Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En el mundo actual, ¿cómo medimos el éxito? ¿Está determinado por la suma de dinero que amasamos, el número de seguidores que tenemos en las redes sociales o el grado de nuestra popularidad y fama?
Si esos criterios se han convertido en los barómetros del éxito, tenemos un problema. Juzgar el éxito únicamente por esas medidas tiene efectos extremadamente perjudiciales en nuestra sociedad, y en particular tiene un efecto negativo en la juventud y en la próxima generación.
Entonces, si hemos sido creados con la intención de que solo acumulemos riqueza, dinero y fama, y si éstos son realmente el prerrequisito para estar contentos y ser felices en la vida, ¿qué inconvenientes tiene esta ideología? Como individuos, como familia y como comunidad, ¿cómo podemos cambiar estas presunciones?
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Soy una mujer joven que aspira a contribuir a la comunidad en la que crecí y a trabajar para mejorar el mundo. Pero como vivo en una época en la que la riqueza se valora más que antes, me he visto continuamente atraída por la idea glamurosa y atractiva de ser inmensamente rica y conocida. En ocasiones me he dado cuenta de que juzgaba mis propias obras, los poemas que publicaba en las redes sociales, por ejemplo, en función de a cuánta gente le gustaban o cuánto dinero reportaban.
Este estándar material afectó mucho a mi creatividad y al nivel de satisfacción que tengo en mi vida, al hacer que me concentrara en el resultado más que en el proceso de prestar un servicio.
Todos queremos el éxito, pero es un término relativo que puede significar cosas distintas para cada persona. Desgraciadamente, hoy en día se asocia cada vez más con tener acceso a las cosas materiales más lujosas, obtener diversos honores y reconocimientos o, simplemente, ser muy conocido.
Cuando esto se convierte en una creencia profundamente arraigada en cualquier comunidad, obliga a la gente a pensar que, a menos que alcancen este pináculo del éxito material, están fracasando en la vida. Esto puede hacer que sacrifiquemos nuestro valioso tiempo persiguiendo el éxito material de cualquier forma que podamos, y que dediquemos nuestras vidas al proceso de satisfacer las necesidades de nuestra perecedera identidad física mientras descuidamos nuestro verdadero yo, nuestra alma, dejándonos al final del día olvidar para qué fuimos creados.
Las enseñanzas bahá’ís definen la razón de nuestra creación de un modo completamente distinto, como en este poderoso pasaje del libro de Abdu’l-Bahá El secreto de la civilización divina:
Nos ha dado Dios ojos para que podamos mirar al mundo en derredor y echar mano de cuanto hará avanzar la civilización y las artes de la vida. Nos ha dispensado oídos para que podamos oír y aprovechar la sabiduría de los estudiosos y filósofos e incorporarla a su promoción y práctica. Se nos han conferido sentidos y facultades para dedicarlos al servicio y bien general, de modo que nosotros, que nos distinguimos sobre las demás formas de vida por la percepción y la razón, breguemos en todo tiempo y en todos los campos, sea la ocasión grande o menuda, ordinaria o extraordinaria, hasta que la humanidad toda se haya reunido a salvo dentro de la fortaleza inexpugnable del conocimiento. De continuo deberíamos establecer bases nuevas para la felicidad humana y promover instrumentos renovados con vistas a este fin. Cuán excelente, cuán honorable se vuelve el hombre si se alza a desempeñar sus responsabilidades; cuán desdichado y despreciable si cierra sus ojos al bienestar de la sociedad y malgasta esta preciosa vida yendo en procura de sus propios intereses egoístas y ventajas personales. Corresponde al hombre la felicidad suprema, y ha de contemplar él los signos de Dios en el mundo y en el alma humana, si arremete con el corcel del mayor esfuerzo en la lid de la civilización y de la justicia.
Este concepto de las verdaderas razones de nuestra creación debería hacernos parar y considerar cómo percibimos cada uno nuestro propósito de estar en este planeta.
Según las enseñanzas bahá’ís, servir a la humanidad es una de las principales razones de nuestra existencia, después de conocer y adorar a Dios. Independientemente del reconocimiento que reciba una persona o de la cantidad de dinero que tenga en la billetera, los bahá’ís creen que se les considerará personas de éxito si pasan sus días cumpliendo su propósito tratando de servir a la sociedad humana de cualquier forma que puedan.
Como sociedad, nos han lavado el cerebro para creer que la fama o la riqueza es lo que hace que la gente tenga éxito. Especialmente en las redes sociales, los ricos y famosos parecen ser las personas más felices del planeta. Intentamos conseguir lo que ellos tienen, solo para descubrir que las posesiones materiales y la fama solo pueden hacernos felices momentáneamente. El problema de la fama, el dinero y otras cosas tangibles es que no son fiables ni estables. La mayoría de las personas, sobre todo las que creen haber alcanzado la cima, experimentan la pérdida repentina de la fama o la riqueza, lo que les lleva a sumirse en la tristeza, el odio a sí mismos, la adicción y otras consecuencias negativas porque creen que han fracasado en la vida y han perdido su única fuente de alegría.
Muchas personas, especialmente los jóvenes, sufren de falta de satisfacción en la vida y persiguen cosas materiales que, tanto si se consiguen como si no, inevitablemente nos dejan decepcionados. Las enseñanzas bahá’ís dicen:
La felicidad es de dos tipos: física y espiritual. La felicidad física es limitada; su duración máxima es de un día, un mes, un año. No tiene resultado. La felicidad espiritual es eterna e insondable. Este tipo de felicidad aparece en el alma con el amor de Dios … [Traducción provisional de Oriana Vento tomado de Tablets of ‘Abdu’l-Bahá v3]
La felicidad verdadera y duradera se alcanza espiritualmente participando en actividades espirituales, como la oración, el servicio a la familia, los amigos o la comunidad, esforzándose por mejorar las cualidades espirituales y amando el proceso al tiempo que uno se desprende de los resultados. Puesto que somos seres espirituales, la espiritualidad no es simplemente un beneficio, sino una necesidad para sentirnos realmente realizados en la vida, y este deleite dura para siempre. Existe incluso más allá de este mundo. Los escritos bahá’ís dicen:
No te inquietes en la pobreza ni te confíes en la riqueza, pues la pobreza es seguida por la riqueza y la riqueza es seguida por la pobreza. Sin embargo, ser pobre en todo salvo en Dios es una dádiva maravillosa; no desestimes su valor, pues al final esto te hará rico en Dios…
Sin embargo, las enseñanzas bahá’ís también dejan claro que esto no implica necesariamente que nunca debamos adquirir riqueza, o que debamos rehuir por completo la fama. Sobre este concepto, los escritos bahá’ís dicen:
La riqueza es digna de elogio en máximo grado, si la persona la adquiere por su propio esfuerzo y por la gracia de Dios, mediante el comercio, la agricultura, las artes e industrias, y si es dedicada a propósitos altruistas.
Así que sí, es algo bueno y loable progresar materialmente, pero al hacerlo, no descuidemos nuestro más importante progreso, el espiritual, ni cerremos los ojos a la luz divina que brilla en medio de nosotros.
Al leer esto, me preocupa que puedas suponer que lo tengo todo resuelto y que no me afecta la ola de apego al dinero, la fama y los resultados materiales en general. Nada más lejos de la realidad: yo también lucho contra ello, como todos nosotros. Creo que ningún cambio puede producirse de la noche a la mañana, pero el cambio es un proceso; es un viaje. Al igual que muchos jóvenes que trabajan activamente para dar prioridad al servicio y a su vida espiritual por encima de todo lo demás, puedo decir con certeza que esta conciencia es lo que primero me puso en el camino hacia el cambio. Espero que, después de leer esto, tú también decidas emprender ese camino más espiritual e invites a tus amigos y familiares. De momento, ¡el camino me parece fantástico!
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