundo, un prólogo modesto de algo mucho más grande, y un tiempo de preparación en el que se desarrollarán nuevos poderes y facultades espirituales para su uso posterior.
No sé qué existe más allá esa gran división. Pero como el perfume a un capullo, o la poesía a una página, o el mundo en toda su inmensidad al vientre de una madre, existe más de nosotros y de nuestro viaje más allá de esta vida, más de lo que podemos llegar a saber o de lo que esperen nuestros esperanzados corazones.
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