Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cualquier marinero sabría que este viejo refrán sobre el agua habla de la imposibilidad de usar toda el agua salada del mar para saciar su sed.
Si alguna vez ha estado en el medio del océano sin nada para beber, puede comprenderlo. Todos vimos lo que Tom Hanks tuvo que hacer durante cuatro años como un náufrago en su remota isla, curveando las hojas bajo la lluvia y bebiendo el agua que con ellas recogía. Para muchos en el mundo de hoy, sin acceso a la higiene apropiada y al agua limpia, la ardua vida de un náufrago parece insulsa en comparación.
Sin embargo, en los países desarrollados vendemos agua como si fuera, bueno, agua, y si está embotellada con etiquetas elegantes, no es tan barata. Las afirmaciones en la publicidad sobre el agua de manantial -¡Pura! ¡Natural!, pueden parecer ridículas, como si el agua, de alguna manera, no proviniera de la lluvia, especialmente el agua natural en los acuíferos. Recuerdo en la oficina cuando el director se enteró de que nuestras fuentes de agua embotellada estaban respaldadas por esas dudosas afirmaciones. Él me pidió averiguar con la empresa embotelladora, cuya última respuesta fue «garantizamos que es natural», como si toda el agua no fuera natural. Y entonces nos deshicimos de los botellones de agua fría.
Todos necesitamos de agua para sobrevivir. Y así como nuestra necesidad natural de agua, todos tenemos una sed innata por el agua de la espiritualidad, el agua del amor, el agua de la vida.
En este día, como en los días de las edades pasadas, los profetas han hecho llover el agua dulce de la palabra de Dios sobre todos en la Tierra. El agua del espíritu apaga la sed de las almas de todas las edades, orígenes, culturas, credos y tradiciones. Esas Palabras crearon civilizaciones que, de muchas maneras, elevaron la condición de la humanidad en este planeta, y que en otras maneras nos han devuelto a la edad de piedra antes de que la Palabra pudiera ser plenamente comprendida o debidamente implementada.
Las enseñanzas bahá’ís nos piden consistentemente que bebamos del agua pura del alma, que proviene de la lluvia divina de la revelación, esas «lluvias vivificantes» de la fe:
“Por tanto, la realidad de los Profetas, que es la Palabra de Dios y la condición perfecta de manifestación, no ha tenido principio ni tendrá fin. Su aparición difiere de todas las demás, y se asemeja a la del sol. Por ejemplo, su alborada en el signo de Cristo se produjo con el mayor de los esplendores y refulgencias; tal hecho es eterno. Observa cuántos han sido los reyes victoriosos, cuántos los estadistas y príncipes que han sido poderosos reformadores. Todos ellos han desaparecido, mientras que las brisas de Cristo aún perduran; su luz continúa brillando; todavía resuena su melodía; aún ondea su bandera; sus ejércitos continúan luchando; su celestial voz sigue siendo dulcemente melodiosa; no cesan sus nubes de derramar gemas; todavía centellean sus rayos; aún es claro y brillante su reflejo; su esplendor es siempre radiante y luminoso; como también lo son las almas que se hallan bajo su protección y resplandecen con su luz”. – ‘Abdu’l-Bahá, Contestación a unas preguntas, páginas 188-189.
A veces, sin embargo, no damos la bienvenida a la lluvia; ésta interfiere con la boda al aire libre que planeamos ese día, o el picnic de verano. La lluvia de la palabra de Dios puede ser así, las advertencias y leyes que guían a la conducta de la humanidad hacia su hermano y hermana a veces aparentan ser restrictivas, molestas, indeseables e inconvenientes.
Por lo general, aceptamos la lluvia, usando nuestros paraguas y botas de goma hasta que termina, entendiendo que da vida a todo. ¿Qué más podemos hacer? Nos damos cuenta de que no tenemos control sobre el tiempo, las nubes, las causas atmosféricas que provocan precipitación pluvial en una ciudad y no en otra. Pero a veces la lluvia causa inundaciones y daños, incluso la muerte a los desprevenidos.
La lluvia de las palabras de los Profetas puede ser como esas lluvias físicas duras, barriendo y ahogando la ignorancia, la mentira, el odio y la crueldad. La lluvia de la Palabra de Dios puede exponerlos por lo que son, construcciones del hombre y no de Dios, profundamente deficientes y basadas en ideas defectuosas y engañosas. Esa lluvia espiritual barre los detritus del invierno y nos trae una nueva primavera.
La lluvia da vida. Sin agua moriríamos. Sin la palabra de Dios, habríamos muerto-literalmente ya nos hemos destruido-. Sin embargo, parece que todavía no hemos decidido beber de la primavera clara de la palabra de Dios y refrescar y limpiar nuestros cuerpos de todas las enfermedades:
“Sois como retoños de un jardín que están a punto de perecer por falta de agua. Por tanto, vivificad vuestras almas con el agua celestial que cae de las nubes de la munificencia divina”. – Bahá’u’lláh, El tabernáculo de la unidad, página 34.
Es fácil enseñar la Palabra de Dios a aquellos que quieren escucharla, así como lo es llover sobre aquellos que se enfrentan una sequía. Pero dependiendo de lo que esté bebiendo, y de su fuente, el sabor y el contenido pueden iluminar o enmascarar las realidades que enfrentamos hoy.
Pruébelo: tome un sorbo del agua más clara y fresca y sienta que sacia la sed más profunda de su alma.
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