Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
EL ORIGEN DE LA POBREZA
“¡OH HIJOS DEL POLVO! Advertid a los ricos de los suspiros que profieren los pobres a la medianoche; no sea que la negligencia los lleve al camino de la destrucción y los prive del Árbol de la Riqueza. El dar y ser generoso son atributos Míos; bienaventurado es aquel que se adorna con Mis virtudes”- Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, pág. 49.
Un poco de etimología
Dice el filósofo Miguel Bueno que para ver si el uso de una palabra es correcto, el único criterio es el etimológico. Por supuesto que hay palabras que han adquirido un significado lejano a su origen etimológico a fuerza de usanza. Tal situación puede ser inocua, o puede tener implicancias sociales y culturales de mucho peso.
En nuestro caso, es importante considerar la palabra “pobre”. Esta palabra viene del latin “pauper”, que deriva de “pauperos”, que significa “el que produce poco”. Efectivamente, “pauperos” etimológicamente viene de paucus (poco) y parere (engendrar). Así el pobre sería el infértil, el que engendra poco…
En el lenguaje dominante, se llama pobre no al poco fértil, al que engendra poco, sino al que tiene pocos elementos materiales o poco dinero para adquirirlos. Hay una gran diferencia entre producir poco, ser infértil y tener poco dinero y pocos “bienes” materiales. Se puede ser infértil de afecto, de ideas, de capacidad de servicio, de creatividad, de amistad, en el campo espiritual, y sin embargo tener muchísimo dinero.
Como lo señalaron Antonio Elizalde, Manfred Max-Neef y Martin Hoppenhayn, autores de un enfoque conocido como Desarrollo a Escala Humana: no existe una sola pobreza o una sola riqueza. Se puede ser pobre o rico –infertil o fértil- en cada una de diez dimensiones humanas fundamentales: la subsistencia, la protección, el afecto, la libertad, la creatividad, el ocio, el entendimiento, la participación, la identidad o la trascendencia.
También lo ha acuñado la sabiduría popular en una máxima interesante: “no es más pobre el que tiene menos sino el que más necesita” y también “era tan pobre que sólo tenía dinero”
Reducir el término “pobre” a aquellos que poseen pocos elementos materiales o dinero, es pauperizar el concepto. Pero por sobre todo es aceptar la lógica del sistema dominante: el fin de la vida humana es el material y por lo tanto la principal pobreza (cuando no la única) es la de bienes materiales y dinero. Nosotros nos inclinamos más por el origen etimológico: es pobre el infértil, el que no produce nada, el que no es creativo, así tenga muchos bienes materiales.
Por otro lado, hay claras evidencias de que no hay una relación directa entre la cantidad de bienes materiales que se poseen y el grado auto-percibido de satisfacción. Más que el ingreso per cápita o la cantidad de artefactos de los que se dispone, lo que cuenta es la manera en que se emplea lo que se tiene. En muchas culturas, a través de procesos participativos y comunitarios, se logra una alta satisfacción de las necesidades humanas fundamentales mediante modos inteligentes de utilizar recursos muy escasos, lográndose a su vez un alivio para el ambiente y un modo de vida sustentable.
En otros en cambio, se llega a la adquisición de innumerables objetos y servicios, a una situación de sobreconsumo y despilfarro, con increíble daño al ambiente, y el grado de bienestar de las personas es deplorablemente bajo.
Esto último se debe a que en las sociedades de consumo intensivo, una vez superado un punto llamado “punto umbral”[2], tener más bienes equivale a una menor calidad de vida, a causa de los problemas y complicaciones que implica su adquisición y sostenimiento.
Por lo expuesto no soy proclive a hablar de “pobres” para referirme a personas en situación de subsistencia y protección insatisfecha, no obstante lo cual y siguiendo los textos de la Fe Bahá’í, en algunos casos usaré la palabra “pobre” a secas, para referirme a quienes tienen pocos bienes materiales.
Origen histórico de la pobreza material
Esta condición parece ser tan antigua como la historia y aún más. En la prehistoria, cuando la expectativa de vida (supuestamente) no superaba los veinticinco años, las inclemencias naturales y la amenaza de las fieras o tribus enemigas acechaban, y los elementos de confort eran mínimos o inexistentes. Podemos así imaginar que la situación de subsistencia y protección insatisfechas, o permanentemente amenazadas, era la regla general de la humanidad.
Según la interpretación convencional –y no tenemos nada aquí para cuestionarla- con la agricultura y el sedentarismo, el surgimiento de ciudades, la división social del trabajo y el nacimiento de una clase acomodada, la de los señores o amos, la de los guerreros que defendían sus intereses y la gran masa sufriente por otro lado, la pobreza o SPI siguió siendo mayoritaria, pero ya no universal.
Ya en La Biblia los “anawim” –en arameo “pobres, que todo lo esperan de Dios” son mencionados más de cien veces. Notemos que el concepto de “quienes esperan todo de Dios” es muy diferente que el que no posee nada.
Queda claro que para que los recursos comenzaran a distribuirse inequitativamente, fue necesaria además la consolidación de una determinada dinámica de poder, donde el más fuerte y poderoso sometió a las mayorías a su conveniencia. Es importante señalar que este poder, esencialmente asimétrico (tal como lo entiende Foucault) en el que unos pocos logran prerrogativas gracias a la opresión de muchos, ha persistido hasta nuestros días en un mundo que mantiene un patrón de conflicto. Sin embargo, tal como iluminan las enseñanzas bahá’ís, este enquistado patrón no ha de perdurar por siempre: es propio de la infancia y adolescencia de la humanidad, pero en el futuro prevalecerán nuevos modelos basados en la Unidad en Diversidad.
El esclavismo primero, desde la antigüedad, la servidumbre campesina de la gleba en favor de los señores feudales después y la gran masa asalariada luego, con el nacimiento de la burguesía y el capitalismo liberal (pero también el socialismo o capitalismo de estado) fueron diversas dinámicas, no excluyentes, para sostener y profundizar la asimetría.
El concepto de plusvalía, bien desarrollado por Karl Marx explica muy bien cómo se reproducen y amplifican estas asimetrías. El capitalista paga al asalariado mucho menos de lo que realmente produce, en una verdadera expropiación de lo que en derecho corresponde al trabajador.
En la actualidad asistimos a un capitalismo informático global que está multiplicando a velocidad pasmosa estas diferencias, amplificándolas a un ritmo alarmante. Día a día grandes empresas transnacionales asocian, engloban o eliminan a competidoras, provocando una concentración del dinero como jamás la hubo.
Unos pocos mil-millonarios tienen tantos recursos como la mitad o más del género humano.
Oxfam es una confederación formada por 17 ONGs que realiza labores humanitarias en prácticamente la mitad de los países del mundo. Según Oxfam en 2016, el 1% de la población mundial poseía ya tanta riqueza como el 99 % restante.
Además gigantescas corporaciones concentraron tanta riqueza como los 180 países de menor ingreso. Y finalmente, lo que es más asombroso, afirmó que las ocho personas más adineradas del planeta poseían tanto dinero como la mitad de menor ingreso de la humanidad.
Es interesante apreciar la velocidad del cambio: en 2000 la ONU en un informe anunció que las 250 personas más ricas tenían tanto dinero como los 2500 millones de menores recursos materiales. Unos años después, bastó con 62 personas para equilibrar a la mitad de los humanos. Y ahora son ocho. O menos.
El hombre con más dinero en el mundo hoy, posee más riquezas que más de 150 países.
La escalada se acelera: con más dinero, más recursos, más poder y más control. Algunos, en función de las posibilidades tecnológicas reales, vaticinan que mediante armas robot o ejércitos de clones, e incluso la instalación de chips de control en humanos, un poder totalitario mundial podría llevar a la humanidad a vivir su peor pesadilla.
Sólo la misericordia de Dios, la firme organización y voluntad de los pueblos, o la respuesta de la Naturaleza podrían poner fin a esta escalada de desigualdad e injusticia.
El proyecto Atman
En el Evangelio de Lucas se lee:
“Un hombre rico tenía un terreno que le produjo una buena cosecha. Y este hombre se puso a pensar: «¿Qué haré? ¡No tengo dónde guardar mi cosecha!» Entonces dijo: «¡Bien, haré esto! Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, y allí guardaré todos mis bienes y mis cosechas. Y diré a mí alma: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe y pásalo bien!”» Pero Dios le dijo: «Insensato, esta noche misma vas a morir; ¿y para quién será lo que has guardado?» – Lucas 12, 13-21
No es fácil entender cuál es la motivación profunda que hace que haya personas que deseen acumular tanto. Es decir, no podrán gastar sus fortunas en vida, ni lo podrán hacer sus hijos, ni cientos de generaciones de su descendencia.
Entonces ¿Qué los mueve?
Ken Wilber, uno de los referentes de la psicología transpersonal entiende que existe una rara desviación de la conciencia humana que él llama “el proyecto Atmán”. Según este autor la humanidad primordial no se diferenciaba a sí misma de la naturaleza. Poco a poco se va diferenciando y de la era de simbiosis con el medio natural se pasa al pensamiento mítico y al yo colectivo de las tribus y comunidades, para desembocar finalmente en el nacimiento del ego y la conciencia individual (siendo esta tal vez una de las interpretaciones del mito bíblico de la caída del paraíso, las que Abdu’l-Bahá, el hijo del fundador de la Fe Bahá’í, nos invitó a desentrañar).
Y allí donde el ser humano se percibe aislado, separado de la Naturaleza y del otro, toma conciencia de su finitud, de la muerte física como fin del yo individual.
Entonces, en la fantasía de que así podrá ahuyentar a la muerte, decide enriquecerse, acumular, sobresalir sobre su semejante, dominarlo, oprimirlo, matarlo en guerras.
Si es el otro el “pobre”, la persona en SPI, aún más, si el otro muere y yo no, si puedo acumular hasta el fin y matar, sea por hambre o por guerras, entonces mi muerte se aleja.
Pero, ya Jesús, en la parábola del rico que encabeza este apartado, advirtió que se trata de pura insensatez. Y lo reafirmó Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe Bahá’í: incumbe al humano desprenderse de todo excepto de Dios.
El que se aferre a la vida morirá, y el que muera a todos sus apegos, vivirá.
Vemos así que el concepto lineal de pobreza, como el que tiene pocas posesiones materiales, puede ser superado por otro más amplio, donde hay diversas formas de pobreza y de riqueza.
Convalidar que ser “pobre” es simplemente no tener dinero o acceso a bienes y servicios, es legitimar la lógica dominante, que privilegia el materialismo, la posesión de objetos materiales y la acumulación sin límites.
A su vez, rescatamos en la historia de la Eterna Religión de Dios, en este caso en La Biblia, una concepción de “pobres” (anawim) como aquellos que sólo tienen a Dios.
En la Fe Bahá’í, se nos señala que incumbe al ser humano desprenderse de todo excepto de Dios, y este concepto bíblico se aproxima mucho a la bienaventuranza y la verdadera riqueza sempiterna.
Esto no nos exime de estar atentos para contribuir a la eliminación de estas extremas e injustas disparidades.
Si bien cierta riqueza está permitida en las enseñanzas de la Fe Bahá’í, y no se pretende que todos posean exactamente lo mismo, esa riqueza está condicionada a medios justos de ser obtenida (incluyendo la limitación del tamaño del capital, el salario justo sin plusvalías, la cooperativización parcial de la empresa privada, el direccionamiento de los impuestos a fines sociales) y siempre dentro del desprendimiento –no guardar apego a los bienes materiales- y una actitud de generosidad.
Bahá’u’lláh dijo:
“¡Oh hijos del polvo! Advertid a los ricos del suspirar de los pobres en medio de la noche, para que la negligencia no los conduzca al sendero de la destrucción y los prive del Árbol de la Riqueza. Dar y ser generoso son de Mis atributos; bienaventurado es aquel que se adorna con Mis virtudes». – Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas. PO 49, del Persa.
Esta fuerte advertencia y esta limitación concreta a la acumulación gigantesca actual de grandes corporaciones y mega-millonarios, deja muy claro que tal extremo está condenado en las enseñanzas de la Fe Bahá’í. Tal acumulación responde a una desviación espiritual al sentido de la existencia humana, condenada desde los tiempos de Jesucristo.
Además, cómo veremos más adelante, tal acumulación está inequívocamente ligada a la tiranía, y esta última, conforme a las enseñanzas de la Fe Bahá’í, no debe ser perdonada.
En la próxima entrega veremos un modelo, compatible con los principios bahá’is, para reencauzar equitativamente la distribución de los bienes en el seno de la humanidad.
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