Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Vivimos en un momento propicio de la historia de la humanidad; de hecho, según las enseñanzas bahá’ís, éste es el periodo predicho por todas las religiones del mundo, en el que aparecen dos manifestaciones de Dios y el mundo se une:
Todos los pueblos del mundo esperan dos Manifestaciones, que deben ser contemporáneas. Es lo que se les ha prometido a todos. En la Torá, a los judíos se les promete el Señor de las Huestes y el Mesías. En el Evangelio se predice el regreso de Cristo y Elías. En la religión de Muḥammad, está la promesa del Mahdí y del Mesías. Lo mismo es valedero para los seguidores de Zoroastro y otros, pero extendernos sobre el tema prolongaría nuestro discurso. Nuestra intención es señalar que a todos se les ha prometido el advenimiento de dos Manifestaciones sucesivas. Se ha profetizado que, mediante estas dos Manifestaciones, la tierra se convertirá en otra tierra; se renovará toda la existencia; el mundo contingente será vestido con el ropaje de una nueva vida; la justicia y la rectitud envolverán el planeta; desaparecerán el odio y la enemistad; todo cuanto es motivo de división entre los pueblos, las razas y naciones será anulado, y se promoverá lo que asegure la unidad, la armonía y la concordia.
Ciertamente hoy, más que en ningún otro momento de la historia de la humanidad, tenemos acceso a conocimientos y oportunidades inimaginables en tiempos pasados. Tenemos la capacidad de hacer realidad estas nobles visiones de justicia, paz y unidad humana. La humanidad ha avanzado hacia la erradicación de sus divisiones y disputas, pero siguen existiendo grandes desafíos, y todavía tenemos que vencer a las fuerzas del odio y la hostilidad en nuestra lucha por hacer realidad todo lo que nos ofrece esta época y vivir de acuerdo con las grandes promesas y profecías de las religiones del pasado.
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Los que vivimos en países materialmente avanzados nos enfrentamos a algunos retos únicos. Nuestras culturas suelen enorgullecerse de sus logros tecnológicos y económicos y comparten una narrativa de superioridad sobre naciones y pueblos menos desarrollados materialmente. Es fácil dejarse seducir por esta narrativa, como ocurre con muchos en el mundo; sin embargo, si investigamos más de cerca, podemos ver la bancarrota de este modelo para la humanidad en su conjunto.
Nuestras sociedades materialmente avanzadas del llamado «primer mundo» sufren ahora un importante declive moral, espiritual y social, enmascarado por nuestra prosperidad y bienestar material. La desesperación y la desesperanza evidentes en estas culturas dan testimonio de este problema, al igual que los vanos e infructuosos intentos de abordarlo mediante opiáceos como el consumismo y el entretenimiento.
Para que la humanidad desarrolle su verdadero potencial de unidad y paz, es necesaria una nueva narrativa que abarque a toda la humanidad así como los aspectos espirituales y materiales de la civilización.
Esta nueva narrativa –un mundo unido que promueva los intereses de todos y cada uno de sus habitantes– reexamina el papel de la espiritualidad y la religión en los asuntos humanos.
Cuando miramos al pasado, al modo en que las religiones organizadas han contribuido al avance de las civilizaciones, podemos encontrarnos con opiniones contradictorias. Por un lado, las religiones han sido la causa de grandes contribuciones a la civilización; por otro, a veces han fomentado el odio, las guerras y la superstición. Podemos ver que cuando la religión se corrompe, puede conducir a una gran destrucción, del mismo modo que puede conducir a un gran desarrollo cuando prevalece su espíritu puro.
Sin embargo, vivimos en una época en la que la religión está cada vez más desacreditada y descontada, y las concepciones materialistas de la realidad están ganando cada vez más precedencia. Esto no es gratuito, ya que algunas religiones se aferran a ideas supersticiosas, anticuadas e irracionales, y a prácticas que entran en conflicto con la ciencia y la razón. Los seguidores de esas tradiciones a veces juzgan hipócritamente a los demás y no cumplen ni siquiera las enseñanzas más básicas de su fe. Como resultado, muchas religiones tradicionales han perdido su influencia en los corazones y las mentes de la gente y ya no son una fuente poderosa de bien moral y social.
Este vacío se está llenando con concepciones y valores materialistas que se han convertido en una religión. Esta nueva religión, centrada en el mundo físico y la gratificación del yo, exalta la satisfacción de los deseos y las necesidades, elevando el consumismo como el nuevo culto. Las virtudes de este nuevo sistema de creencias materialistas eran los vicios de las antiguas creencias: orgullo, avaricia, lujuria y egoísmo. En lugar de ser el camino hacia el progreso de la humanidad, es la autopista hacia la destrucción del tejido de la civilización y el orden social. En lugar de cultivar el carácter y las virtudes humanas, los desarraiga y destruye.
Cuando se practica con pureza, la religión tiene la capacidad de familiarizarnos con nuestro yo superior e iluminar la realidad. Además, puede impulsarnos, como ninguna otra cosa ha podido hacerlo, a esforzarnos por ser mejores personas.
Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la última de las religiones globales, la Fe Bahá’í, escribió:
… ¿no es el objeto de toda Revelación efectuar una transformación del carácter total de la humanidad, transformación que ha de manifestarse tanto exterior como interiormente, afectando su vida interior y sus condiciones externas? Ya que si no fuese cambiado el carácter de la humanidad, sería evidente la futilidad de las Manifestaciones universales de Dios.
El mundo necesita desesperadamente esta transformación interior y exterior en esta etapa de su evolución. Estas enseñanzas –si logramos ponerlas en práctica– crearán un nuevo cielo y una nueva tierra.
Bahá’u’lláh reveló un conjunto completo y exhaustivo de enseñanzas espirituales y morales necesarias para transformar el carácter interior y exterior de la humanidad. Sus enseñanzas proporcionan el marco para el nuevo mundo predicho en todos los libros sagrados. Sus leyes y enseñanzas proporcionan el camino para que alcancemos nuestro potencial y felicidad individual y colectivamente, y los medios para la elevación y el avance de nuestro mundo. Bahá’u’lláh escribió:
Si los hombres observaran lo que hemos hecho descender para ellos del Cielo de la Revelación, ciertamente alcanzarían la libertad perfecta. Feliz el hombre que haya comprendido el Propósito de Dios en todo cuanto Él ha revelado desde el Cielo de Su Voluntad, que penetra todas las cosas creadas.
En esta serie de ensayos, examinemos algunas de las nuevas ideas y enseñanzas que Bahá’u’lláh aportó para reconstruir y unificar el mundo, y consideremos en qué difieren del pensamiento, las normas y las prácticas actuales.
El primero y más central de los principios bahá’ís es la unicidad de la humanidad. Esta nueva enseñanza para la humanidad, engañosamente sencilla, puede eliminar todos los prejuicios raciales, de género, económicos, de clase, nacionales, sectarios y de otro tipo; en otras palabras, cualquier ideología que permita a un grupo de personas considerarse superior a los demás y merecedor de un trato preferente. Este principio bahá’í primario, cuando se aplica en todas las partes del planeta, crea las condiciones esenciales para la armonía y la paz mundiales.
Otro principio bahá’í fundamental afirma que existe un Creador, a menudo denominado Dios, que ha revelado progresivamente a la humanidad a través de una sucesión de mensajeros las enseñanzas que necesitamos para prosperar y avanzar.
Al igual que los maestros en una escuela, estos mensajeros Divinos y educadores de la humanidad proporcionan instrucción de acuerdo con nuestra capacidad evolutiva, revelando más conocimiento a medida que estamos preparados. Vienen en diferentes etapas del desarrollo humano para guiarnos hacia la realización de todas las fuerzas potenciales con las que han sido dotados. Estos profetas reiteran y amplían las enseñanzas espirituales y morales esenciales que se encuentran en todas las religiones y aportan nuevas enseñanzas sociales apropiadas para esa época.
Las enseñanzas espirituales, sociales y morales de Bahá’u’lláh tienen la capacidad de transformar el mundo en un lugar de paz y tranquilidad, donde las necesidades de todos puedan ser atendidas y la humanidad pueda progresar en prosperidad y felicidad.
¿Cómo podemos iniciar este proceso de transformación? Cambiando nuestras propias vidas. Al elevar nuestra conciencia y nuestro comportamiento por encima de los que nos rodean, nos convertimos en catalizadores del cambio. Si nosotros mismos no cambiamos, ¿cómo podemos esperar que lo hagan los demás? Somos los principales responsables de mejorarnos a nosotros mismos en primer lugar y luego, en la medida de nuestras posibilidades, ayudar a los demás.
Se trata de un reto nada fácil. Elevarse por encima de los niveles a los que nos hemos acostumbrado es difícil, pero la alternativa es permanecer en nuestra condición actual.
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Así pues, es posible encontrar mayor alegría, energía y satisfacción cuando nos liberamos de los puntos de vista restrictivos y los comportamientos perjudiciales que caracterizan a gran parte de la sociedad moderna. Las enseñanzas bahá’ís nos dan la capacidad de encontrar una seguridad y fortaleza interiores que nos protegerán de los muchos cambios y oportunidades que experimentamos en este mundo. Una vez que nos embarquemos en este camino espiritual, los pensamientos y sentimientos superficiales que habían dominado nuestras vidas darán paso a un conocimiento cada vez más profundo y a un amor cada vez mayor, primero por nosotros mismos y luego por el mundo.
La buena noticia: no necesitamos depender de nadie más. La capacidad de cambiar está en nuestras manos. Lo hacemos modificando gradualmente nuestra forma de pensar, sentir y comportarnos, eligiendo conscientemente la nobleza en lugar de la bajeza. No importa por dónde empecemos, pero hasta que no cambien nuestra forma de pensar, sentir y comportarnos, la transformación no será plenamente efectiva. Es necesario esforzarse para ver las cosas de otro modo, para sentir algo de otro modo y para comportarse de otro modo. También lleva tiempo, pero con el esfuerzo diario, el progreso se hará evidente para nosotros y para los que nos rodean.
Este viaje representa un proceso que dura toda la vida y nos hace más sanos y felices a medida que maduramos. De vez en cuando cometeremos errores y nos desanimaremos. Eso forma parte del proceso y no debe disuadirnos. No somos perfectos y nunca lo seremos, pero podemos mejorar nuestra vida paso a paso, levantándonos cuando nos caemos. Podemos hacerlo, y podemos empezar hoy mismo.
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