Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Desde los primeros tiempos de nuestra historia los profetas han llamado a la humanidad hacia Dios. Los llamamos profetas porque profetizan acontecimientos futuros y un estado futuro de la realidad.
También podríamos llamarlos amonestadores, consejeros, legisladores o exhortadores, pero son principalmente maestros que comparten su conocimiento de la esencia incognoscible de nuestro Creador.
Abdu’l-Bahá, en una charla dada en Washington D.C. en 1912, dijo:
Permitidme pregunta: ¿cuál es el propósito de la posición de los Profetas? ¿Por qué Dios ha enviado a los Profetas? Es axiomático que los Profetas son los educadores de los hombres y los maestros de la raza humana. Vienen para conferir educación universal a la humanidad, para darle instrucción, para sacar la raza humana del abismo de la desesperación y la desolación y permitirle al hombre alcanzar el apogeo del progreso y la gloria. La gente está en la oscuridad; los Profetas los llevan al reino de la luz. Se hallan en un estado de extrema imperfección; los Profetas les brindan perfecciones. El propósito de la misión profética no es otro que la educación y guía de la gente. Por tanto, debemos considerar y estar alertas al hombre así calificada, es decir, cualquier alma que demuestre ser el Educador de la humanidad y el Maestro de la raza humana indudablemente es el Profeta de Su época. – La promulgación a la paz universal.
Nadie sabe cuántos de los profetas mayores y menores ha enviado Dios a la humanidad, pero todos ellos tenían una conexión con esa esencia desconocida que llamamos el Creador. Moisés era «el que conversaba con Dios» y su legislador. Jesús declaró: «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin», lo que significa su identidad con Dios. Muhammad dio revelaciones, cada una conocida como Ayah, que literalmente significa «la Señal de Dios». El Báb, el Heraldo de la revelación de Bahá’u’lláh y profeta por derecho propio, fue más directo, diciendo “«¡Yo soy, Yo soy, el Prometido! Yo soy Aquel Cuyo nombre habéis invocado durante mil años…”. – citado por Shoghi Effendi en Dios Pasa.
El único propósito de estos reveladores: transformar los corazones y las mentes de las personas, y darles un camino para entender y aceptar la vida del espíritu. Las palabras de los profetas, como mejor podemos entenderlas, son palabras directamente de Dios para nosotros. Esas palabras pretenden ganar nuestros corazones, ampliar y abrir nuestras mentes, cambiar nuestros comportamientos y crear el reino de Dios en la Tierra: un reino en el que la fuerza esté al servicio de la justicia, en el que existan la cooperación y el amor, y en el que todos nos sintamos obligados a cuidar de nuestros hermanos y hermanas de todas las razas y orígenes.
En un sentido real, conocer al profeta es lo mismo que conocer a Dios.
Desgraciadamente, en muchas de las antiguas religiones del mundo ese amor y conocimiento del profeta se ha convertido en apego, no en comprensión. Si los entendiéramos como maestros, y la vida como una escuela, sabríamos que nuestro desarrollo está supeditado a avanzar de un maestro a otro, de un grado a otro. A medida que la historia ha ido evolucionando y nosotros hemos ido evolucionando a lo largo de ese tiempo, se requieren nuevos pensamientos y acciones, basados en las lecciones aprendidas de cada maestro.
Mientras la humanidad persista en una definición parroquial y estrecha de estos grandes maestros, en la que estos personajes sagrados son enviados a un pueblo específico con un mensaje destinado solo a ellos, un mensaje escrito en tablas de piedra por así decirlo, un mensaje incapaz de cambiar, desarrollar y evolucionar, entonces seguiremos divididos en un estado de malestar y confusión.
Pero hoy vivimos en una época en la que esa confusión ha sido resuelta por las enseñanzas y el ejemplo de Bahá’u’lláh. Las enseñanzas bahá’ís dicen que Dios ha enviado al siguiente maestro divino en una larga línea de maestros, con un nuevo libro que contiene los planos y planes para lograr finalmente la unificación de los pueblos del mundo en la paz universal.
Ese libro contiene algo más que una mera exposición, describiendo cómo hemos llegado hasta aquí y por qué. También describe y proporciona herramientas para avanzar. Esas herramientas son las leyes para esta nueva era, como la adopción de una lengua universal y la creación de una nueva civilización mediante un orden económico y administrativo equitativo. Proporciona una base espiritual para relacionarse con Dios y con nuestros semejantes en un lenguaje claro e inequívoco, adaptado a las necesidades de esta generación moderna y de las que le seguirán.
Bahá’u’lláh nos habló de la importancia de esta nueva revelación:
No peséis el Libro de Dios con los criterios y ciencias comunes entre vosotros, ya que el Libro mismo es la Balanza infalible establecida entre los hombres. En ésta, la más perfecta Balanza, debe pesarse todo cuanto poseen los pueblos y linajes de la tierra, en tanto que su medida ha de comprobarse según su propia norma, si lo supierais. – El libro más sagrado.
Las páginas de ese libro son voluminosas: los textos sagrados bahá’ís abarcan decenas de miles de páginas, incluidos los escritos del Báb, de Bahá’u’lláh y de su hijo Abdu’l-Bahá. Las enseñanzas bahá’ís también incluyen los escritos del bisnieto de Bahá’u’lláh, Shoghi Effendi, y de la Casa Universal de Justicia, elegida democráticamente, que dirige la comunidad mundial bahá’í en la actualidad. Las palabras escritas por autores bahá’ís y otros también son numerosas, al igual que las que se leen aquí en BahaiTeachings.org.
Los profetas, por tanto, proporcionan una cadena ininterrumpida de guía para la humanidad. Sus libros y palabras inspiran grandes logros y civilizaciones enteras. Con su propia existencia, nos plantean esta pregunta: ¿No abrirás el libro de Dios abriendo tu mente y tu corazón a su conocimiento?
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