Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Emocionalmente, estoy en paz con mi muerte inminente. Sin embargo, siento cierta tristeza, porque temo echar de menos a mis seres queridos tras mi fallecimiento. Pero, por otro lado, creo que los veré en el otro mundo.
Sí, parece que hablo por ambas partes. Pero, ¿qué sé yo? No he muerto antes, y espero no tener que hacerlo nunca por segunda vez.
No creo que pudiera o fuera capaz de soportarlo si existiera la reencarnación. Puesto que Dios creó nuestras almas para crecer eternamente más cerca de Él, ¿por qué querría a propósito sacudir nuestras almas de un lado a otro de esta existencia terrenal y alejarnos del progreso espiritual eterno que todos buscamos? Así que me alegro de que Su bondad sea constante y eterna, y espero que mi alma progrese después de mi muerte, acercándose cada vez más a Su Trono.
Desde mi último artículo me han ocurrido un par de cosas buenas. En primer lugar, me he dado cuenta de que tengo que trabajar más el atributo de la justicia.
Poco después de que los ángeles que trabajan aquí, en mi centro de asistencia para personas mayores, me cambiaran las sábanas, no encontraba mis gafas de leer en la cama. Mi cama es el escritorio o mesa más grande de que dispongo, y tengo la costumbre no solo de dormirme en ella, sino que después de despertarme leo y hago mis oraciones durante un par de horas, así que tengo conmigo mi tablet, mis libros y mis gafas.
Pero cuando me desperté y no encontraba mis gafas, inmediatamente acusé mentalmente al pobre ángel de haberlas perdido.
Debido a un trauma en mi infancia, desarrollé una personalidad algo lábil, lo que significa que tiendo a tener cambios de humor rápidos y exagerados. Eso puede producirme un carácter suspicaz, haciéndome pensar que otra persona se ha llevado mis cosas. O, por otro lado, a veces puede hacer que sea demasiado crédula en mi forma de pensar, confiando completamente en aquellos que muestran alguna amabilidad hacia mí. Encontrar un término medio moderado puede ser todo un reto.
Por eso, cuando pierdo algo, suelo tener una reacción instintiva y pensar que alguna otra persona es responsable de lo que he perdido. Al cabo de mucho tiempo, cuando encuentro ese objeto supuestamente perdido, me avergüenzo de mis pensamientos.
Teniendo en cuenta todo esto, hace un par de días experimenté un cambio maravilloso. En relación con mis gafas perdidas, hablé conmigo misma y me ordené retener cualquier precipitación mental antes de pensar negativamente sobre las amables personas que trabajan aquí. En lugar de mi reacción instintiva normal, decidí que era mejor buscar con detenimiento y encontrar la verdad. Y he aquí que mis gafas estaban donde las había dejado. Cuando me levanté por la mañana, sabiendo que iban a cambiar las sábanas, mi desconfianza desapareció en un minuto. ¡Qué alivio! Mi sensación de vergüenza duró muy poco, y he resuelto no volver a prejuzgar a los demás nunca más.
Esto me ha llevado a la otra cosa buena que me ha ocurrido recientemente. Como bahá’í iraní, últimamente he pasado bastante tiempo comparando la situación de los bahá’ís iraníes con la de los afrodescendientes en occidente. Hoy en día, los bahá’ís están gravemente perseguidos en Irán, por lo que siempre he pensado que los bahá’ís iraníes se encontraban en la peor situación posible, a pesar de que, según las enseñanzas bahá’ís, deberíamos considerar los prejuicios raciales y el racismo como una cuestión extremadamente importante. En un discurso que pronunció en Londres en 1911, Abdu’l-Bahá dijo:
Dios ha creado un solo mundo; las fronteras las ha fijado el hombre. Dios no ha dividido los países; pero cada hombre dispone de su hogar y su prado. Los caballos o los perros no dividen los campos en parcelas. Por tal motivo Bahá’u’lláh afirma: «Que ningún hombre se gloríe no de que ama a su país, sino de que ama a sus semejantes». Todos son miembros de una familia, de una sola raza; todos son seres humanos. Las diferencias relativas al reparto de tierras no deberían ser motivo de separación entre las gentes.
Una de las razones de la separación es el color de la piel. Fijaos hasta qué punto este prejuicio cobra fuerza en Norteamérica. ¡Reparad en qué grado llegan a aborrecerse entre sí! ¡Los animales no se pelean por causa de su color! Ciertamente, el hombre, que es mucho más elevado que el animal, no debería caer más bajo que éste. Reflexionad. ¡Cuánta ignorancia existe! Las palomas blancas no rivalizan con las palomas azules debido a su color; pero los hombres blancos luchan con los negros. Esta clase de prejuicio racial es el peor de todos.
Por supuesto, intelectualmente, sé mucho sobre las atrocidades que han sufrido, y siguen sufriendo, los afroamericanos. Sin embargo, hace apenas un par de días, tras leer un desgarrador post en las redes sociales de un bahá’í negro, el Sr. Van Gilmer, sus palabras derrumbaron mis ilusiones.
En el caso de los afroamericanos, durante siglos han sido tratados como indignos de vivir, sin el mismo valor que los demás seres humanos. ¿Cómo es posible que estas hermosas almas se sientan felices en la vida cuando, a su alrededor, experimentan los recordatorios reales y cotidianos de esa horrible injusticia y desigualdad?
Me avergüenzo de no comprender realmente las diferencias entre lo que se nos anima a pensar de nosotros mismos y de los afrodescendientes, a quienes Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, comparó con «la pupila del ojo». En esta carta a Robert Turner, el primer bahá’í afroamericano, Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, escribió:
¡Oh tú que eres puro de corazón, de espíritu santificado, de carácter incomparable, de rostro hermoso! Se ha recibido tu fotografía, la cual revela tu forma física en la mayor gracia y en el mejor aspecto. Eres de semblante oscuro y de carácter luminoso. Eres como la pupila del ojo, la cual es de color oscuro, mas es la fuente de luz y la reveladora del mundo contingente.
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Así que, ahora que he empezado a comprender mejor estas verdades, ¿qué se supone que debo hacer con el racismo durante el resto de mi cada vez más corta vida? Puedo hacer algunas cosas. Quiero ser muy consciente de mis pensamientos y mis actitudes. Quiero ver con claridad en cuanto sea consciente de mi propia injusticia. Es un reto difícil, pero sé que se puede conseguir. Sé que puedo lograrlo siendo honesta conmigo misma, enfrentándome a mis prejuicios internos y no juzgando negativamente a la gente por mis experiencias pasadas. En otras palabras, quiero evitar reaccionar emocionalmente o juzgar sin llevar a cabo mi propia búsqueda independiente de la verdad, uno de los principios bahá’ís más importantes.
Estoy muy agradecida con Van Gilmer, quien ha pasado la mayor parte de su vida tratando de llevar este tipo de entendimiento a los corazones y mentes del resto de nosotros. Gracias, Van. En tu labor de erradicación del racismo, has conseguido despertar al menos a una persona: a mí.
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