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Zombis y adictos: Lo que los opiáceos hacen al alma

David Langness | Oct 2, 2024

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David Langness | Oct 2, 2024

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Historia real: el hermano de un amigo mío entró una vez en casa de sus propios abuelos y robó todo lo que tenía de valor, luego lo vendió en la calle y utilizó el dinero para comprar heroína.

Uno podría preguntarse, después de un crimen tan frío, despiadado y despreciable como ése, cometido contra los miembros de su propia y querida familia, si la adicción está causada por un fracaso moral o si es la adicción la que lo produce.

Las enseñanzas bahá’ís hacen hincapié en esta última conclusión, afirmando que la adicción a los opiáceos puede matar la conciencia humana. En sus escritos, Abdu’l-Bahá dijo que el uso de opioides «reduce a ruina el fundamento mismo de lo que es el ser humano »:

En cuanto al opio, es repugnante y detestable. Dios nos proteja del castigo que inflige a quien lo utiliza. De acuerdo con el texto explícito del Libro Más Sagrado [de Bahá’u’lláh], está prohibido y su consumo es absolutamente condenado. La razón demuestra que fumar opio es un tipo de demencia, y la experiencia atestigua que quien lo consume se aísla completamente del reino humano. Que Dios proteja a todos de la perpetración de un acto tan asqueroso como éste, el cual reduce a ruina el fundamento mismo de lo que es el ser humano y hace que el consumidor sea desahuciado por siempre jamás. Pues el opio se fija en el alma, de modo que la conciencia del consumidor muere, su mente se aniquila y sus percepciones se corroen. Convierte lo vivo en muerto. Apaga el calor natural. No se puede concebir daño mayor que el causado por el opio. Afortunados son aquellos que nunca lo mencionan siquiera; pensad, entonces, cuán miserable es el que lo consume.

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Si alguna vez has conocido a alguien que se haya convertido en adicto a los opiáceos, o si esa terrible enfermedad ha afectado a alguien de tu propia familia, probablemente sepas exactamente a qué se refería Abdu’l- Bahá.

La adicción a los opiáceos ataca las partes más fundamentales del carácter humano y puede convertir a las personas en versiones irreconocibles de lo que fueron. Los opiáceos pueden convertir a personas que antes eran buenas en monstruos mentirosos, ladrones e inmorales. Pueden convertir la vida en un infierno para los consumidores y las personas que les rodean.

Permítanme contarles una historia real sobre dos heroinómanos a cuya hija conozco, y si no han tenido ninguna experiencia con la adicción a los opiáceos, les dará una idea de lo que es capaz de producir.

Cuando mi amiga (a la que llamaré Jill, no es su nombre real) creció, sus padres pertenecían a un club de moteros forajidos. De pequeña, tuvo una infancia bastante tranquila, iba al colegio y jugaba con sus compañeros. Pero entonces los padres de Jill, que se ganaban la vida traficando con heroína tanto dentro como fuera del club, empezaron a consumir su propio producto. Jill tenía entonces 12 años y, cuando volvía a casa del colegio, a menudo se encontraba a sus padres «cabizbajos»: somnolientos, incoherentes o incluso completamente desmayados por los efectos del empeoramiento de su adicción a los opiáceos.

Cuando eso ocurría, Jill no tardaba en darse cuenta de que estaba sola.

Al estar inconscientes y despreocupados, sus padres ya no podían protegerla. Cuando hombres llegaban a casa para comprar heroína, sólo encontraban a una persona despierta: Jill. No voy a entrar en detalles gráficos, pero ella sufrió muchísimo durante ese periodo. Todo lo que te imaginas, ella lo sufrió, un espectáculo de horror de proporciones verdaderamente terribles. Los clientes de sus padres advirtieron a Jill de que la matarían a ella y a sus padres si alguna vez decía una palabra sobre lo que pasaba, así que permaneció en silencio y enterró su trauma.

Sin embargo, cuando se hizo adulta, Jill se fue dando cuenta poco a poco de que sus padres eran conscientes de lo que había estado ocurriendo en casa desde el principio y que, deliberadamente, habían «canjeado» a su hija por heroína.

Las enseñanzas bahá’ís dicen de una manera muy contundente que ese nivel de depravación moral, y la adicción que lo provoca, deben prevenirse «por todos los medios».

¡Oh amados de Dios! En este ciclo de Dios Todopoderoso son condenadas en su totalidad la violencia y la fuerza, la compulsión y la opresión. Sin embargo, es forzoso que el consumo del opio sea impedido por todos los medios, para que tal vez la raza humana sea liberada de esta muy poderosa plaga. – Selección de los escrito de Bahá’u’lláh, p. 196.

La historia de Jill no terminó ni bien ni feliz. Cuando se hizo adulta, por fin confrontó a sus padres por sus crímenes. Después de esa confrontación, ambos se suicidaron en los meses siguientes, incapaces de vivir con la culpa o con el terrible precio que eso suponía para su familia.

Lo sé, es una historia realmente horrible, pero es sólo una de las millones de tragedias causadas por la adicción a los opiáceos. Mi amiga Jill no se ha recuperado. Ahora es adulta y ha conseguido valientemente recibir la terapia exhaustiva que necesita, pero sus cicatrices psicológicas nunca se han curado del todo y la felicidad que la mayoría de la gente consigue encontrar en la vida se le escapa. Ella misma nunca consumió opiáceos, pero soporta el daño incapacitante de la droga y sus efectos todos los días de su vida.

Las enseñanzas bahá’ís dicen que los opiáceos pueden causar la muerte de la conciencia humana, y tanto mi amiga Jill como yo podemos atestiguar la verdad de esa afirmación. En la guerra, en hospitales, en programas de tratamiento y en las calles, he visto personalmente el daño que los opiáceos causan en la vida de las personas, a menudo convirtiendo a los vivos en muertos espirituales.

Si alguna vez has visto una película de zombis, quizás quieras pensar en lo que realmente simbolizan.

Los estudios científicos demuestran que la adicción a los opiáceos altera las interacciones entre regiones del mesencéfalo como el tegmentum ventral y el núcleo accumbens, los centros cerebrales de la motivación y el placer. La adicción a los opiáceos también afecta a partes del córtex prefrontal, que interviene en nuestras decisiones y ayuda a determinar nuestras directrices y prioridades morales básicas. Juntas, estas regiones neuronales en ese pequeño universo de kilo y medio en nuestras cabezas ayudan a determinar lo que valoramos -y en la adicción avanzada a los opioides, a menudo el único valor que se mantiene es la propia droga.

No nos equivoquemos: nada de esto significa que los adictos no sean humanos. Los adictos pueden recuperarse y lo hacen. He conocido a muchas almas maravillosas, amables y sensibles que consiguieron dejar atrás su adicción a los opiáceos. Los que se recuperan pueden llegar a vivir vidas plenas y fructíferas, recuperando no sólo su sobriedad, sino también su moralidad. La verdadera historia de la adicción a los opiáceos, por tanto, debe incluir a los millones de personas que han logrado dejar de consumir y que hoy permanecen felizmente libres de su maldición espiritual.

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Así que, por favor, no te dejes engañar por el viejo estereotipo del adicto a los opioides. Los programas de televisión y las películas suelen retratar a los adictos a los opiáceos como drogadictos desgreñados e incoherentes que están demasiado perdidos como para ser rescatados, pero hoy en día los opiáceos han invadido todos los estratos sociales, clases y razas. En las primeras fases se trata en gran medida de una adicción oculta, lo que significa que abundan los adictos funcionales. Así, la mujer que gestiona el banco o tu agente de bolsa con traje y corbata o el hijo del vecino de al lado pueden ser adictos con la misma facilidad que el vagabundo de la esquina. Sin embargo, independientemente de quiénes sean, todos los adictos a los opiáceos tenían una vida antes de empezar a consumir, y tienen el potencial de llevar una vida profundamente satisfactoria y espiritual después de dejar de consumir.

A pesar de este reconocimiento, debemos comprender el grave coste que la adicción a los opiáceos supone para el alma y para la sociedad humana en su conjunto. Abdu’l- Bahá escribió en una carta a un bahá’í que, en el caso de los opiáceos, «… el usuario, el comprador y el vendedor se ven privados de la generosidad y la gracia de Dios». En el océano de los escritos bahá’ís, donde la dulzura, la paz y la espiritualidad impregnan la inmensa mayoría de sus textos, este tipo de declaración severa es extremadamente rara, lo que debería darnos una idea de la gravedad del asunto.

Espero sinceramente que tú y todos tus conocidos, como dijo Abdu’l- Bahá, sigan teniendo la suerte de que nunca tenga que mencionar si quiera su nombre.

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