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Cómo afrontar el Día de la Resurrección –y el Juicio Final

David Langness | Nov 3, 2024

PARTE 1 IN SERIES El día del juicio

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David Langness | Nov 3, 2024

PARTE 1 IN SERIES El día del juicio

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A medida que envejezco –y vaya que lo noto a veces– me encuentro a mí mismo pensando menos en este mundo y más en lo que vendrá después. Como probablemente hace mucha gente, no dejo de pensar en lo que nos deparará el más allá.

Al fin y al cabo, cada uno de nosotros se acerca al otro mundo. Todos llegaremos allí. Nadie se queda aquí para siempre.

Moriremos. La muerte nos acecha a todos y finalmente nos reclamará a cada uno de nosotros. Ese hecho ineludible nos obliga a plantearnos en qué creemos: ¿la muerte es definitiva o tenemos una vida después de la muerte? Si la muerte no es definitiva –como creen todas las religiones y la mayoría de las culturas–, ¿qué significa eso para nuestra vida en este plano de existencia?

Con todo esto en la cabeza, he empezado a preguntar a mis amigos –y a mí mismo– lo siguiente: «¿Crees que un día estarás en presencia del Creador, que juzgará las acciones que has realizado en tu vida?».

Soy muy divertido en las fiestas, ¿no?

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Esa pregunta puede parecer oscura o incluso inquietante para algunas personas, pero no para mí. Después de todo, esta creencia básica –que cada uno de nosotros se enfrentará individualmente a un día de juicio– ha existido desde que los seres humanos son humanos.

En el año 400 a.C., por ejemplo, Platón escribió en el último capítulo de su «República» sobre «el mito de Er», la leyenda de un soldado que describe el más allá cuando vuelve a la vida tras su muerte en batalla. El soldado de Platón, llamado Er, relata la principal lección que aprendió durante su breve estancia en el más allá: las personas morales son recompensadas tras la muerte, y las inmorales, castigadas.

Este antiguo concepto de recompensa y castigo como principales instrumentos de justicia subyace en todas las religiones, en todos los sistemas jurídicos y, en realidad, en toda la vida humana. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, escribió: «Lo que educa al mundo es la Justicia, puesto que está sostenida por dos pilares: la recompensa y el castigo».

Pero, ¿cómo seremos recompensados o castigados en la otra vida? ¿Será doloroso o maravilloso? ¿Dios es misericordioso o justo? ¿Nos perdonará? ¿Pagaremos allí por lo que hemos hecho aquí, o seremos recompensados? En esta serie de artículos exploraremos estas cuestiones fundamentales a la luz de las enseñanzas bahá’ís.

Bien y mal, recompensa y castigo: la regla básica de la vida

Si tienen la suerte de recibir una buena educación, los niños aprenden una lección básica sobre la vida cuando son pequeños: la diferencia entre el bien y el mal. Ésa es una de las principales tareas de los padres, enseñar a sus hijos esta lección: si te portas bien, serás recompensado, y si te portas mal, serás castigado.

Se nos castiga por hacer el mal, por acciones que perjudican a los demás o a nosotros mismos. Somos recompensados por hacer el bien, por acciones que nos benefician y ayudan a la humanidad.

Algunos de los castigos por hacer el mal son inherentes al esquema general de las cosas: las leyes de la naturaleza, como la gravedad y la física, por ejemplo, pueden castigarte de verdad si ignoras sus dictados. Si te caes del tejado de un edificio, las consecuencias son evidentes.

Del mismo modo, podemos intentar desafiar las leyes humanas, pero el dolor de los posibles castigos civiles y penales impide a la mayoría de nosotros seguir ese camino criminal. Al fin y al cabo, la civilización humana existe para ayudar a contener nuestros peores impulsos y tratar con justicia a quienes ceden a ellos.

Pero todo el mundo sabe que la justicia humana es defectuosa, incoherente y a menudo injusta. A veces, los sistemas de justicia no imparten justicia en absoluto, y los peores criminales eluden el castigo. Entonces, ¿es la próxima existencia, la vida del alma en el mundo más allá de éste, un lugar donde por fin se hace justicia?

Las enseñanzas bahá’ís dicen que sí. Abdu’l-Bahá escribió que: «… la recompensa y el castigo, el cielo y el infi erno, la compensación y la pena merecidos por las acciones llevadas a cabo en esta vida presente serán revelados en el mundo del más allá».

Todas las grandes tradiciones religiosas contienen este claro principio: la forma en que te comportes aquí en la Tierra influirá en gran medida en el destino final de tu alma en la otra vida.

¿Y si no creo en la vida después de la muerte?

Claro, mucha gente cree que la muerte significa el olvido. Creen que cuando nuestros cuerpos dejan de respirar, de latir y de emitir ondas cerebrales, todo se desvanece. Esa es la postura nihilista: nada existe más allá de esta vida.

Por supuesto, puesto que no podemos saber, al menos a través de nuestras formas racionales normales de conocimiento, que existe una vida después de la muerte, los filósofos han debatido ampliamente este concepto.

Probablemente, la más conocida de esas formulaciones filosóficas es la apuesta de Pascal, un argumento presentado en su libro «Los Pensamientos» por el matemático, filósofo y físico francés del siglo XVII Blaise Pascal. Su apuesta es más o menos así: Puesto que somos incapaces de conocer a Dios o de saber con absoluta certeza que Dios existe, nos conviene tratar de creer en un Creador, porque nos arriesgamos a perder mucho si optamos por que Dios no exista.

He aquí un breve resumen del argumento de Pascal:

  • O Dios es o no es. O la vida continúa después de la muerte o se detiene. O vivimos eternamente o morimos.
  • Debes apostar por uno u otro – con tu vida. Tú ya existes, así que debes jugártela a si Dios existe y a si tu existencia continúa más allá de la muerte del cuerpo.
  • La razón no puede resolverlo, porque Dios, por definición, está más allá de nuestra capacidad de razonamiento.
  • Así que tiene sentido sopesar primero las posibles ganancias y pérdidas de tu apuesta:
    • Si Dios existe y crees, ganas una cantidad infinita: la vida eterna y la felicidad.
    • Si Dios existe y la vida es eterna, y decides apostar en contra de esa posibilidad, sufrirás enormes pérdidas en el otro mundo.
    • Si Dios no existe y usted decide creer y actuar como si existiera, perderá muy poco.
  • En consecuencia, una persona razonable debería creer en un Creador, buscar lo espiritual, planear seguir eternamente y actuar en consecuencia viviendo como si Dios existiera.

Esta idea, aparentemente sencilla e innovadora, ha provocado un enorme debate y discusión durante los últimos 400 años. De hecho, la apuesta de Pascal creó todo un campo de estudio llamado Teoría de la Decisión, supuso un gran avance en lo que hoy se conoce como Teoría de la Probabilidad o Teoría de Juegos y contribuyó en gran medida a nuevas ramas filosóficas como el existencialismo y el pragmatismo. También representa una de las primeras veces que un filósofo aplicó la lógica y la racionalidad a una elección esencialmente espiritual.

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Tomando la decisión de creer

Pascal nos aconsejó, en su «Apuesta» («Wager»), que tomáramos nuestras principales decisiones vitales basándonos en un análisis razonable del riesgo y la recompensa:

… debes apostar. No es algo opcional. Ya estás embarcado. ¿Qué elegirás entonces? Veámoslo. Ya que debes elegir, veamos qué opción te conviene menos. Tienes dos cosas para perder, lo verdadero y lo bueno; y dos cosas para apostar, tu razón y tu voluntad, tu conocimiento y tu felicidad; y tu naturaleza tiene dos cosas para evitar, el error y la miseria. Tu razón no se escandaliza más al elegir una en lugar de la otra, puesto que debes elegir por necesidad. Este es un punto resuelto. ¿Pero tu felicidad? Sopesemos la ganancia y la pérdida de apostar por Dios. Calculemos estas dos posibilidades. Si ganas, ganas todo; si pierdes, no pierdes nada. Entonces, apostemos sin dudar que Él existe.

Esta forma racional de ver y evaluar una elección espiritual ha tenido un profundo impacto en la forma en que la gente piensa sobre sus creencias, introduciendo en la ecuación la toma de decisiones personal, el libre albedrío y la investigación independiente de la verdad.

En la época de Pascal, esta formulación era revolucionaria. A diferencia de hoy, casi nadie podía permitirse el lujo de tomar una decisión personal sobre la religión. En cambio, la gente nacía en un sistema de creencias rígido a fuerza de herencia, cultura o ubicación geográfica. El público en general, sin mucha educación formal, tenía muy pocas oportunidades de buscar por sí mismo la verdad religiosa y muy pocas opciones en la materia.

En el Siglo de las Luces, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. El aumento de los niveles educativos y de alfabetización hizo que cada vez más personas pudieran decidir por sí mismas tras considerar detenidamente los pros y los contras de la fe y evaluar lo que su propio intelecto e intuición les decían sobre la verdad.

Así que la Apuesta de Pascal básicamente nos pide que analicemos el propósito de nuestra existencia al tiempo que admitimos nuestra falta de comprensión completa y los límites terrenales del pensamiento racional. Reconoce las limitaciones de la razón humana, pero afirma que debemos confiar en nuestra capacidad de decisión a pesar de esas limitaciones. Describe a la humanidad como un grupo de seres finitos rodeados por un vasto universo que contiene una realidad infinita y esencialmente incognoscible y dice que todos nos encontramos «… empujados a la existencia desde el no-ser durante una breve vida sólo para salir de nuevo, sin explicación alguna del porqué».

Según Pascal, ante la imposibilidad de demostrar razonablemente la existencia o inexistencia de Dios, cada persona debe sopesar las posibles consecuencias de la creencia y tomar una decisión pragmática, racional e informada teniendo en cuenta esos factores. Tanto Pascal como las enseñanzas bahá’ís estarían de acuerdo en que hay mucho en juego, como explicó Abdu’l-Bahá en su libro Contestaciones a algunas preguntas:

… el ser humano es inmortal y sempiterno. Quienes creen en Dios, quienes acarician Su amor y han logrado la certidumbre, disfrutan de esa vida bendita que llamamos vida eterna; pero aquellos que están apartados de Dios como por un velo, aunque estén dotados de vida, viven en la oscuridad, y su vida, en comparación con la de los creyentes, es inexistencia.

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