Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
El auge del movimiento feminista mundial y el acceso de cada vez más mujeres a puestos de relevancia y poder en el mundo no se produjo sin una larga y difícil lucha.
Cuando las mujeres del mundo occidental lograron el sufragio universal –algo que muchas naciones aún no han conseguido–, lo hicieron a pesar de la virulenta oposición de los hombres. Cuando las mujeres intentaron por primera vez estudiar en instituciones de enseñanza superior, lo hicieron a pesar de las críticas y la hostilidad generalizadas de los hombres. Cuando las mujeres se introdujeron en el mercado laboral, lo hicieron desafiando el statu quo masculino. Cuando por fin se concedió a las mujeres el derecho a firmar contratos y a poseer propiedades, fue necesaria otra prolongada lucha contra las leyes de los sistemas judiciales dominados por los hombres.
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Históricamente, esa lucha feminista por los derechos de la mujer siempre ha requerido agallas, dedicación, valor y perseverancia frente al feroz privilegio masculino y la férrea oposición.
De forma fascinante, los orígenes de la palabra feminista, que según el Oxford English Dictionary empezó a utilizarse en 1852, son casi exactamente paralelos a los inicios de la Fe bahá’í y su principio fundacional de igualdad de género. Quizá no sea una coincidencia, como explicó Abdu’l-Bahá en este discurso que dio en París en 1913:
En el mundo de la humanidad… el sexo femenino es tratado como si fuese inferior, y no se le conceden los mismos derechos y privilegios. Esta condición no es debida a la naturaleza, sino a la educación. En la Creación Divina no existe tal distinción. A la vista de Dios, ningún sexo es superior al otro. ¿Por qué, entonces, un sexo debe afirmar la inferioridad del otro, adjudicándose derechos y privilegios como si Dios les hubiese concedido Su autoridad para tal modo de actuar?
Puesto que las enseñanzas bahá’ís afirman de forma tan clara y rotunda la igualdad de hombres y mujeres, y lo han hecho desde los mismos comienzos de la Fe a mediados del siglo XIX, los bahá’ís de todo el mundo han tenido ciento ochenta años de experiencia en la educación de sus hijos en igualdad de condiciones. La educación y formación de las niñas bahá’ís las ha conducido a un nivel muy alto de logros, lo que, a su vez, ha impulsado y animado a los niños bahá’ís a tratar de igualar los logros de sus hermanas y de sus madres. En las generaciones siguientes, las madres bien educadas han criado a niñas –y niños– con logros aún mayores. Este fuerte énfasis en la educación de las niñas ha elevado el nivel de educación y logros de todos.
Este nuevo estándar de igualdad, en el que niños y niñas tienen el mismo currículo escolar, el mismo curso de estudio, las mismas expectativas y las mismas oportunidades, ayuda a disminuir y finalmente a eliminar el problema social del privilegio masculino. Ese síndrome –la expectativa tradicional de que la masculinidad es la norma social y la feminidad no– apoya la naturaleza patriarcal de la sociedad y da demasiado poder a los hombres, haciéndoles creer que siempre tienen derecho a tener razón.
Así pues, cuando las sociedades promueven el privilegio masculino contribuyen a crear un sentimiento de derecho, que no sólo perpetúa los prejuicios sistémicos que perjudican a las niñas y a las mujeres, sino que también afecta negativamente al desarrollo de los niños. Cualquier galardón, recompensa o reconocimiento no merecido, como atestiguarán la mayoría de los educadores, puede conducir a un sentido inflado e inauténtico del yo y de la autoestima. Con el tiempo, cuando el chico llega a la edad adulta, esa falta de autenticidad suele dar lugar a una disminución de la autoestima masculina, a una convicción interna de falsedad y de logros falsos y no merecidos.
Erradicar la sensación de privilegio masculino en los chicos, incluso cuando impregna la sociedad en la que crecen, puede ofrecerles el regalo de un logro real y verdadero en sus vidas. En lugar de la distinción académica no merecida, el ascenso o el reconocimiento que se derivan de privilegiar lo masculino, la igualdad puede aportar a los niños una sensación duradera de logro y realización auténticos, como señaló Abdu’l-Bahá:
El mundo de la humanidad consta de dos partes: hombre y mujer. Cada una es el complemento de la otra. Por consiguiente, si una es defectuosa, la otra necesariamente será incompleta, y la perfección no podrá alcanzarse. En el cuerpo humano existe una mano derecha y una mano izquierda, funcionalmente iguales en servicio y administración. Si cualquiera de ellas fuese defectuosa, el efecto, naturalmente, se extendería a la otra comprometiendo la integridad del todo; pues la ejecución no es normal a menos que ambas sean perfectas. Si decimos que una mano es deficiente, demostramos la inhabilidad e incapacidad de la otra; dado que sola no se realiza plenamente. Así como la realización física es completa con dos manos, así también el hombre y la mujer, las dos partes del cuerpo social, deben ser perfectos. No es natural que alguno de los dos permanezca sin desarrollar; y hasta que ambos no se perfeccionen no se verificaría la felicidad del mundo humano.
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Pocos niños o niñas desean realmente conseguir algo de forma injusta. Cuando la parcialidad, los prejuicios o la falta de igualdad producen injusticia, el privilegio no ganado produce expectativas injustas. En muchas culturas, esperamos que los hombres tengan éxito económico, sean profesionales y físicamente fuertes. Cualquier hombre que no cumpla esas expectativas injustas se convierte en algo inferior a lo que el privilegio masculino de la sociedad acepta, y a menudo se le tacha de fracasado. Esas expectativas poco realistas, impulsadas por un privilegio malsano y unos roles de género masculinos estereotipados, suelen llevar a los niños y a los hombres a atacar a los demás o a volverse autodestructivos.
Esto puede ayudar a explicar por qué la falta de vivienda, los trastornos por consumo de sustancias, las enfermedades mentales, el comportamiento delictivo, los tiroteos masivos y el encarcelamiento se dan de forma desproporcionada entre los hombres.
Así que, si quieres criar a niños que se conviertan en adultos auténticos, satisfechos y felices, definitivamente querrás asegurarte de que entienden que son iguales a las niñas, y que las niñas son iguales a ellos. Querrás inculcar a tus muchachos que tratar a las mujeres con igualdad los convierte en seres verdaderos y auténticos. Como dijo Abdu’l-Bahá en París, “Cuando los hombres reconozcan la igualdad de las mujeres no será necesario que ellas luchen por sus derechos”.
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