Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Puede un leopardo cambiar sus manchas? Obviamente, no. Pero, ¿pueden los seres humanos, en el carril equivocado de la vida, cambiar su perspectiva, su comportamiento y, en última instancia, su alma?
La vida de Fred Mortensen, delincuente juvenil, matón y agresor cuando era niño y joven, empezó a cambiar cuando su abogado de oficio, Albert Hall, un bahá’í, vio algo más profundo y mejor en Fred.
Cuando Albert Hall transmitió a Fred Mortensen el mensaje de las enseñanzas bahá’ís, acabó cambiando no solo las manchas externas del resentimiento -resultado del abandono en la infancia, y cuyo potencial de liderazgo estaba siendo utilizado para animar a otros en comportamientos ilícitos y delictivos- sino toda la vida interior de Fred.
Hall reconoció el potencial de liderazgo espiritual que este joven podía desarrollar. El abogado Hall, influenciado por las enseñanzas de Abdu’l-Bahá en relación con la justicia penal, escribió sobre la necesidad de que el sistema penal se guiara por la justicia, no por la venganza. En al menos una ocasión Abdu’l-Bahá se refirió a «la corrección de los elementos criminales y desordenados». Esa palabra -corrección- indica que el leopardo sí puede cambiar sus manchas.
Una vez que el corazón y el alma de Mortensen se transformaron con la influencia de las enseñanzas bahá’ís, se convirtió en un ferviente creyente, dotado de la bondad no solo de conocer a Abdu’l-Bahá, sino también de pasar una semana con él, recibiendo guía e inspiración amorosas.
Un año después, una carta de Abdu’l-Bahá a Fred Mortensen profetizaba: «Ese viaje tuyo de Minneapolis a Green Acre nunca será olvidado. Su mención quedará grabada eternamente en los libros y obras de la historia».
Treinta y dos años después, Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í, escribió en Dios pasa:
Un repaso, por más que inadecuado, del gran número y variedad de actividades de ‘Abdu’l-Bahá en Su gira por Europa y América, no podía dejar de mencionar algunos de los extraños incidentes que solían concurrir en el contacto personal con Él. La osada determinación de un joven indomable quien, temiendo que ‘Abdu’l-Bahá no visitaría los estados del oeste, e incapaz de pagarse el billete hasta Nueva Inglaterra, recorrió todo el trayecto desde Minneapolis hasta Maine recostado sobre las bielas, entre las ruedas del tren…
Después de hacerse bahá’í y de conocer a Abdu’l-Bahá, Fred Mortensen se trasladó al sur para trabajar por la armonía racial. Allí utilizó sus habilidades naturales de liderazgo para organizar numerosos y exitosos eventos de proclamación para la enseñanza de la fe bahá’í, trayendo a muchos excelentes oradores. Louis Gregory, un abogado afroamericano que dejó su profesión de abogado para viajar a tiempo completo por el Sur con el mismo propósito, empezó a llamar a Mortensen «Frederick el Grande».
Al pensar en su madre, Fred tuvo sentimientos encontrados, triste por lo que le hizo pasar, pero feliz de que sus esperanzas en él finalmente se hicieran realidad. Reflexionó:
Mi querida madre ha hecho todo lo posible para que sea un buen chico. No tengo más que el más profundo amor por ella y mi corazón se ha entristecido a menudo al pensar en cómo debió de preocuparse por mi seguridad, así como por mi futuro bienestar. A través de todo ello y de la manera más maravillosa, con una paciencia divina, ella esperaba y oraba para que su hijo encontrara el camino que conduce a la rectitud y la felicidad.
Cuando la Comunidad bahá’í americana quiso enviar fondos a Tierra Santa para ayudar con el trabajo humanitario de Abdu’l-Bahá, el Maestro, inseguro de que se pudiera realizar un viaje a Tierra Santa debido a la guerra, autorizó sin embargo su deseo de intentarlo. Sin embargo, se negó a aprobar a la persona seleccionada por la Unidad del Templo bahá’í para realizar el viaje, insistiendo en cambio en que solo aceptaría si Fred Mortensen actuaba como su representante. El cambio se hizo, pero el barco de Fred, tal y como temía el Maestro, fue devuelto. No se pudo completar el viaje ni entregar el dinero.
Fred se trasladó de nuevo, como pionero de frente interno, a Montana, donde financió personalmente campañas publicitarias y publicó muchos artículos sobre la Fe en los periódicos locales. Según la tesis de su bisnieto Justin Charles Martin Penoyer:
En una ocasión, se sintió obligado a corregir un artículo publicado en el Montana Record Herald, que atribuía el mérito de la concepción de la Liga de las Naciones a un rey de Francia no especificado. Animado por sus amigos de Helena, escribió una carta al periódico en la que afirmaba claramente que Bahá’u’lláh, fundador de la fe bahá’í, había revelado los principios básicos de la Liga al menos cincuenta años antes de su creación; además, estos mismos principios fueron explicados por Su hijo Abdu’l-Bahá en un libro titulado El secreto de la civilización divina, escrito en 1875. Unos años más tarde, Fred escribió un ensayo titulado «Las Tres Grandes Luces», en el que describió elocuentemente la naturaleza de la revelación progresiva. Este ensayo fue publicado en la edición de marzo de 1925 de Star of the West.
En 1922 Fred conoció y se casó con Kathryn May Rubeck y se alegró de acoger a su hijo pequeño como propio, especialmente porque había perdido la esperanza de tener hijos. Llegaron a tener cuatro hijos más juntos, en rápida sucesión, y recordó que Abdu’l-Bahá le dijo una vez que recibiría «cuatro bendiciones». Estos hijos, creía él, eran esas bendiciones.
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Después de que un terremoto en 1925 destruyera su casa en Helena, Montana, los Mortensen se trasladaron a Chicago para estar cerca de la Casa de Adoración Bahá’í. Fred trabajaba por las noches en el Tribunal de Chicago y dedicaba la mayor parte de sus días a su familia y a su Fe.
Cuenta Penoyer:
Todas las noches revisaba las tareas de sus hijos y se aseguraba de que estuvieran bien alimentados y vestidos. Además de sus estudios escolares, estaba muy involucrado en sus actividades deportivas y otros intereses; y, lo más importante, les enseñó las palabras de Bahá’u’lláh, haciendo hincapié en la importancia del amor en todas las facetas de la sociedad. Todos sus hijos se hicieron bahá’ís dedicados.
Su hija, Kathryn, lo recuerda como «un estandarte de la paternidad» al que consideraba un santo.
Activista de los derechos de los trabajadores, Mortensen ayudó a formar sindicatos y luchó por la limitación de edad, un salario mínimo justo y condiciones de trabajo más seguras.
Todas las cosas notables que le sucedieron a este delincuente convertido en discípulo, y que a su vez hizo por su familia, la sociedad y dentro de la comunidad bahá’í, Fred Mortensen las atribuyó a una transformación espiritual:
… la Palabra de Dios me dio un nuevo nacimiento, me convirtió en un alma viva, en un espíritu revivido. Estoy seguro de que ninguna otra cosa sobre la tierra podría haber cambiado mi carácter como lo ha hecho. Soy realmente un nuevo ser, cambiado por el poder del Espíritu Santo…
Al final de la Segunda Guerra Mundial en 1946, con sus hijos ya grandes, Fred deseaba servir a la fe bahá’í en el extranjero. Fred hizo planes para ir a Europa, pero antes de poder partir cayó enfermo y murió de una hemorragia cerebral el 13 de junio de ese año.
Al enterarse de la muerte de Fred, el Guardián envió un cable a la familia Mortensen:
Lamentamos el fallecimiento del querido Fred. Su bienvenida está asegurada en el Reino de Abhá por [Abdu’l-Bahá]. Orando por el progreso de su alma. Su nombre está inscrito para siempre en la historia bahá’í.
Fred fue enterrado en el cementerio de Cedar Park, Chicago, IL. A petición suya, en su funeral se leyó su relato autobiográfico, Cuando un alma se encuentra con el Maestro. Su obituario en la sección «In Memoriam» del Baha’i World, Vol. XI, cita a su hija, la Sra. Kathryn Mortensen Penoyer:
Mi padre vivió y practicó la Religión bahá’í en un grado que va más allá de toda explicación posible… En la misma víspera de su muerte pasó su último tiempo enseñando la fe de Bahá’u’lláh. Su devoción no puede medirse con meras palabras, no son lo suficientemente poderosas.
La historia de Fred Mortensen se incluye ahora también en muchos libros, entre ellos 239 Days de Alan Ward; Abdu’l-Baha – El centro de la Alianza de H. M. Balyuzi, The Baha’i World, volúmenes X y XI; El diario de Mahmud; Verdict of a Higher Court de Roger White en Another Song, Another Season; y en un sitio web dedicado a él que incluye la tesis de su bisnieto, Justin Charles Martin Penoyer. Su historia también ha sido inmortalizada en una canción: Fred Mortensen, de Mike y Bev Rogers, y Riding the Rods, de Larry Magee. El bisnieto de Fred cerró su tesis con estas palabras, un resumen apropiado de la extraordinaria vida de Fred:
Los antecedentes de Fred Mortensen eran los de un pícaro y un ladrón. Fred no era una persona aventajada, y como tal no sería un candidato probable para entender, y mucho menos para abrazar, una nueva religión. Vivía sus creencias sin el beneficio de la riqueza o la educación, al igual que su mentor, Abdu’l-Bahá. Se sintió tan conmovido por su exposición a las enseñanzas bahá’ís que el rumbo de su vida cambió instantáneamente. Los hechos sugieren una metamorfosis en un nivel distinto al académico.
La historia de Fred es bien conocida en la historia bahá’í. La documentación es el resultado de su ejemplo de fe en acción, no de sus logros materiales. Fred percibió una verdad más impresionante que la de su pobreza absoluta, más real que sus necesidades materiales y más importante que su gratificación inmediata. Es un ejemplo de alguien que aprendió que las cosas materiales son transitorias, mientras que la inspiración y la fe sobreviven. Tal es el poder de la fe para cambiar una vida.
Todos podemos utilizar la historia de Fred Mortensen como ejemplo de lo que es posible cuando reconocemos lo que hay que cambiar en nuestras propias vidas: sí, podemos cambiar nuestras manchas.
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