Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
«No irás al cielo si no crees en Jesucristo». ¿Me acababa de condenar al infierno mi conductor de Uber?
«Claro que creo en Jesús, pero también creo en Moisés, Buda, Muhammad, Bahá’u’lláh y en todos los demás mensajeros de Dios», respondí.
Como bahá’í, valoro todas las religiones y sus enseñanzas. Creo en el principio de que cada profeta procede del Creador –y que Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, es el más reciente de esos santos educadores y mensajeros. Los bahá’ís se esfuerzan por lograr la unidad de la humanidad y la eliminación de todos los prejuicios, incluidos los religiosos.
Pero como niña estadounidense, todo lo que veía en mi religión era el hecho de que no celebrábamos la Navidad. Como resultado, todo el mes de diciembre me disgustaba: los muñecos de nieve sonrientes en los jardines de las casas, la venta de árboles de Costco, los gorros de Papá Noel que todo el mundo llevaba al colegio y, sobre todo, la pregunta de cuántos regalos había recibido. Odiaba sentirme excluida de lo que, a mis ojos, parecía lo más divertido del mundo. A pesar de todo, a los 15 años firmé una tarjeta declarando mi creencia en las enseñanzas bahá’ís. Mis padres me recordaban constantemente que no estaba obligada a hacerlo, pero lo firmé de todos modos, aunque aún no había asimilado el hecho de que eso me diferenciaría oficialmente de mis compañeros.
Para ser completamente transparente, aunque mi padre llegó a Estados Unidos tras ser traficado a través del desierto iraní solo a los 16 años con 70 dólares en el bolsillo, se convirtió en una persona de mucho éxito y yo he crecido rodeada de materialismo. Mi alegría se encontraba en llevar una vida cómoda, y no fue hasta más tarde cuando me di cuenta de que esta forma de felicidad era sólo transitoria. Ahora sé que era codiciosa: esperaba los beneficios espirituales de mi Fe sin vivir una vida que me orientara plenamente hacia las enseñanzas de Dios.
Como resultado, desarrollé una frustración general con la vida tal y como la estaba viviendo.
Entonces, hace aproximadamente un año, asistí a un retiro de mujeres en Lake Arrowhead, California, con mi madre y varias de sus amigas bahá’ís. Muchas de esas amigas se habían hecho bahá’ís recientemente, y tuve la oportunidad de escuchar sus conmovedoras historias sobre cómo se habían encontrado realmente a sí mismas dentro de su viaje espiritual. Pude ver que todas estaban enamoradas de Bahá’u’lláh y de las enseñanzas bahá’ís, y de repente me encontré deseando integrarme, no sólo en sus conversaciones, sino en sus experiencias de fe.
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Al conectar con estas mujeres, sentí la forma más pura de alegría que jamás he conocido. Me hicieron sentir bienvenida y, por fin, lo que siempre me había diferenciado me permitió sentir la mayor sensación de pertenencia. Me di cuenta de cuántas horas de mi adolescencia había malgastado tratando mi religión como una tarea.
Así que sí, las enseñanzas bahá’ís recomiendan que todo el mundo lleve a cabo una investigación independiente de la verdad. Abdu’l-Bahá, hablando de los diversos principios de la revelación de Bahá’u’lláh, dijo:
Entre esas enseñanzas estaba la investigación independiente de la realidad, a fin de que el mundo de la humanidad se salve de la oscuridad de la imitación y alcance la verdad; que desgarre y deseche esta raída indumentaria de hace un millar de años que se le ha quedado pequeña y se coloque el manto tejido con la mayor pureza y santidad en el telar de la realidad. Dado que la realidad es una sola y no admite multiplicidad, por consiguiente, las diferentes opiniones deben finalmente fusionarse y llegar a ser una sola.
El principio de la investigación independiente de la verdad es la razón por la que los bahá’ís no tienen clero. Hemos llegado a un momento en la historia de la humanidad en el que cada uno puede investigar la realidad y decidir por sí mismo. Todos estamos en nuestro propio camino y encontramos a Dios en diferentes momentos de nuestra vida, pero al final de este retiro supe que había encontrado mi camino hacia Dios. Por fin había descubierto mi propia verdad interior en una religión de la que había formado parte durante más de 15 años.
A medida que he intentado seguir las enseñanzas de la Fe bahá’í como resultado de mi propia voluntad, he empezado a comprender el propósito que tienen: por la paz interior que siento. Cuando empecé a orar y meditar con regularidad me sentí más limpia y feliz. Mi corazón se alegró. Me di cuenta de que la religión no sólo existe para eliminar las luchas en el mundo, sino las luchas dentro de uno mismo.
Los seres humanos, nos aseguran los escritos bahá’ís, hemos sido creados nobles en un mundo lleno de discordia y calamidades. Una vez que fui más consciente de mi naturaleza superior, pude sentir cómo empezaba a evolucionar y madurar espiritualmente en todos los aspectos de mi vida. No somos más que una mota de polvo en el proceso del mundo, pero se necesita la armonía de nuestra interseccionalidad para lograr un mundo en el que coexistimos como ciudadanos globales.
Ahora siento amor no sólo por mí, sino por todos los que se cruzan en mi camino.
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