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Una carta a los cristianos de su hermano bahá’í

Joshua Solorza | Ene 7, 2025

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Joshua Solorza | Ene 7, 2025

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A todos mis queridos hermanos y hermanas cristianos, una vez caminé en sus zapatos, con el corazón encendido por la devoción a Cristo Jesús. Ahora me presento ante ustedes, no como un extraño, sino como un bahá’í, cuyo amor por Cristo no ha hecho sino profundizarse con el tiempo.

Les invito a abrir las páginas de las palabras de Cristo y a reflexionar sobre sus profundos significados. Aunque no pretendo influir en sus creencias, insto a todos a abrazar el arte de escucharnos unos a otros.

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A lo largo del viaje de mi alma, he sentido un profundo respeto por las personas de distintas religiones, esforzándome por discernir la chispa divina de cada camino. Cuando me encontré con las enseñanzas de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, sentí como si por fin se diera voz a mis pensamientos más íntimos. También sentí que no abandonaba a Jesús, porque los escritos bahá’ís exaltan la posición de Cristo:

Los bahá’ís dicen que la soberanía de Cristo era celestial, divina, eterna, no una soberanía napoleónica, pasajera. La soberanía de Cristo ha estado establecida a lo largo de prácticamente dos mil años, perdura todavía, y por toda la eternidad ese Santo Ser será exaltado en un trono sempiterno.

A la luz de la sabiduría de Bahá’u’lláh, encontré una claridad que resonaba con la esencia misma del amor y la verdad que había buscado durante tanto tiempo. Finalmente, reconocí a Bahá’u’lláh como el mensajero de Dios para nuestra era, una comprensión que llenó mi espíritu de paz. Libre de las cadenas del dolor y la adicción, entregué mi vida a un Dios de amor y comprensión, abrazando la gracia de la transformación. No me corresponde a mí juzgar, como los fariseos juzgaron a Jesús por sus afirmaciones sagradas.

En nuestro viaje por la vida, somos llamados, como Cristo y los profetas antes que nosotros, a manifestar el amor divino. ¿Quiénes somos nosotros, frágiles creaciones de Dios, para creer que estamos exentos de pruebas? Para los verdaderos siervos de Dios, las pruebas son fuegos divinos que refinan nuestras almas y despojan de los velos del apego material.

Cuando Cristo caminó entre nosotros, sabía que la proclamación de su mensaje conmovería los corazones de muchos, e invitaría a la hostilidad y la persecución. Sin embargo, abrazó su misión con valentía, sabiendo que al final daría su vida por la humanidad. Bahá’u’lláh también se enfrentó a una implacable persecución, exilio, tortura y encarcelamiento. Incluso hoy en día, los seguidores de Bahá’u’lláh soportan tormentos, desafíos y conceptos erróneos en diversas partes del mundo.

Si tan solo todos buscáramos la verdad como Pedro hizo con Cristo, las nubes de la ignorancia se separarían, revelando la luz del entendimiento.

Yo mismo he luchado contra eso: superar mis propios prejuicios no fue tarea fácil. Sin embargo, a través de la oración y la contemplación, empecé a vislumbrar las radiantes verdades de las enseñanzas de Bahá’u’lláh. Tuve que humillarme, reconociendo mis propias debilidades, pues solo entonces pudo el Espíritu de Dios moverse dentro de mí. En mi pasado, yo reflejaba a los fariseos, perdido en la rigidez de la ley, ciego a la verdad viva del amor de Dios. Hoy, abrazo al mundo tal como es, tratando de amar a cada alma que encuentro. Los errores no son el fin; son, tal vez, nuestros mejores maestros. Cada tropiezo puede iluminar el camino hacia el crecimiento, mientras que la repetición del mismo error puede señalar la necesidad de un cambio.

Las enseñanzas bahá’ís proclaman la revelación progresiva de la verdad divina. Cada uno de los santos mensajeros, enseñó Bahá’u’lláh, procedía de la misma fuente y tenía el mismo propósito esencial: «En cada caso han expresado palabras que se ajustan a los requerimientos de la ocasión… todo es cierto, sin la menor sombra de duda». En Juan, capítulo 13 de la Santa Biblia, se hace eco de esta verdad, honrando a Jesús con títulos como Maestro y Señor: «Me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque así soy».

Los bahá’ís reverencian a Jesús, mensajero de la voluntad divina: «Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú» (Deuteronomio 18:18), y como Hijo de Dios: «Pues le has visto, y el que habla contigo, él es» (Juan 9:35-36). En los escritos bahá’ís, Bahá’u’lláh declara sobre Cristo que Jesús, como mensajero divino, encarna las verdades eternas del amor de Dios.

En Malaquías 3:1, encontramos a Jesús descrito como un mensajero: «He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí». Además, se le describe como «apóstol» y «sumo sacerdote» en Hebreos 3:1. Isaías 42:1 revela la servidumbre de Cristo a Dios: «He aquí mi siervo, yo le sostendré».

Estos textos sagrados tejen un tapiz de identidades para Jesús, reflejando la comprensión bahá’í de los mensajeros divinos de Dios. Bahá’u’lláh enseña que las diversas fes del mundo no deben fomentar la animosidad, pues todas son rayos de la misma luz divina. Compara a cada uno de los mensajeros divinos con médicos expertos enviados por un Creador, expertos en diagnosticar los males de la humanidad: «El Médico Omnisciente tiene puesto Su dedo en el pulso de la humanidad. Percibe la enfermedad y en Su infalible sabiduría prescribe el remedio».

Las enseñanzas de Bahá’u’lláh y la esencia del cristianismo existen en un diálogo armonioso, cada una iluminando el camino hacia nuestro Creador. Como nos recordó Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í:

Pues la Fe de Bahá’u’lláh… nunca podrá estar en desacuerdo en ningún aspecto de sus enseñanzas con el propósito que anima a la Fe de Jesucristo.

Espero que todos podamos, independientemente de los nombres de nuestras fes o de los mensajeros sagrados que sigamos, abrazar este viaje compartido hacia el amor divino y la unidad, iluminando el mundo con nuestra luz colectiva.

Estoy profundamente agradecido de estar aquí hoy, celebrando la verdad de las enseñanzas de Bahá’u’lláh. Cada uno de nosotros es portador de un propósito sagrado; Dios no comete errores. Nuestra misión colectiva es marcar el comienzo de una era de paz y prosperidad eternas: ¿te unes a esta revolución divina?

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