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¿Nos conducirá a la unidad la gran crisis del COVID-19?

Richard Meier | Mar 18, 2021

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Richard Meier | Mar 18, 2021

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“Los vientos de la desesperación”, escribió  Bahá’u’lláh, al examinar los destinos inmediatos de la humanidad, “lamentablemente, soplan desde todas direcciones, y… Los signos de convulsiones y caos inminentes pueden discernirse ahora, por cuanto el orden prevaleciente resulta ser deplorablemente defectuoso”.

La gran crisis del coronavirus -que trasciende todas las fronteras nacionales, raciales y religiosas y que ha eclipsado y exacerbado todos los demás males que aquejan al planeta- ha puesto de manifiesto, más que ninguna otra crisis, la necesidad de establecer un sistema de gobernanza global para que el mundo pueda actuar como un solo organismo preocupado por la salud y el bienestar de toda la humanidad.

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En otras palabras, no es una vacuna lo que nos salvará, sino, como advirtió el Dr. Anthony Fauci, es nuestra voluntad de actuar de forma unificada lo que nos salvará.

Este reto de vital importancia, lanzado inicialmente por Bahá’u’lláh a mediados del siglo XIX cuando hizo un llamamiento a los líderes políticos y religiosos del mundo para que se unieran, se ha convertido ahora en la cuestión central de nuestro tiempo, como se expresa en La promesa de la paz mundial, escrita por la Casa Universal de Justicia, el órgano de gobierno global de los bahá’ís del mundo:

El nacionalismo desenfrenado, que es diferente de un patriotismo sano y legítimo, debe ceder ante una lealtad más amplia: el amor a toda la humanidad. La declaración de Bahá’u’lláh es la siguiente: «La tierra es un solo país, y la humanidad sus ciudadanos». El concepto de la ciudadanía mundial es el resultado directo de la contracción del mundo en una sola vecindad por medio de los adelantos científicos y de la indiscutible dependencia entre las naciones. El amor a todos los pueblos del mundo no excluye el amor al propio país. Se beneficia más una parte determinada de la sociedad mundial cuando se fomenta el beneficio de la totalidad.

El profundo reconocimiento de este patriotismo supranacional, caracterizado por una lealtad más amplia, un alcance más abarcador de la humanidad y un amor por la Tierra que nos sostiene a todos, es un resultado directo de esta contracción del mundo en un solo vecindario y de la creciente interdependencia de las naciones.

Pero, ¿cómo podemos establecer un sistema de gobernanza global que proteja los derechos de cada ciudadano individual, manteniendo al mismo tiempo la paz mundial y la estabilidad económica?

Cuando un congresista de los Estados Unidos le hizo esta pregunta a Abdu’l-Bahá en 1912, éste le respondió que el modelo estadounidense de un sistema federado de estados proporcionaría al mundo un valioso modelo de cómo unificarse:

Podrá usted servir mejor a su país si, en su condición de ciudadano del mundo, trata de colaborar en la eventual aplicación del principio de federalismo que subyace en el gobierno de su propio país a las relaciones existentes ahora entre pueblos y naciones del mundo.

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El sistema federal estadounidense asegura que cada estado tenga fronteras autónomas, gobiernos elegidos democráticamente y el derecho a hacer política estatal en beneficio de sus ciudadanos. Pero no tienen derecho a entrar en guerra unos contra otros, a mantener ejércitos individuales o a contravenir la legislación nacional. ¿No tiene sentido que este modelo de federalismo, cuando se aplica a escala mundial, nos conduzca por el camino que lleva a un planeta pacífico, armonioso y próspero?

El impulso que puso en marcha esta inevitable transformación que debe tener lugar para que la humanidad sobreviva, es más, que prospere, es una nueva revelación de Dios que nos trajo Bahá’u’lláh. El Guardián de la fe bahá’í, Shoghi Effendi, resumió brevemente todo el alcance global de este enorme proceso de transformación en su libro El día prometido ha llegado:

El propósito de Dios no es otro que el de inaugurar, por medios que sólo Él puede producir, y cuyo pleno significado sólo Él puede desentrañar, la Gran Edad Dorada de una humanidad durante tanto tiempo dividida y afligida. Su estado actual, y aun su futuro inmediato, es sombrío, dolorosamente sombrío. Sin embargo, su futuro lejano es resplandeciente, gloriosamente resplandeciente; tan resplandeciente que ningún ojo puede imaginarlo…

El mundo se mueve, realmente, hacia su destino. La interdependencia de los pueblos y naciones de la tierra es ya un hecho consumado, a pesar de lo que digan o hagan los jefes de las fuerzas que dividen al mundo. Su unidad en la esfera económica es ahora entendida y reconocida. El bienestar de una parte significa el bienestar del todo, y la miseria de una parte trae la miseria al todo. La Revelación de Bahá’u’lláh, en Sus propias palabras, ha «dado un nuevo impulso y fijado una nueva dirección» a este vasto proceso que opera ahora en el mundo. Las llamas encendidas por esta gran prueba aflictiva son consecuencia de que los hombres no la hayan reconocido. Por otra parte, están apresurando su plena realización. Una adversidad prolongada, mundial, desconsoladora, unida al caos y la destrucción universal, debe necesariamente convulsionar a las naciones, remover la conciencia del mundo, desilusionar a las masas, producir un cambio radical en la concepción misma de la sociedad y refundir, por último, los desarticulados y sangrantes miembros de la humanidad en un solo cuerpo, único, orgánicamente unido e indivisible.

Todos podemos ayudar en este proceso de mover a la humanidad hacia su destino final convirtiéndonos en ciudadanos participantes del mundo.

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